¿Quién es Jordi Maranges? ¿Cuántos Maranges es Jordi? ¿El hombre elegantón entallado en un esmoquin de El baile de los cangrejos es el mismo que colma de divismo gay la sugestiva y hermosísima portada de Sentimental, vol. II? Ítem más: ¿el que canta ese hitazo estruendosamente bailable que es Sentimental es la misma voz de Ritme de la nit? [Qué maravilla extrabizarra es la re-versión ultralenta del clásico discotequero de los 90, cuya melodía ha sido re-transformada en una preciosa cadencia melancólica, rematada por un pasaje de una turbiedad sorprendente. No, más: estimulante]. ¿Qué es este individuo? ¿Es Ben Hur o Messala?
Es de suponer que, como cualquier persona, Jordi Maranges empezó a existir a partir de un momento concreto, incluso documentado. Pero, ¿cuándo dejará de existir? Porque los más de veinte años de carrera, las más de dos décadas de transformar, cambiar, desarrollar, progresar, crecer, maniobrar o mover cualquier registro que le apetezca del infinito catálogo que ofrece la música, han generado tal montonera de canciones, proyectos y versiones de sí mismo de categoría artística inmortal, que se le podría suponer evolucionado a Homo Sapiens Musicus inmortal. No importa: bajando de la metafísica al asfalto, lo concreto e incontestable es que este hombre estaría sorprendente -no, más: estimulante- vestido a la romana, sea con cuero civil o bronce militar. O tal vez ya lo haya hecho.
Maranges acaba de publicar el EP Sentimental, vol. II con el sello madrileño FEP Producciones. Incluye los temas “Sentimental” i “Ritme de la nit” más dos remixes del primero. Uno con el característico hedonismo sabio e infalible de DJ Moderno, y otro tan inverosímil como extraordinario obra del ya prestigioso talento de Albert Oliver, quien firma como nxFaith. Es la tercera vez que entrevisto al cantante, compositor y performer, y espero tener preguntas para todos los Maranges.
Estimat, ¿no crees que eres demasiado complejo para este mundo simplón?
No lo sé. Supongo que sí y supongo que no.
Es que querríamos muchos que vendieras millones de discos.
Se lo podríamos preguntar a… Nacho Vegas, como primer nombre obvio en España que me viene a la cabeza. ¿Es demasiado complejo? Lo mismo que cualquier artista de llamémosle “pop de autor”.
¿Fue Circo del amor tu intento máximo de populismo? Para mí, una de las mejores canciones nacionales, o planetarias, de 2012. Y al mismo tiempo pensé: “Qué optimista, qué pegadiza y pegajosa, qué populista dicho en hiperpositivo”
No, porque sinceramente no creo que mi proyecto sea complejo, a pesar de no tener la distancia al mirarlo como autor, en primera persona. Si la pregunta es por qué no ha funcionado mucho mejor comercialmente no creo que sea por inaccesible.
Es que pensé algo similar al escuchar Sentimental: vaya temazo. Y en clave hiperbailable, directa al éxtasis de pies y manos y cinturas y cabezas. Esto le tiene que gustar a TODO el mundo. ¿Sucederá?
También podría considerarse populista, pero no creo que sea el término. Son canciones pop. Dicho así “P-O-P” [simulando una burbuja].
Y con la segunda canción, ruptura total: Ritme de la nit.
No buscaba la pirueta porque sí, pero obviamente sí hay un punto de morbo por ver el “qué dirán” al ser una canción tan comercial y tan conocida. No iba detrás de un hit sino del experimento interesante. Darle totalmente la vuelta y explorar las posibilidades de esa melodía, que me parecieron muchas.
Una cuestión genérica, sobre tu amplitud musical: diría que Maranges no tiene proyectos fallidos. ¿Qué opina el artista: alcanzada tu ambición artística en todos ellos?
