Se pierden las buenas costumbres y, aunque suene a discurso de «abuelo cebolleta», hay cosas que molaban más antes
El papel de artista invitado, o «telonero» que se decía, ha ido desapareciendo en la música en directo de forma progresiva hasta haberse convertido casi en la excepción, en caso de haberlo.
Para un grupo local, abrir el concierto de un artista que disfrutaba de las mieles del éxito y que atraía a masas suponía, evidentemente, tocar para un público que no había venido a verle y que en el momento de empezar la actuación seguramente estaría entrando en el recinto, poco receptivo o comprando las pertinentes bebidas, lo cual, a priori, podía parecer poco útil para su carrera, pero mucho menos lo era «no tocar».
Evidentemente, ser telonero no cambiaba la vida a nadie, eso está claro, como mucho podía abrir alguna puerta desconocida, pero sobre todo suponía una experiencia vital en un formato diferente a la actuación en el bar de siempre rodeado de amigotes. También podía afrontarse la misión como un aprendizaje, e incluso un «sano» ejercicio de envidia, pero… ¿en qué momento empezó a dejar de hacerse este ejercicio de hospitalidad y compadreo entre artistas?.
Las excusas para no hacerlo son muchas y vienen desde diferentes direcciones. En primer lugar se suele aludir con frecuencia a las famosas «cuestiones técnicas». Paradójicamente, cuantos más medios hay, más difícil le resulta al artista grande hacer un hueco a la propuesta del telonero anfitrión. Ingenuamente pensábamos que la tecnología y los nuevos sistemas programables de sonido permitirían más posibilidades, pero resulta que no, era más fácil compartir escenario en el Woodstock del 69.
También pasa a veces que no se recurre al manido truco de echarle la culpa a las cuestiones técnicas, simplemente el artista grande «veta» esta posibilidad en su contrato, olvidando por completo que ellos mismos, tiempo atrás, también se arrastraron y rogaron que se les permitiese esa oportunidad o, lo que es peor, aún lo hacen si es necesario cuando viene otro pez más grande y les interesa abrir para él. Es más frecuente casi ver que hay más facilidades para artistas invitados nacionales cuando vienen artistas internacionales, (quizás porque valoran en mayor medida la utilidad de que alguien caliente al público), que conseguir esto mismo entre artistas nacionales y locales, incluso en salas o escenarios que lo permiten técnicamente sin problema, cuando la lógica haría pensar que debería ser al contrario.
La figura del telonero (o artista invitado, más políticamente correcto), beneficia en primer lugar al público, ya que aunque sea una actuación de un artista desconocido para él y suene a mucho menos volumen, (por si acaso tocan más y mejor que el principal), es un valor añadido y no encarece el precio de la entrada, es un plus que el público puede valorar en mayor o menor medida, pero que en ningún caso resta.
Son quizás los promotores y programadores los únicos que podrían presionar o, mejor dicho, «seducir» al artista contratado para que pusiese de su parte y seguir con una práctica vital para que refuerce el tejido cultural y artístico local y, de paso, se generen nuevas sinergias entre artistas y público. Más que una molestia, el papel del telonero-anfitrión debería verse como un acto de generosidad por todas las partes y también, una inversión a largo plazo. ¿Por qué no?
También es importante recordarle a menudo al artista invitado que «no es su concierto», que merece un trato justo y condiciones dignas, pero que el público ha comprado la entrada para ver al artista principal y que su labor es complementaria. Por tanto, quizás deba rebajar algo sus pretensiones técnicas y artísticas para posibilitar el encaje.
Mención aparte merece el extraño caso de los teloneros en los festivales que, ahí sí, llegan a ser el 85% del cartel en muchos casos y son los encargados de calentar al público durante horas a la espera de que salga al escenario el ansiado artista principal (que también a menudo en un porcentaje similar absorbe el presupuesto de la jornada). Otra cosa sería saber si ese artista principal podría justificar su desmesurado caché si no hubiese esos ocho o diez «banderilleros» calentando al público desde las 5 de la tarde. Como mínimo da que pensar, pero eso es solo uno más de los misterios del show bussines.
Al final, como en muchas otras cosas, es una cuestión de «voluntad y compromiso» y porqué no, también de «generosidad y visión a largo plazo». Ojalá algún día se retomen estas viejas costumbres caídas en desuso. Eso sí, si algún día acaba la maldita Covid-19 y volvemos a tocar, claro.
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Músico, cantante y compositor en Urtain. Colaborador musical en Cadena Ser / Radio Mallorca. Redactor en Mallorca Music Magazine.
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