Lunes, 4 de septiembre de 2017.
Él: «Tenemos que ir a Son Sardina esta noche».
Yo: «¿Hoy, lunes? ¿Hay verbena?».
Él: «Toca Pere Bujosa».
Yo: «No sé quién es».
Él: «Desde esta noche no olvidarás quién es y no querrás dejar de saber qué está haciendo».
¿Qué si desde entonces me ha interesado lo que hace el contrabajista y compositor Pere Antoni Bujosa Abellán (Palma, 1992)? Me habría ido a vivir con él para saber qué estaba haciendo.
Ante la pregunta tópica de cómo hacemos para acercar el jazz al gran público, contestamos que lo haga quien quiera aprovechar la vida. Comer lo puede hacer todo el mundo pero escuchar jazz requiere esfuerzo, y enriquece por dentro de manera comprobable. El jazz va hipertrofiado de calorías sanas, y la carga energética que ha ido cocinando Bujosa ha generado alertas de erudición, creatividad y osadía en Who’s Holland (autoeditado en 2017 como Pere Bujosa Group; batería Quique Ramírez, guitarra eléctrica Sebastià Rosselló, piano Tomás Fosch, trompeta Pep Garau y colaboración de David Soler, guitarra steel y eléctrica, en tres temas), Wabi-Sabi (Fresh Sound, 2019, colabora Lucas Martínez al saxo tenor en un tema) y ahora el EP de cuatro composiciones Arise (autoeditado, 2021). Los dos últimos en formato trío: desde 2017 y desde Ámsterdam se comprime y limita a la formación de tres, junto al pianista Xavi Torres y al batería Joan Terol. Se comprime y limita, o no. Porque esto es jazz.
En Son Sardina me hice mi etiqueta mental: «Jazz sabio y también desprejuiciado». ¿Correcto?
Siempre he pensado que «sabio» llega a partir de la experiencia y conociendo perspectivas de muchos sitios distintos. Desde luego que quiero visitar todos los lugares musicales posibles para reflexionar sobre ello después y así construir mi propio criterio. Eso sería la falta de prejuicios. ¿Sabio? No podría asegurarlo tan pronto.
Habrá que quedar para dentro de veinte años al acabar la entrevista.
Exacto.
Sobre los puristas: no hace falta ir hasta el free jazz. Hay clásicos incontestables que se pasaron un par de cientos de ortodoxias por el forro de sus respectivos instrumentos. Pero siempre hay algún poso: ¿qué tienes de purista?
Durante un tiempo tienes que ser no “purista”, pero sí imponerte estándares, cánones o criterios muy claros. Sobre todo en lenguaje y estilo. Pero después, cuando contextualizas, topas con el mundo globalizado del siglo XXI: se crea más en colectivos que no individualmente. La Sociología lo viene formulando desde hace años, por ejemplo Byung-Chul Han [filósofo surcoreano experto en estudios y procesos culturales]. Afirma que estamos tan influenciados los unos de los otros e intercomunicados que el concepto de «originalidad», de individualidad, por tanto de purismo, ya no es tan romántico como antes, en otras épocas en las que las comunidades artísticas estaban muy poco interconectadas.
(…)
Perdón si divago.
Diría que en absoluto.
¡Ah! Ya he vuelto [y los dos nos reímos]. ¿Purista? En muchas cosas sí, porque hoy muy a menudo intentan darte gato por liebre. Es muy importante estar informado, tener sentido crítico e investigar.
Conectando con ese espíritu de búsqueda de raíces reales: el fascinante Brad Mehldau señala al sui generis Fred Hersch como maestro primigenio. Lo que recuerda que el jazz actual más interesante no suele nacer de escuchar repertorio de primera mitad del siglo XX. ¿Las influencias fundamentales en tu visión del jazz?
Te influencia lo que te afecta emocionalmente en determinadas circunstancias y es lo que buscas reflejar cuando escribes música con similar mood, tempo, estilo o visión. Para mí, Charles Mingus por su personalidad musical, política y hasta actitudinal. Diría que es el Bukowski del jazz. En mi instrumento, Ray Brown o Dave Holland, también como compositor y aceptador de riesgos. Del siglo XXI, Christian McBride, modelo de sonido norteamericano con toda la tradición de blues, soul y bebop. También tengo satélites, influencias que van y vienen: Eddie Gómez, Scott LaFaro… Y en general, los grandes por su influencia singular: Monk, Ellington, Coleman, Bill Evans, el pianista que más he escuchado; la crudeza de Adderley, Rollins y, cómo no, Coltrane. ¿Quién no ha estudiado sus temas? Y a menudo busco los orígenes de un referente moderno. Por ejemplo en Joshua Redman.
¿Arise? ¿Surgir, levantarse, emerger o plantearse? ¿De dónde y hacia dónde?