Si he de ser sincero, la relación con los discos anteriores es compleja, y francamente no es apacible. O no eso exactamente. Intervienen demasiados factores en un proyecto y es fácil no acabar totalmente satisfecho. También es cierto que con el tiempo todas esas aristas se van mitigando y vas dejando de verles tanta importancia. Justo al acabar puedes pensar que has fallado estrepitosamente, pero en cuanto te paras a pensarlo un poco más te das cuenta de que no es para tanto. El presupuesto, evidentemente, es lo que lo delimita todo en un sentido u otro. Tal vez en Món físic, o más bien en canciones muy determinadas, por ejemplo “Como en los paraguas de Cherbourg” de El cazador, sí me habría gustado tener muchos más recursos para probar algo muy sofisticado.
Si he de ser sincero, la relación con los discos anteriores es compleja, y francamente no es apacible. O no eso exactamente. Intervienen demasiados factores en un proyecto y es fácil no acabar totalmente satisfecho.
No hay artista que no sea exigente.
En mi caso creo que muchísimo. Es más, no creo que acierte siempre. Lo miro y remiro todo mucho, muchísimo. Por ejemplo El baile de los cangrejos lo tenía todo: recursos y una banda estupenda en Barcelona, pero todavía hoy creo que a nivel conceptual no tiene la cohesión total que querría.
Es un disco musical y conceptualmente riquísimo. ¿Demasiadas puertas abiertas despistan?
El sonido, las intenciones… Hay cosas muy barrocas, otras como de Chanson… Es un crisol que no quedó muy controlado.
Sabes que para muchos es su álbum favorito de Maranges.
Hay gente a la que todo eso que comento no le importa. A mí sí [ríe]. Por ejemplo la voz: creo que podría haber cantado algo mejor, que mejoró en los siguientes. O no. Soy demasiado tiquismiquis. Con mis discos soy una madre un poco extraña, como de relación ambivalente con los hijos. Incluso de cierto rechazo sobre todo al principio. Aunque es verdad que desde Espasmo y Sentimental me siento más contento. Los escucho y creo que llegan exactamente allí donde apuntan. Eso es muy importante que suceda. Hay momentos anteriores en los que no se acaba de llegar, que puede deberse a muchos aspectos: recursos, no haber acertado en determinadas decisiones creativas, etc.
¿Y tu relación con tus textos?
Eso es un mundo aparte. Sufro a la hora de escribir, y no suelo estar muy contento.
Prueba a escribir tal cual hablas. Te he comentado en un par de ocasiones la notable diferencia cualitativa que me pareció ver entre la primera y la segunda entrevista que te hice, de 2011 a 2016. En ese periodo leíste mucho. Pero no “mucho” según el típico parámetro pequeño-burgués de “me gusta leer, viajar, el cine, la música”. Leíste muchísimo, y con ambición creciente en el tipo de literatura. Y yo diría que se notaba bárbaramente en tu conversación, la amplitud y profundidad de tus reflexiones, tu rapidez mental, etc.
No creo ser un gran letrista, pero con el tiempo lo he aprendido a gestionar. A ser muy consciente de ello, hacer las paces conmigo mismo y no exigirme tanto.
No sé si preguntar las diferencias fundamentales que ves entre tu primer disco en solitario y Sentimental vol. II.
Tienen que ver con tu madurez como músico: cuanto más controlas tus instrumentos, tu voz, evidentemente los resultados son mejores, dejando rápido al margen tonterías secundarias. Ahora no solo controlo más los instrumentos que toco, también me grabo o hago producción. Tengo más herramientas de control y de creación. Eso hace más fácil el canal, la conexión entre lo que piensas y el resultado. Me ha llevado un tiempo, tal vez demasiado largo. Pero es lo que es.
En los años 90, con El Diablo, la explosión del indie con Primeros Pasitos, Satellites, Crudos y todo aquel panorama, muchos jóvenes que teníamos de 16 a 20 años escuchábamos y hacíamos música no solo como vehículo de expresión sino como medio para intentar cambiar las cosas.
