No es solo que sea la hemeroteca fotográfica de la escena musical de toda la isla, es que José Luis Luna (Palma, 1958) es también el presente. Ahí van ya dos virtudes.
Guarda meticulosa y coherentemente ordenadas miles, decenas de miles de fotos de conciertos. Si quieres ver una instantánea para hacerte a la idea de cómo fue, pídele que te la enseñe. O mejor, si quieres saber cómo estuvo el concierto, dile que te lo cuente. Porque más hercúleo que desfondarse en un objetivo que amas -la fotografía- es desfondarse en dos -la música-. Es fácil saber qué está haciendo Pep: si no está haciéndole fotos a la música, está escuchando música. Se me olvidó preguntarle qué ama más, si una u otra. Que yo conozca, es una de las personas que más tiempo dedica a escuchar música. Y si tiene gusto para aquella, desde luego también lo tiene para esta. Ahí va otra virtud; van tres.
Hizo sus primeras fotos en la edición de 1985 del añorado Festival de Jazz de Palma, con la única voluntad de guardar un recuerdo para sí mismo de aquellas totémicas figuras del jazz de calibre mundial que visitaron la isla (el jazz, siempre el jazz). El ciclo desapareció en 1990, cuando la habitual ignorancia y dejadez hasta el menosprecio por la cultura de la clase política hizo adelgazar energías y dineros hasta esquilmarlos. Aquel año Luna dejó de hacer fotos de directos, y pasaron casi veinte años. Aquella primera etapa fue de solo seis años, pero bastaron para que aquel recién llegado, el mismo que hoy sigue diciendo que no es un profesional sino solo un gran aficionado (al jazz, siempre el jazz), acumulara loas hasta el punto de ver reclamadas sus instantáneas para una exposición sobre el festival.
Con talento desde el inicio y con humildad hasta hoy. Otras dos; van cinco.
Ama tanto la fotografía de directo que no ha dudado en ampliar margen de acción. Como él mismo testifica, «con los años he ido descubriendo músicas que no me gustan pero sí su puesta en escena. Como fotógrafo quiero estar en esos conciertos». Sin prejuicios; seis. Vinculada a esa envidiable amplitud de miras está su labor en esta revista: las fotografías de Pep Lluís Luna son una de las columnas vertebrales de Mallorca Music Magazine. Son el periodismo gráfico de un gran periodista (siete), y a menudo son también arte (ocho).
Es sencillo y tajante: sin la generosidad extrema que demuestra volcando gran parte de su ingente trabajo en este medio de comunicación dedicado a rastrear la escena musical local, esta revista no existiría (nueve; bueno, esta vale por dos; van diez virtudes). Como alguien gusta de afirmar, es un lujo, un placer y un honor compartir con él trabajo, amor por la música y amor por sus fotos.
Porque es sencillo y tajante: José Luis Luna es un hombre de virtudes.
‘Mirades’, fotografías de José Luis Luna en el festival Alcúdia Jazz 2014-2022
Hall del primer piso del Auditori d’Alcúdia. Sábado 23 de septiembre y a partir del 25 de septiembre en horario de mañana y tarde.
Se lo he preguntado a premios Nacionales de Fotografía, a premios Ortega y Gasset de Periodismo Gráfico o a Cátedras Manu Leguineche, por tanto qué menos que planteártelo también a ti. De redactor a fotógrafo: ¿una imagen vale más que mil palabras?
No siempre, pero muchas veces sí. La palabra es muy importante, pero como fotógrafo he de decir que una imagen puede explicar más que mil palabras.
El gran y ya muy añorado Xavier Mercadé, preguntado sobre a qué cree que se habría dedicado si no fuera fotógrafo: «Supongo que un triste empleado de banco».
[ríe] Sí, paradójicamente he sido empleado de banca.
¿Cómo fue tu camino desde la lámpara y la oficina hasta los focos y el foso?
Todo empezó con el Festival Internacional de Jazz de Palma [ciclo celebrado de 1981 a 1990]. En 1984 me compré una réflex de segunda mano con la intención de hacer un par de fotos como recuerdo de aquellas actuaciones. El festival trajo durante años a las figuras más importantes del mundo del jazz. Afortunadamente, me tuve que quedar con lo que había, un objetivo 70-200 mm, que es lo que me ha dado vida a nivel de fotografía. Las fotos me iban saliendo más o menos bien, se ve que tenía cierto gusto y encuadraba bien. De tal manera que en 1989 me propusieron hacer una exposición en el Palau Solleric [ahora Casal Solleric] con mis fotos de las ediciones de 1985 a 1988.
