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Publicado el 3 junio, 2021

Arnau Griso: “Siempre quisimos ser explícitos en el humor y en el amor”

Por Víctor Manuel Conejo Manso

Arnau Griso no es uno sino dos: son Arnau Blanch y Eric Griso, dos catalanes que están logrando uno de los sueños que solo puede cumplir la música: llevar la falta de pretensiones y el buenrrollismo particular, casero, de sus canciones, a los escenarios. Crítica social, ironía mediante, y humor siempre con filtro desenfadado es su fórmula cada vez más reconocida por toda la Península. Revolución bananera (Sony, 2018) es su primer manifiesto, que presentan el sábado 12 de junio en un nuevo capítulo del Festival Géiser, junto a los locales Salvatge Cor y el DJ Supersonidos. Blanch es quien contesta a este cuestionario.

Sábado 12 junio

Arnau Griso en Géiser Festival de Primavera

¿Hola? ¿Es el ministerio del Buenrrollismo?

[ríe] Sí, aquí es, afortunadamente.

Sueldo de ministro, qué suerte. Y qué sorpresa: el sentido del humor da dinero en España.

No nos podemos quejar. Pero algo sorprendidos sí que estamos, para qué negarlo.

Pues ante todo, gracias: por fin una propuesta musical con el leitmotiv “Qué bonito es el amor. Cuando se hace”.

Siempre quisimos ser explícitos. Creemos que había una necesidad de mensajes directos, sin eufemismos ni metáforas, tanto en lo social como en el humor y el amor.

“Esta generación necesita que la música diga cosas”. No queréis ser solo influencers, sino más aún: líderes de opinión.

Creemos firmemente en que la música puede cambiar no las cosas, pero sí ciertas cosas. Nos ilusiona pensar que podemos aportar a ello y cambiar un poquito el mundo. Siempre hacia el bien o hacia donde creemos que está el bien de la mayoría.

“Crítica social y humor desenfadado”. Y yo que me pregunto: ¿Tenéis un plan oculto? ¿Habrá un disco triste o melancólico, uno enfadado y/o uno trascendente de Arnau Griso?

Me gusta mucho la idea pero es difícil. No hacemos la música que alguien pueda esperar o desear, sino simplemente la que nos sale cuando nos juntamos. Y aunque incluyamos temáticas con poso trascendental o profundo siempre son a través del humor y la ironía. Ese denominador común siempre empaca nuestras canciones. Por lo tanto creo que es bastante improbable que hagamos un disco triste o melancólico.

Suena a cliché pero es mayormente cierto: no es lo mismo dar un concierto en Galicia que en Andalucía.

Es así. El público no reacciona igual. No habíamos tenido la oportunidad de verlo, y no sabíamos que había tanta diferencia cultural en España con respecto al humor. Y es lo que lo convierte en una delicia. Con moverte un par de cientos de kilómetros puedes tener una respuesta diferente del público, y te permite trabajar tu humor, o incluso sorprenderte al ver cómo en un sitio se conecta más con los textos y en otro con la música. Ya de inicio sale de nosotros mismos, que procuramos no hacerlos todos igual, y luego se suma eso fantástico de comprobar cómo nunca puedes hacer el mismo concierto según el lugar donde toques.

¿Eso llega al setlist? ¿Lo cambiáis según la ubicación geográfica?

No tanto. No hace falta porque nos da ese margen de maniobra suficiente. Además, una vez que tienes el directo rodado y con ritmo, por ejemplo a mí, que tengo una memoria lamentable, eso me ayuda mucho. Aunque he podido comprobar que mi memoria es menos lamentable de lo que pensaba. Solo un poquito menos lamentable. Tal vez cuando llegue el momento en el que me sienta más cantante o más músico sí me lance a cambiar algunas cosas para cada concierto.

Una pregunta que solo puede hacerle un mallorquín a un catalán: ¿se sorprenden ahí fuera de lo salaos que pueden ser unos catalanes?

[ríe] ¡Hostia sí! Tenemos ese estereotipo de trabajador, incluso demasiado cordial, y nada más lejos de la realidad, por lo menos en nosotros. Imagino que también habrá andaluces que no tengan ni pizca de gracia. Romper los clichés está muy bien, incluso los propios. Yo mismo los tenía respecto a ciertas partes de España, como pensar que no encajaríamos o que la gente sería muy distinta, pero como se suele decir, es todo ese desconocimiento que se mata viajando. Después de dar un par de vueltas por España solo deseas que te lleven a dar cuarenta vueltas más, para después dar el salto a Latinoamérica y seguir quitándote tonterías de la cabeza. Te das cuenta de que al final solo hay personas, que es posible empatizar con cualquiera y que allí o acá, fuera o en España, todos podemos entendernos. Y que si no lo hacemos es porque no queremos.