En 2001 fui al ahora desaparecido Cine Rialto a un concierto de El Diablo en el Ojo. Estaba abarrotado: 280 butacas. Seguramente había bastante gente que acudió por la música pero -lo pensé entonces, lo pienso ahora- diría que mucha gente, ¿la mayoría?, fuimos a ver a Jordi Maranges. ¿Toda tu música populista se quedó en El Diablo?
Y eso que no era nada populista.
Tampoco era antipopulista ni difícil.
Vuelvo a lo de antes: no creo que lo que hago ahora sea antipopulista. ¿Crees que Sentimental es una canción difícil?
Creo que es otra canción tuya que ubicaré como de las mejores que escuché el año en cuestión, como “Circo del amor” en 2012. ¿Habrá que pensar que este país es mayormente machista y homófobo, y que eso puede minimizar una carrera musical a pesar de la calidad evidente?
Hay matices. No creo que se pueda ser tan taxativo. La raíz puede ser machista: país mediterráneo con todos los tics. Pero volviendo a lo de antes, ¿El Diablo eran más populistas, más populares? Era un grupo que vibraba, con ese sonido medio de moda en el indie que ni siquiera era populista en su estilo porque a Tindersticks o Nick Cave los escuchaban tres personas. Pero en aquel momento la música pop tenía una repercusión que ahora mismo no tiene. Hoy, incluso en el mainstream: las grandes estrellas, los iconos sociales, ya no son cantantes, sino youtubers o influencers.
Lo cual lleva al otro parámetro obvio que hoy puede frenar una carrera comercial: no ser suficientemente banal. Esa ligereza que Lipovetsky señala en todo: economía, sociedad, política, arte.
Mr. Wonderful ha hecho mucho daño. Esa cultura de la positividad sine qua non. Pero cuanto más jodido está el mundo más necesidad hay de mensajes de ese tipo. Y cuantas más restricciones haya más necesitaremos la noche. En los años 90, con El Diablo, la explosión del indie con Primeros Pasitos, Satellites, Crudos y todo aquel panorama, muchos jóvenes que teníamos de 16 a 20 años escuchábamos y hacíamos música no solo como vehículo de expresión sino como medio para intentar cambiar las cosas. Y eso es uno de los aspectos que más han cambiado: ahora ves cómo la gente entra en la música parece que con una actitud muy cínica, sabiendo que nada va a cambiar y que solo queda sumarse al carro y sobrevivir. Y ahí entra todo ese catálogo de frivolidades. O entras expresamente con el cinismo y la caradura máxima tipo Samantha Hudson, en plan “me río de todo porque sé que no voy a cambiar nada”.
Pero Samantha Hudson es muy creativa.
Exacto. Ese modelo no lo critico, pero quiero decir que nosotros éramos más naíf. Compramos la mentira de que el rock era subversión, cuando en realidad el rock&roll ya nació como un instrumento más del sistema, del capitalismo, para perpetuarlo y hacer muchísimo dinero.
Que eclosionó con la llegada de aquellas camisetas a H&M, Pull&Bear, etc.: primero Rolling Stones, Doors y Guns N’ Roses. Y pocos años después…
¡Es verdad! Ahí empezó la desilusión. Recuerdo que en los 90 la idea de que se usase una canción tuya para un anuncio de televisión era anatema, y ahora es “por favor, sí”. Ese desplazamiento es clave para entender cómo empieza ahora la gente joven en la música, porque hacer hoy algo subversivo no sirve como planteamiento para arrancar, no encuentras sitio donde enseñarla. Por eso a menudo es tan difícil sintonizar con ciertas tendencias actuales: no por el elemento estilístico sino por el zeitgeist [el espíritu (geist) de un tiempo (zeit)].