Comenzaste pues con una réflex de segunda mano con un 70-200, tirando con carrete y revelando en papel.
Utilizaba diapositiva.
¿Diapositiva revelada como papel? Eso daba una gama de colores única y preciosa. No hay Photoshop que pueda replicar aquello.
Es que era más fácil forzar el revelado de diapo que el de negativo [así se forzaban los colores]. El carrete indicaba que era de 800 ASA, realmente era de 400 y nosotros lo revelábamos a 1600. Además, las diapositivas son retroiluminadas, lo cual te daba una luminosidad muy particular. También por eso durante muchos años he tenido mentalidad de diapositiva: lo que encuadras es lo que tiene que salir en la foto.
¿Cuántas fotos tirabas por concierto?
Tres o cuatro. Un carrete para todo un festival completo.
Esa economía sí que es también un buen aprendizaje.
Para el concierto de Miles Davis [en la edición de 1986 del Festival de Jazz] ya utilizaba dos carretes, y creo que a él le dediqué seis fotos.
El Festival de Jazz celebró su última edición en 1990. ¿Cómo siguió tu andadura?
Hice otra exposición en La Caixa, pero después del último festival estuve prácticamente veinte años sin hacer fotografía de conciertos.
Veinte años.
Para mí era un aprendizaje. Aunque pudiera tener algunas fotos con calidad, no era profesional. Ni siquiera hoy día me considero un profesional, menos aún en aquel entonces.
Es curioso, a menudo se recuerda la primera cámara pero no la primera foto. ¿Recuerdas ambas?
La cámara era la Canon A1, puntera en aquel momento. Como digo, me obligaron a comprar un objetivo 70-200. Si no hubiera sido así, si hubiera sido un 50, ni me habría planteado hacer fotografía de conciertos. Con el 70-200, desde la tercera o cuarta fila, ganabas rapidez a la hora de conseguir el cuadro. Y la primera foto, una del trombonista Slide Hampton de la primera edición del Festival de Jazz a la que fui con cámara por primera vez [la de 1985, concierto celebrado el sábado 27 de julio en el Auditòrium]. Es un frontal con la cara de Hampton y la parte delantera del trombón, con un efecto bokeh [de fondo suavemente desenfocado]. Un tipo de foto que posteriormente he utilizado mucho, con más o menos desenfoque y distorsión de las luces, desde diferentes ángulos.
Gisèle Freund: «El conocimiento técnico es poca cosa; ante todo hay que aprender a ver». ¿Hay un momento, o un lapso de tiempo determinado, o una época en la que te dices a ti mismo «ya sé cómo quiero ver la fotografía de conciertos»?
Diría que al poco tiempo ya tenía un criterio más o menos claro de lo que quería hacer. Otra cosa es que me saliese. Me limitaba lo que tenía, y lo que buscaba era aprovechar el 200 al máximo. Siempre me ha gustado mucho el primer plano, corto, con ligero desenfoque, y lo primordial: que los ojos estén enfocados. Si el ojo no está enfocado no tienes una buena foto. Cuando empecé a fotografiar rock ya me adecué a la mayor cantidad de colores que se usan. En el jazz también se han ido ampliando, pero por ejemplo aquí, en el Alcúdia Jazz, aunque se utilizan luces muy vivas también son muy delicadas. No te pegan fogonazos. A menudo los conciertos parecen discotecas. Aunque al final, ya con la etapa de conciertos de rock, me gusta jugar con esa cantidad de luces. Como suelen utilizar un mecanismo fijo, te aprendes el ciclo automático de las luces, esperas y disparas.
¿Qué leyes inquebrantables propias, estéticas o técnicas, has roto a lo largo de los años?
Como decía, durante muchos años tuve mentalidad de diapositiva: reencuadrar era un pecado. Ahora, no siempre, pero a menudo reencuadras. Debes tener un punto de enfoque muy determinado, y a veces por fuerza tienes que reencuadrar. También porque los tamaños de lo digital te lo permiten.