Wabi-Sabi, de 2019, fue el gran proyecto. Para el público que esta música puede tener, tuvo una recepción bastante positiva. Después, este último año, sentí la necesidad de identificarme plenamente con lo que escribía. Aquel proyecto tenía muchas influencias y elementos que lo inspiraban. Tuvo su razón de ser, pero después llegó la sensación de grupo con entidad propia, alejada de referentes directos. Resonaba en mi cabeza una frase de Holland tras un concierto con Miles Davis: «Cuando plantes tu árbol y eche raíces, defiéndelo y mantenlo de pie».
No está la electrónica del anterior Wabi-Sabi. ¿Dónde has puesto el desprejuicio y lo contemporáneo?
Siempre es difícil definirse a uno mismo… Imagina que eres una tarta: la base es toda la música que has ido respirando durante años. Quieres mezclar en esa base elementos de fuera del canon aceptado. En música, por ejemplo, como ya habían hecho algunos, coger estructuras y combinaciones de la música carnática [música clásica del sur de la Índia], que son bastante complejas, como las polirritmias. Esos ritmos digamos rotos, los llamados «polipulsos». Es cierto que no hay electrónica, pero sí he buscando reflejar su mismo mood, la repetición y tensión tan suyos. Orquestándolas lo necesario, he introducido texturas propias de otras músicas en el terreno común del trío de jazz. Ahí está mi falta de prejuicios: vas probando hasta encontrar esa mezcla que crees que funciona en jazz, puro método científico de ensayo-error.
Me sumo a los que no conocían la música carnática.
Tuve una asignatura cuando estudiaba en Ámsterdam, y en la universidad hay un departamento muy potente sobre ella. En los últimos años ha habido una especie de boom. Pero no es una fórmula cerrada que puedas añadir sin más. Es bastante complicado, aunque a veces basta coger elementos muy determinados, sobre todo los rítmicos. Mi punto de vista es occidental, y un indio nunca diría que incluyo música carnática en lo que escribo. No tiene la melodía, los melismas, etc.
Uno: Avishai Cohen [totémico contrabajista y referente en el formato trío]: «Sí, está la melodía y sí, está la armonía, que lo recorren todo. Pero por encima de todo, está el ritmo». Dos: la supuesta imperfección del ritmo del estudiante baterista es lo que sacaba de sus casillas al profesor de jazz en la famosa escena de Whiplash (2014). Y tres: grabas Arise en directo, donde más peligra el ritmo. Aquí hay un órdago.
Cierto, pero llevábamos la música preparada. Yo llevaba semanas con ello, sabiendo que iba a grabar con músicos que son muy buenos lectores. Además, valoraba mucho que ya han tocado este tipo de música. Casi no tienes que explicarles nada y puedes centrarte en la música en sí misma. Aprovechando que tocábamos en el Festival de Jazz de Palma, al día siguiente hicimos un ensayo, donde pulimos ligeramente formas y fórmulas rítmicas.
En la sección rítmica de toda la vida y el compositor están los dos pilares para mí fundamentales: ritmo y afinación. Después ya vendrá todo lo que tiene que venir, pero precisamente en mi música le he dado muchísima importancia al lenguaje rítmico que se desarrolla. Mis melodías no son muy complicadas. No lo busco, o no soy capaz. Me interesa más lo trascendental o espiritual que transmite el ritmo. Una banda que camina sobre eso ya consigue el 80% del resultado, aunque por ejemplo el solista no sea extraordinario.
Conecta con lo que dijo Holland: «¿Las notas? Lo importante en el escenario es la actitud y cómo se relacionan los músicos».
Siempre ha sido un gran referente para mí, principalmente en aquella época que tocaba con Davis. Lo primordial era transmitir, crear un vínculo espectador-discurso musical, que la música sea un medio de comunicación por encima de la parafernalia de las notas. La nota solo está mal si la tocas fuera de ritmo, y a veces ni eso porque depende del contexto. Después, tus recursos te sacarán de ahí.
Esa actitud llevó a Holland hasta Hands, el álbum que grabó con el maestro flamenco Pepe Habichuela.
Estuve muy enganchado a ese disco. Lo maravilloso es su contexto: un músico totalmente consagrado, que no tiene necesidad alguna de arriesgarse, contactó no sé cómo con aquel círculo de flamencos y les dijo: «Me fascina vuestra música. Quiero ir de gira con vosotros y aprender con vosotros». Aunque sabía los problemas que le iba a traer, él que tiene una formación altísima, al no haber nada escrito sobre papel ya que esa escuela funciona memorizando. Pero al final su nivel de ejecución fue muy, muy grande.
Tardó más de dos años en decirle a Habichuela: «Ya estoy preparado para grabar».
Otro ejemplo de nivel y profesionalidad: tras dar una masterclass en Barcelona le quedaban cinco horas libres antes de dar un concierto en el Liceo. Pero como venía de gira, sin tiempo para estudiar, consideró que no estaba al nivel que ello requería, y se encerró todo ese tiempo en una sala de estudio a prepararlo.