¿Éramos más naífs o más cultos? Ya de inicio, el sistema educativo era muchísimo más potente a todos los niveles, en contenidos y en herramientas para moverse por el mundo. Y después reforzabas tu individualidad con, por ejemplo, aquella experiencia única, fascinante, de escuchar de un disco ochenta veces y desmenuzar todas sus canciones, fueran diez, doce o quince. Forjabas tus elecciones, tu criterio propio, de manera más sólida. Y luego lo llevabas a tu música.
Sí, éramos más cultos de base, pero también estábamos más cerrados respecto a lo que está bien y lo que está mal. Había demasiados dogmas, a lo Harold Bloom.
Con la hipermultiplicación de fuentes de información que existe hoy es imposible que suceda.
Exacto: antes era “La Velvet Underground son dioses”, y punto.
Pero lo eran porque habías escuchado su disco, o todos sus discos, ochenta veces. Esa sensación maravillosa, única, que solo genera la música, que es casi física, se la están perdiendo hoy día.
Pero hemos ganado en otras: afortunadamente, hoy ya no existen en la música tantas cosas inflexibles. Porque los dioses son tan cuestionables como cualquier cosa.
En el tema drag muy poca gente se toma realmente en serio que es una expresión cultural con muchos nombres, una historia con muchos capítulos.
Desde luego es indiscutible que hay creatividad muy interesante en las generaciones más jóvenes.
Por supuesto. Aunque a menudo de una manera que llama mucho la atención: el verano pasado conocí el trabajo de una gente muy joven, muy metidos en el mundo drag, que hacen piezas audiovisuales para YouTube frescas e interesantes, jugando con temas como el género, travestismo, etc. Pero al mismo tiempo es muy llamativa la casi absoluta falta de referentes, no sabían gran cosa. Aunque en el tema drag hay mucho de eso: muy poca gente se toma realmente en serio que es una expresión cultural con muchos nombres, una historia con muchos capítulos. La historia del transformismo forma parte de la historia de la cultura popular general.
¿Eso pasa hoy? De siempre, vinculabas la cultura drag a una estética pero también a unas posturas sociales y políticas.
Exacto, en la vertiente de artes escénicas ha habido muchos nombres que siempre hay que recordar y valorar, pero el peligro que veo hoy es que solo le dan ese significado estético. El peligro está en que se vacíe de contenido y así se anule su capacidad subversiva, de generar algo reflexivo. Pensé mucho en ello con la reciente polémica por la participación de Paul Preciado en un anuncio de Gucci. Un filosófo trans, para mí un referente intelectual, que además de teoría queer tiene un discurso muy crítico con el sistema neoliberal y las injusticias sociales, que va y participa en un anuncio de una marca de lujo. Por muy molona que sea la campaña, con varios anuncios rodados por gente como Gus Van Sant, una marca se apropia de lo queer solo porque le parece eso: molón. No le interesa el discurso de Preciado sino la fachada. Es como si Pasolini hiciese un anuncio con Levi’s.
Con el tiempo me he dado cuenta de que hay cosas de las que no puedes escapar, porque son tuyas, te definen.
En la portada de tu primer disco en solitario sales elegantón con un esmoquin. En este último, estilizadamente gay. ¿Es anecdótico o hay vínculo, paralelismo, con diferentes maneras de activismo?
Cuando acabé con El Diablo en el Ojo, irme a Barcelona y empezar el proyecto de El Piano Ardiendo [junto al teclista Marc Melià], sí hubo una intención de hablar de temas que se habían vuelto esenciales para mí: orientación sexual y todo lo que girara alrededor de la identidad, que desde entonces es uno de mis grandes temas. Se estableció incluso una obsesión por tratarlo de muchas maneras. En El Diablo no podía porque no tenía aún las herramientas para hacerlo, y también porque era un grupo, eran diferentes personas y yo una parte del engranaje. Sí que ha podido haber momentos en los que me ha parecido, y le ha parecido a más gente, que he ido demasiado lejos en la exposición de lo que soy y de los temas que me interesan o me definen, cuando en otras ocasiones he digamos reculado buscando universalizar más, o tratar temas que no giraran en torno a todo ello. Pero con el tiempo, con la madurez, por llamarlo de alguna manera, me he dado cuenta de que hay cosas de las que no puedes escapar, porque son tuyas, te definen.