Qué curioso. Una de las herramientas que más y mejor se ha desarrollado en Photoshop es la de reencuadrar. Es tremendamente versátil y eficaz. No solo no altera la imagen en absoluto sino que a veces la mejora en cierto grado.
Yo lo hago a mano.
He conocido unos cuantos grandes fotógrafos que cuando alaban sus instantáneas responden: «Gracias, pero yo realmente lo único que sé hacer es encuadrar».
Es muy importante.
Es conocido el orden escrupuloso con el que guardas y archivas tus fotos. ¿Igual con los números, aunque sea en tu cabeza? Número de conciertos o de instantáneas, número máximo de conciertos o de fotos en un día, países en los que has trabajado, etc.
Precisamente la estadística de este año la he abandonado bastante. Allá por abril. Aunque tengo los datos más o menos controlados. Creo recordar que el año que más conciertos he fotografiado fueron 263. Aunque claro, hoy un concierto puede ser de una hora, tres, o un showcase de veinte minutos. Fue hace unos cinco años, poco antes de la pandemia. Actualmente la media es de más de doscientos conciertos.
¿Y el número máximo de fotos?
Cualquiera de Mallorca Live Festival, Jazzaldia o JazzEñe.
Recuerda a aquella frase mítica de Lou Reed: «Una semana en mi vida es un año entero en la vuestra».
Es normal, en los festivales es donde puedo ver y fotografiar más conciertos en un mismo día.
¿Hiciste fotos durante la pandemia?
Sí, al final hubo bastantes conciertos. Hice cientoypico, que ya son. También porque se mantuvieron festivales de jazz como el de Palma, Eivissa o el Alternatilla de Fonart, porque se hacían en lugares como claustros o el Castell de Bellver que facilitaban todo aquello de mantener las distancias.
Oí una reflexión sobre nuestra profesión, el periodismo, que me resultó muy llamativa: antes que el entrevistador, quien se da cuenta de cómo ha cambiado una persona, a qué ha evolucionado, es el fotógrafo. Se alude no al físico sino al espíritu. Porque la enésima entrevista se da en automático, pero tú puedes estar hora y media mirando directamente y muy de cerca los ojos, los ademanes de un artista. Contaba un fotógrafo que en las fotos que tomó de Miles Davis con veinte años de diferencia se podía ver cómo había transmutado desde la altivez y la barbilla siempre alta, hasta la pesadumbre y los hombros alicaídos. ¿Te ha pasado?
Algo parecido. A menudo ves, a través de la cámara y también durante el mismo concierto, la tranquilidad que dan los años.
Claro, esa actitud distinta puede ser en un sentido o en otro.
Exacto. Sí he visto artistas que al inicio de su carrera van rígidos y preocupados de que no les falle ni una nota, de entrar en el momento justo o que la banda responda como quieren. Y al cabo de los años ves cómo no es que toquen en automático sino que disfrutan más en el escenario. Te salen otro tipo de fotos, que también son bonitas: más simpáticas y no de tanta concentración.
Esa evolución en el directo la he detectado por ejemplo en Jorge Pardo. Le ves hoy y se lo pasa pipa en el escenario. Lo controla todo y se nota, pero al mismo tiempo no para reír. Y ves que además lo traduce genialmente en música.
También pasa con la gente que ya no tiene nada que demostrar. Se les ve disfrutar mucho más porque no tienes que esforzarte en ser el mejor si ya lo eres, y Pardo lo es. No tiene que conquistar al público, que viene expresamente a verle.
¿Has hecho o haces más fotos aparte de las de conciertos?
Me gusta mucho viajar, y hago mucha fotografía de viajes. Pero no me considero un buen fotógrafo de ello.
¿Pero viajas para hacer fotos, o viajas per se y ya que estás las haces?
Básicamente primero viajo, y después normalmente hago fotos. Pero alguna vez sí he viajado sabiendo que podré hacer buenas fotografías. Por ejemplo, Islandia. Allí vive mi hijo, en Reikiavik, y el último día, estando en un jacuzzi exterior rodeados de nieve, pudimos ver la aurora boreal. Pero viajo para irme de vacaciones.
En los directos se busca el gesto definitorio. ¿No te atrae el retrato en estudio? Para empezar, es un hábitat que podrías controlar al 100%.
No lo he hecho nunca. También porque, primero, no controlo las luces de estudio. Y segundo porque me he acostumbrado a adaptarme a las luces que tengo. Busco igualmente hacer retratos, solo que los busco en los conciertos.