Precisamente suelen decir los músicos que han girado por Latinoamérica que allí la risa es más espontánea y más universal. Que al vivir con menos viven más felices, y que por eso ríen más y mejor. ¿Ganas de tocar por allí?

Totalmente. El principio de la pandemia me pilló en Colombia, donde tenía previsto estar más o menos un mes. A los doce o trece días tuve que volver por la lógica precaución, pero tuve tiempo de flipar. Culturalmente son muy parecidos y también muy diferentes a nosotros. La clave de hablar el mismo idioma, aunque haya tantas variaciones, nos conecta. Y detectas ese concepto de que no eres lo que tienes sino lo que quieres. Probablemente en nuestro país, o en Europa, tenemos demasiado, y acabas dándole importancia a cosas que no deberían tenerla. Eso no significa que la precariedad esté bien, ni hay que romantizar la pobreza, pero sí es verdad que la actitud es distinta, bastante más positiva. Su visión del mundo y de las necesidades es bastante más coherente.

Un aspecto me llama mucho la atención: “Dos tíos que ni siquiera querían dedicarse a la música”. Esa falta de pretensiones, esa naturalidad con lo que va llegando, me choca con la producción del disco: suena excelente, brillante, muy bien mezclado y masterizado. ¿Quién ha tirado de ese carro? ¿Quién es el discreto del dúo que resulta que sabe un montón de producción?

Hemos tenido mucha suerte. Desde el principio nos rodeamos de gente muy buena en su campo. Se nota mucho la diferencia cualitativa entre los temas en acústico grabados y mezclados en mi habitación, sin expectativas, y la grabación en estudio. Pero se ha conseguido conservar esa autenticidad tras fichar con Sony, donde tuvimos la suerte de trabajar con gente que sabía cómo hacer las cosas, cómo conseguirlo. Lo problemático era perder esa esencia de los recursos mínimos en el momento de añadir más elementos en la batidora. Pero todo el mundo tenía claro que había que mantener esa frescura y esa naturalidad. Y es un reto mantenerlo: no quiero dejar de ser ese tío que cantaba sin pretensiones, que no esperaba nada de la música y que por eso cualquier cosa que llegaba le parecía un regalo.

Para que el mundo lo vea es un himno antipostureo. Uf, el postureo: ese virus, esa pandemia. ¿Conocéis gente de verdad? ¿Cómo se la distingue?

Pues es difícil. Se la distingue sí y no, porque a todos nos ha picado el bicho de las redes sociales y de la tecnología. Particularmente, yo aproveché la pandemia para estar ocho meses sin Instagram y varios sin WhatsApp. Creo que estamos perdiendo el norte. Estamos tan conectados que, al mismo tiempo, nos desconecta. Confío en que haya un boom de desconexión de todo eso, que en algún momento nos lleguemos a quemar de tanta tecnología y tantos inputs, de tanta información tan a menudo sesgada o falsa. Confío en la inteligencia de la humanidad y volvamos a conectar con lo realmente importante, que son las personas, la naturaleza y la bondad humana. Diría que o damos un giro tremendo a todo eso o vamos directos a la autoextinción.

Después de comprobar fehacientemente que a las 9 de la madrugada puede haber muy buen rollo [hora a la que se hizo esta entrevista], me intriga saber, después de los ya muchísimos conciertos que habéis dado, qué tal habéis llevado lo de tener que actuar cansados, agotados, de mal humor o de resaca.

Imagino que debe ser como en el mundillo de los monologuistas, en el que no por tener un oficio en el que haces reír tú tienes que estar siempre feliz o en un mood de alegría. Aunque lo fundamental es el público, que te da la alegría solo con escucharlo desde el camerino. Es gente que ha pagado para verte y que, sobre todo ahora, está haciendo un esfuerzo por estar en un lugar en el que las condiciones no son las idóneas. El agradecimiento te sale solo de dentro, junto con una sensación de privilegio y de deuda. Y tienes que darlo todo.

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Periodista de Cultura desde 1997. Lo último, 18 años en Diario de Mallorca (también como diseñador editorial). Antes recuerda haber pululado por Cadena Ser/Radio Mallorca, IB3 TV/Ràdio, Mondo Sonoro Balears, Youthing o Radioaktivitat, más diversas promotoras, productoras, agencias de comunicación, centros de creación y gestión cultural, etc. Ingresos extra como DJ y liante.

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