¿Y ya sabes al ciento por ciento quién es Jordi Maranges?
Sí: como cualquier identidad, es algo que no es fijo.
¡Ah! Por eso a veces has llevado una imagen ultragay y en otras parecías un mormón.
[ríe] ¡Por eso! Es que hay gente que es siempre ultrafiel a una imagen, y eso también me parece un rollo. Tiene que ver con una manera integrista de verte a ti mismo, y puede llegar a coartar tu actividad, tu creatividad, la capacidad de sorprenderte a ti mismo, al público y al mundo en general.
Llevándolo al terreno de la música, la electrónica ha tenido un peso creciente en tu identidad artística. ¿Te has encontrado con integristas del Maranges digamos analógico?
Hay quien me ha criticado por ello. Lo importante es que, desde luego, no ha habido una intención de reinventarme. Me parece una palabra demasiado tópica, hasta cutre. Esas influencias las he tenido siempre, y el proceso ha sido el mismo que el comentado antes: me faltaba conocer, tener o dominar las herramientas para darles espacio y forma en mis canciones. Y porque nunca he dejado de escuchar música, de estar nutriéndome. No soy un genio, alguien especial que lo sepa todo. Te vas haciendo y construyendo.
Más electrónica que nunca, una portada más gay que nunca. ¿Estás en modo beligerante?
Pues no sabría que contestar. Sí que puedo decir que todo lo que es travestismo sí lo he incorporado de manera más consciente en la personalidad actual del proyecto, más valiente. Pienso en mi infancia, cuando se llamaba “problema” que te gustase ponerte los vestidos de tu hermana o jugar con muñecas. Afortunadamente ya no estamos en un momento como aquel, pero todo eso está dentro de mi historia. Y como decía, ahora sí creo tener el conocimiento y el control de todo lo que necesitaba para llevarlo a mi música. Además de que en el mundo del transformismo, drag o travesti, hay muchísimo arte, también en España.
No hace falta descubrir la gran creatividad que ha habido y hay en el transformismo, pero aún así hay que celebrar la nueva pieza de valiosa documentación que será Travestí, libro de entrevistas y retratos de inminente edición obra del fotógrafo madrileño Mista Louis, ya que recoge más de tres décadas del movimiento en España. La cuota mallorquina la cubre Nadal Garibaldi. ¿Qué destacarías de la actualidad?
Por ejemplo Andy Lois. Es un transformista maravilloso, de la vieja escuela, que necesita dos horas para preparar su personaje. Es gracioso que aún haya gente que se sorprenda de que un transformista no cante y no sepan ver que ahí esta el arte, en el artificio. Que todo es mentira, una forma de arte que puede que, precisamente, sea la más antigua que existe. Por eso mi aproximación actual a ese mundo está hecha con tantísimo respeto y seriedad.
Esa era la siguiente pregunta. Se capta, se nota muchísimo que tu enfoque no es “tengo que salir a actuar, voy a ponerme los tacones”. La incorporación creciente a tu directo de vestuario y complementos, de transformismo, se ve como una pieza cada vez más importante en tu engranaje escénico.
Lo es, y mi enfoque es directamente antropológico. Quiero incorporarlo más e invitar a cada vez más gente al escenario. Es fascinante quedar con ellos y ellas porque te cuentan mil historias de los años 70, 80, 90, de Gomila, S’Aigo Dolça, etc. Por eso hay una parte conceptual de la portada de Sentimental que es directamente un homenaje a toda esa gente.
¿Va a haber desdoblamiento: actuaciones del Maranges cantante y del transformista?
No creo, es como con la música: que haya hecho Sentimental, pop electrónico bailable, no significa que a partir de ahora vaya a transitar por ahí. De hecho, lo siguiente que voy a publicar es La balada del hombre penetrado, que no va en absoluto por ahí.