Directriz habitual: «Fotos solo durante las tres primeras canciones». Aun no refiriéndose a ello sino como reflexión general, dijo Cristina García Rodero: «El fotógrafo tiene que ser desobediente».
Procuro ser muy respetuoso.
Pero puedes, sabes perfectamente hacer fotos sin molestar tras esas tres primeras canciones.
A veces, si conozco al músico o al promotor, pido permiso para hacer algunas fotos al final o de encuadre más general.
De nuevo Mercadé: «Nunca he hecho ascos a ningún género musical. Aun es más, admiro a cualquier persona que tenga los arrestos necesarios para subir a un escenario, ya sea Tom Waits o Melendi, Núria Feliu o Dead Kennedys». ¿De acuerdo?
Siempre he fotografiado artistas que me gustan, pero con los años he ido descubriendo músicas que no me gustan pero sí su puesta en escena. Como fotógrafo quiero estar en esos conciertos. Hoy día se montan escenarios increíbles. De hecho, solo recuerdo un caso, el de un rapero que en todo un escenario en el Mallorca Live ni se movía [ríe]. Es más, lo que me he podido encontrar a menudo es diciendo que he disfrutado del concierto pero no de hacer fotos. Hay músicos extraordinarios que en directo no se mueven, y los hay que musicalmente no me dicen nada pero fotográficamente me han dado mucho margen porque no paran de ir hacia adelante y atrás, o de pegar saltos.
¿Cómo está la proporción entonces? ¿Ganan los conciertos en los que disfrutas de hacer fotos y de la música?
Sí porque al final la mayoría de conciertos a los que voy son de gente que me gusta. Aunque suele ser más habitual encontrarte con que es difícil sacar un buen provecho fotográfico.
Se dice que el mejor amigo posible del fotógrafo de conciertos no es el segurata sino el técnico de luces.
Totalmente. Antes la relación era más tirante. Sueles pedir que en algún momento haya la luz mínimamente adecuada para hacer fotos, que todo se vea y esté bien iluminado, que no todo sean rojos o fucsias. Lo entiendo, tienen su manera de trabajar y es como si a mí me piden ángulos muy abiertos cuando lo que me gustan son los cortos. Pero con los años vas coincidiendo a menudo te haces amigo, y puedes pedir cinco minutos para hacer tus fotos. Pasó en la reciente Fira del Disc, con un técnico a quien además no conocía. A los grupos de rock les gusta que siempre haya humo, y a menudo al batería ni se le ve. Pedí unos minutos sin humo para retratar bien a todos los integrantes, y los tuve.
Es cierto que actualmente llegas a ver momentos de hasta complicidad. Fotógrafos que desde el foso hacen una seña a la mesa de luces, y el técnico sube equilibradamente la intensidad de las luces durante un minuto, o cuarenta segundos, para que puedas hacer tus fotos con buena iluminación.
Cierto, a mí me pasa. Incluso al revés, cuando hay demasiada luz, con luces más radicales tipo cono centradas en cada uno de los integrantes de la banda, o cuando hay luces fuertes pero hay músicos casi a oscuras y prácticamente no se les ve.
¿Por qué has traído estas fotos y no otras a tu exposición?
La verdad, primero porque solo tuve tres días para escogerlas y editarlas. Así que solo había que procurar que hubiera una foto de cada concierto.
A pesar de la premura, ¿buscaste algún leitmotiv?
Sobre todo quería que hubiese una buena representación de músicos locales. De todas formas, a menudo tener poco tiempo para elegir es mejor. No estás dos horas eligiendo una foto. Y también que hubiera equilibrio, que no fuera mayoría de saxofonistas o de baterías.
Y precisamente porque el retrato corto es habitual en tu vocabulario, ¿las «Mirades» son las suyas, las de los músicos, o las tuyas?
En este caso son las mías. Me gusta mucho retratar la mirada del músico, pero en esta ocasión es la mía como fotógrafo. O como público.
Pues tienes fotos extraordinarias donde no hay mirada del artista.
Considero que, posiblemente, la mejor foto de un concierto que he hecho nunca es una de Sílvia Pérez Cruz donde no es que no haya mirada, es que no sale ni su cara. A ella también le gustó mucho: la utilizó todo un año para anunciar sus conciertos.