De siempre ha llamado la atención que la música de Maranges de 2001 suena a 2001, la de 2010 a 2010, y la de este 2021 suena a hoy. Nunca has sonado a revival, ni adscrito a moda ni demodé. ¿Surge de escuchar la música del momento o había un plan.
Sí escucho música de hoy, pero además cuando me meto en el estudio, principalmente con Michael Mesquida, sí que está muy presente el querer sonar actual. Lo dijo Rimbaud: “Hay que ser absolutamente moderno”. Es música: debe representar a su tiempo. ¿Para qué sonar a otro? Es premeditado pero no hay obsesión. Solo que suene, tenga sentido ahora. Con todas las influencias del pasado, por supuesto.
Y sobre el hoy: si pasaras unas horas, una tarde, con algún artista muy joven, Samantha Hudson o Adrià Arbona de Papá Topo, por decir alguno, ¿de qué crees que hablaríais?
Es que esos dos nombres en concreto, a pesar de ser tan jóvenes, ya tienen tema y recorrido de sobra. Pero sí que es verdad que con los artistas, o con la gente del mundillo más joven, no sé por qué, pero siempre hay un momento en el que surgen barreras.
¿Por tu parte o por la suya?
No lo sé. Pero siempre pasa que de repente la comunicación se interrumpe, no fluye. Lo cual te lleva a reflexionar sobre ese enfoque que mencionábamos antes: la costumbre de nuestra generación a acumular conocimiento, a ser enciclopédicos. Esta bien porque es cultura, pero no creo que haya que quedarse allí. Quiero decir: Kill your idols! Esa manera de reverenciar eternamente es muy pesada. Igual es pecar de equidistante, pero me parece igualmente válido vivir más el presente. Llevando tu mochila, sí, pero como a veces es hasta molesta, decir “Nick Cave, estoy hasta el coño de tus letanías”. No es tan bueno. O Joy Division, indiscutibles en el Sanctasanctórum. ¡Ya está bien!
¿Has dicho que Nick Cave no es tan bueno? [nota: este entrevistador lleva puesta una camiseta de Cave]
Sí, lo he dicho. Siempre se ha dicho que canta muy bien, y no es verdad. No tiene una gran voz. Siempre ha desafinado y se le ha permitido, y a Madonna no, por ejemplo. O que si sus letras son siempre grandiosas. Tiene muchas que son infumables.
Venga, me parece bien. Matemos a Nick Cave. Seamos más ligeros.
Mejor. Podemos acabar cayendo tan mal como Pablo Iglesias. Fíjate: habla de una manera que a mucha gente le puede hacer sentir poco instruida, o poco leída. Y eso genera rechazo porque a nadie le gusta mirarse en un espejo y sentirse por debajo, que le toquen la autoestima.
Sobre Sentimental, vol. II: ¿que te digan, como he oído de diferentes personas, que no parece un disco tuyo, es el mejor halago que puedes recibir? Sigues sorprendiendo musical y artísticamente.
Pues puede ser. Tal vez exista la imagen fija del Jordi con la guitarra acústica cantando “La estación pactada” [de Món Físic]. Vuelvo a la misma idea: yo soy muchos. Y con esa base, voy haciendo. Desde mi punto de vista, que de acuerdo que es muy individual, hay una lógica en lo que he ido haciendo. Una sensibilidad o algo sutil que lo hermana todo. Pero si solo escuchas Món Físic y de repente te llega Sentimental puedes decir “¿qué ha pasado?”. Pues ha pasado la vida, y que investigas, y que no hay miedo a probarse.
Me gustan mucho los remixes, que hagan con una canción tuya lo que quieran, que la transformen totalmente. Es su obra, pero al mismo tiempo es una aportación más al universo de la canción.
Sobre los dos remixes: ¿hubo directrices a los autores para que se distinguiesen de la original, que ya tiene un punch discotequero y un power electrónico?
No, para nada. Y fue casi casualidad que al final se distingan tanto. Primero, porque Germán [Ormaechea, DJ Moderno] escuchó el tema, le encantó, y se ofreció él. Entonces ya sabía que tenía que darle un perfil, que se distinguiese. Y con Albert tampoco hizo falta aunque en esta ocasión sí se lo pidiese yo porque ya sabía que iba a hacer algo perverso, muy oscuro, porque él trabaja con esas energías. Ya hizo un trabajo alucinante junto con su hermano Carles en el remix que me hicieron de El cazador [incluido en el EP Paraíso]. El french touch de Moderno se complementa fantásticamente con el puro vicio más oscuro de Oliver. Me gustan mucho los remixes, que hagan con una canción tuya lo que quieran, que la transformen totalmente. Es su obra, pero al mismo tiempo es una aportación más al universo de la canción. Es muy enriquecedor. Tú tienes tu canción con tu universo, y otro artista añade más universos por los que puedes transitar.
¿Publicar esas tres canciones junto con otra de cariz diametralmente opuesto como “Ritme de la nit” estuvo decidido desde el principio?
Lo vi clarísimo: todas entran en la misma idea conceptual de las discotecas o el mundo de los clubs nocturnos. Porque me preocupa especialmente en los últimos años que los trabajos tengan un empaque homogéneo.
Qué noventero.
[ríe] Pues igual lo es. Pero lo quiero así aunque sea una sola canción. Hoy día hay que pelear muchísimo para que tu trabajo se abra en muchas direcciones. Por ejemplo, en la promo en la que estoy trabajando para La balada del hombre penetrado, que será esa única canción, estoy dándole muchas vueltas a la cabeza para generar un universo a su alrededor por medio del videoclip, la imagen, las publicaciones en redes, etc. Esa unidad en lo cultural, lo social, etc., que puedes crear es lo que te ofrece el pop. Y ahí sí que tus conocimientos o tu bagaje sí van a marcar la diferencia. Si puedes verter ahí tu creatividad para ofrecérselo al mundo.
Volviendo a Sentimental: la cuestión es que será para siempre el EP con los tres temazos discotequeros, electrónicos, más la canción lenta.
Sí, pero como digo creo que encaja perfectamente al llevarte a esos años 90 de discotecas, Ruta del Bakalao, Eurodance, etc. Y también porque para el EP buscaba, por decirlo de alguna manera, un cierto nivel de complejidad. Una dimensión más atmosférica, sutil. Que no quedase todo trallazo, sino más fidelidad a la realidad. Me sirve como contrapunto racional y frío, buscando incluir todas las aristas de esos temas mencionados. También de manera más prosaica, porque en cuarentena he trabajado mucho con teclado, y quería sacar algo trabajado desde ahí. Y con un enfoque también muy definido: lo melancólico pero también lo infernal, opresivo.
¿Entonces el arranque que precisamente conecta el tono melancólico con lo infernal y opresivo de la parte final de Ritme estuvo ahí desde el principio, no añadido a posteriori para crear la conexión musical, conceptual?
No, no, para nada. La canción la concebí y la cerré así desde el inicio. Quería que en un momento dado la canción explotara y se autodestruyera. Lo tenía clarísimo.
Has dicho una palabra que hoy día es inevitablemente clave: cuarentena. ¿Sale de ahí?
Es verdad que en aquel momento estaba interiormente con esa mezcla extraña que tiene tanta gente. No deprimido sino furioso, incómodo. Y quería reflejarlo, romper, bombardear, aunque pueda sonar pretencioso, ese paisaje noventero de melancolía que tenía en mi cabeza. En el fondo, esas bombas caían sobre Gomila. Caían sobre La Yedra, Aries, Sonotone. Cuando trabajaba con los sintes en la canción veía esas bombas cayendo sobre Gomila, la gente corriendo, etc. Estaba todo hiperpensado: no quería una versión bonita sino esos contrastes.