Tu próxima exposición es en Eivissa.
En la cuarta edición del festival Jazz Point Ibiza, que organiza una empresa privada aunque sí tiene subvenciones municipales. Fotografié en las dos primeras, y la tercera me cogió en Estados Unidos, que hizo Ferran Pereyra. Este año se hace una exposición sobre las tres primeras ediciones y la hacemos los dos juntos. Es una muestra cortita, cinco fotos por cabeza.
Pregunta habitual: ¿a cuántos conciertos va Pep Lluís Luna? Pero yo también me pregunto: ¿en cuántos medios colaboras?
A pesar de que normalmente cuando te piden una «colaboración» significa que no cobrarás, en papel publico habitualmente en toda la prensa local, y en prensa especializada nacional como Enderrock, Jaç, que ya no existe, o Ruta 66. En web son multitud, incluso en algunas que ni me he enterado que publican fotos mías. También he publicado en diarios de Italia, México o Canadá. Y en un libro escolar de texto.
¿En un libro escolar?
Nunca pensé que publicaría en un libro de escuela. Era una foto de Júlia Colom.
¿Y labores de organizador, colaborador, asesor?
Como organizador, el homenaje a Bowie. O más bien di el primer empujón para organizarlo. Pero mi labor más habitual es ir a festivales como fotógrafo oficial contratado por la organización, como el JazzEñe, Ibiza o algunos festivales locales.
En este mundillo el recorrido, real y comprobable, se valora mucho. Algunas labores de asesoría habrás hecho.
A nivel personal sí he puesto en contacto a artistas o grupos con festivales. Que al final, después de tantos años, resulta que han sido bastantes.
El festival de jazz más importante del año en Mallorca, junto con el Jazz Voyeur, es el de Sa Pobla. El año pasado participaste de una manera tan particular como hermosa.
Años antes había expuesto en el festival, y en la edición del año pasado el organizador Pep Crespí me hizo una propuesta muy bonita: hacer con mis fotos del festival postales para regalar al público. Se hicieron doce fotos y cien postales de cada una, que se agotaron entre asistentes y músicos participantes.
Y la última pregunta: ¿Qué foto se te escapó?
Muchas… muchas… Sobre todo al principio. Veía fotos pero la cámara no daba para hacerlas. En exterior todavía, pero en interior, en locales con poca luz, era imposible. Incluso con mi primera digital, que compré a finales de 2009. Recuerdo unas fotos de 2010 en el Teatre de Lloseta que salieron muy oscuras, prácticamente negras. A menudo pienso que si al principio hubiera tenido la cámara que tengo ahora, tal vez habría hecho muchas más fotos decentes, incluso algunas buenas.
En 2009-2010, tras esos casi veinte años después de estar sin hacer fotos de conciertos, volviste ya con una cámara digital. Nuevo aprendizaje.
Fue de nuevo un aprendizaje desde el principio. La técnica es muy diferente, para empezar porque tienes muchas opciones y también condicionantes. Y luego además, aprender a editar digitalmente. Aunque para editar los archivos RAW [el formato nativo con el que las cámaras profesionales graban las imágenes] me he quedado con una aplicación muy sencilla que viene con la misma cámara. Photoshop solo para tamaño, peso, marca de agua y poco más. No puede ser que veas en la foto final colores que no estaban en el concierto. Es también una vuelta al inicio: aparte de pequeños retoques, la foto tiene que estar ya hecha en la cámara, no surgir en el ordenador.
Pues hay quien vende que en breve cualquier Inteligencia Artificial podrá crear una foto a partir de las variables que le des. Por ejemplo: Miles Davis, blanco y negro, mucho humo, ximbomba.
No creo que sea así. De momento.
Yo tampoco lo creo. Ni siquiera a largo plazo porque ninguna Inteligencia Artificial tiene ni tendrá ojos. Y para hacer fotografía hay que mirar.
Ni tiene miradas.
Publicado por:
Periodista de Cultura desde 1997. Lo último, 18 años en Diario de Mallorca (también como diseñador editorial). Antes recuerda haber pululado por Cadena Ser/Radio Mallorca, IB3 TV/Ràdio, Mondo Sonoro Balears, Youthing o Radioaktivitat, más diversas promotoras, productoras, agencias de comunicación, centros de creación y gestión cultural, etc. Ingresos extra como DJ y liante.
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