Para acabar: tu opinión sobre los dos titulares que me diste en las dos anteriores entrevistas. 2016: “En estas canciones no quería ficcionar”.
Claro, era Món Físic. Un EP profundamente autobiográfico, con todo lo bueno y lo malo que puede tener eso. ¿Vigencia? Desde entonces intento no llegar tan adentro, aunque sea un poco absurdo porque todo sigue saliendo de ti. Siempre habrá autobiografía. Pero ahora quiero tocar temas que simplemente están ahí fuera, que se está hablando de ello. Por ejemplo los amores exclusivos, la pareja monógama tradicional.
Hay quien en vez de “exclusividad” dice “correspondencia”.
Perfecto. Porque el problema no es la monogamia, que es totalmente válida, sino que no se plantee o acepte que hay muchas más opciones. Se ha recibido una educación, sobre todo desde época judeocristiana, que lo ha canonizado. Lo ha estandarizado, y eso es un error. Ha generado mucho dolor, al juntarlo con la idea del amor romántico, que no es únicamente la flor y el bombón. No es únicamente la antesala para la monogamia, cuando estamos viendo que puede significar obsesión, malos tratos, esa idea del amor exclusivo que tiene que ver con la propiedad privada, la frontera, el yo y el otro. Al final te encuentras con que la monogamia en ese sentido se ha perpetuado y responde a un sistema que tiene que ver con el capital, llegando más allá de lo afectivo y llegando a lo social, general. Y ha llegado el momento de hablar de ello desde tu experiencia y tu pequeño altavoz. Por eso la voluntad ahora no es ser menos autobiográfico, que decirlo podría calificarse directamente como mentira, sino hablar de temas que te interesan pero que también tengan sentido para otros. Ya no es Món Físic, ya no es aquello de “esta es mi historia, la cuento y aquí se acaba”.
2011: “No me interesa el ciclo normal de artista de rock”. Ya suena de otra época dado que las estructuras del rock han saltado íntegramente por los aires.
Exacto: cuáles son ahora los esquemas del rock, ahora que están completamente rotos. Es la gran pregunta de hoy, que ya ni siquiera hay festivales ni conciertos. Estamos contestando a esa pregunta en este preciso instante. Ya ni siquiera entra en juego la convicción personal, tu postura sobre el escenario, porque no hay esquemas. No hay escenario.
¿Sentimental III tratará de eso, de este preciso instante?
Lo próximo que voy a publicar, La balada del hombre penetrado, el 25 de marzo, no trata de todo ese desasosiego actual. En esta ocasión sí que es una canción con mensaje, ¡panfletaria! [ríe]. Y como decía antes estoy trabajando mucho en la promo para redondear toda esa personalidad concreta que he buscado para la canción. Creo que da mucho juego: a nivel musical es un homenaje a la canción ligera con la idea del crooner como el cantante romántico que embelesa a las chicas con sus mentiras. El HOMBRE. Esa figura, la del crooner, siempre ha sido un espejo para mí, ya desde El Diablo en el Ojo. O me la han adjudicado o yo mismo me he visto ahí. Después he ido creando muchos trabajos que se han alejado de todo eso, pero precisamente ahora me parece que esa figura me sirve para hablar de todos esos temas de los que se está hablando hoy día: monogamia, género, qué es ser hombre y qué es ser mujer. Y ahí, coger la figura del crooner como paradigma de hombre incuestionable, con sus axiomas indiscutibles, me parece interesantísimo justamente para hacer un trabajo de deconstrucción. La balada del hombre penetrado es una deconstrucción del crooner. Y volviendo al reflejo de la pandemia, he escrito un montón de canciones, muchas en catalán, entra las que está L’allau, donde sí hablo en concreto de todo ese desasosiego de la actualidad. No de manera gráfica sino más abstracta, pero sí habla de todo ello: el ansia de libertad mezclado con esa sensación como de caerte.
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