Mantra: lo genuino del jazz es que está en todas partes. Y aquí llega Pere Bujosa y les lleva la contraria: es el rock lo que está omnipresente. Haces versiones de Radiohead o Nirvana. ¿La siguiente?
[ríe] Ya sé cuál será, ¡pero el rock está en recesión! Está lejos de su momento de popularidad, como se puede decir del swing o la música disco. Se hace rock de calidad, pero así funciona el capitalismo musical: todo tiene su época top, y después pasa. Llevamos unos diez años de pop latino remezclado, llamémoslo electrolatino, sumando trap y músicas urbanas como el reguetón, que por cierto es bastante más antiguo de lo que la gente suele pensar. Todos somos hijos de nuestro tiempo: toda esa música rock siempre me influenciará en mayor o menor medida. Sin olvidar que en los 90 rock y hip hop fueron los últimos géneros colocados y vendidos globalmente porque solo había cinco grandes discográficas en todo el mundo, mientras que hoy no existen en aquel sentido y todo, sellos, artistas, se ha multiplicado enormemente.
Otro sabio: «El trío es la formación ideal para el jazz siempre y cuando sea una dictadura democrática. Que el líder señale hacia dónde para que los tres juntos construyan». Pero es ver tres integrantes extraordinarios juntos y elucubrar sobre cómo encorseta el líder a los otros dos. ¿Cómo contienes a dos portentos como Torres y Terol?
No tengo que enconsetarlos porque soy consciente de los músicos con los que toco, los valoro por ello e incluso cuando escribo música me influencia su capacidad al tocar. A músicos como Xavi y Joan puedes hacerles indicaciones y siempre llegarás a un acuerdo, a veces según tu criterio y a veces según su visión, pero finalmente sonarán a Xavi y Joan, que es lo que buscas. Aunque intento no casarme mucho con los intérpretes para no depender de ellos. Otro batería distinto, con mismas indicaciones y mismos acuerdos previos, hará sonar distinto al trío. Hoy puedo decir que querría tocar con estos dos músicos todo el tiempo posible porque, aparte de capacidades y profesionalidad, en directo te lo hacen todo muy fácil, y disfrutas.
Y todo junto genera la magia de la música: en el tema que da nombre al EP se puede oír, etéreamente, a Torres tarareando la melodía. Gozándola.
¿Sí? Yo también suelo cantar mientras toco, truco de vieja-escuela para mantener la respiración, interpretar de manera más natural y evitar pensar en cosas externas, algo habitual hoy con el auge del multitasking. La presión de tocar y grabar en directo genera un focus bastante especial que no está cuando grabas por pistas y haces ochenta tomas, que da más libertad y simplemente es otro método. Pero grabar en directo te hace estar preparado, delegas y decides rápido porque ya te has enfrentado a ello antes.
Ese ligerísimo tarareo, o lo vivaz y casi juguetón de Dysfunctional Automaton, parecen indicar que se ha disfrutado mucho escribiendo y grabando estas músicas.
La frescura del directo ayuda a disfrutar mucho y sentir que estás trascendiendo. Sentirlo potente y además grabándolo. Se permiten imperfecciones que no lo son porque hacen orgánica a la música. Es parte indiscutible de la personalidad artística de los más grandes del siglo XX, antes del trabajo multipistas por ordenador: Hendrix, o Billie Holiday siempre cantando por atrás…
Más intuición: ¿es lo más ambicioso que has escrito?
Espero que por ahora.
Divertirse siendo ambicioso.
Hace tiempo que quería virar hacia este tipo de temas, y llegaron los elementos precisos: la gente y los elementos musicales que ambicionabas. Ha sido muy divertido aunque las bases jazzísticas sean tan complejas. Con cada concierto debo estudiar bastante. Una presión notable, pero cuando ves la banda perfectamente engrasada, sonar todo potente y que el mensaje musical comunica… He llegado hasta una música que creo que valía la pena compartir. Tengo muchas composiciones para las que ahora no veo ni el momento ni las circunstancias. Estas cuatro canciones son estéticamente afines, funcionan juntas.
Pero esta mesa tiene cuatro patas: una preciosa portada de Joan Garau.
Hace años que le sigo, porque además toco a menudo con su hermano Pep, el trompetista. Él estuvo en los muy recomendables Orange Juice Funk Collective [primer y único álbum, homónimo, autoeditado de 2013], cuya portada era de Joan. De los Orange, Pep y Quique [Ramírez, batería] tocaron después en Who’s Holland. En los anteriores álbumes trabajé con una pintora mallorquina porque me gusta mucho y porque es amiga personal, pero para Arise quería algo más conceptual. Me gustó lo que me envió desde el principio, llegando rápido y casi sin retoques al resultado final.
El trompetista Clark Terry señalaba tres etapas en un gran músico: imitación, asimilación e innovación. Hoy, se señala que el acceso universal, instantáneo y gratis a la música de internet lo ha reducido todo a imitación.
No del todo. Se ha multiplicado la creatividad como la falta de ella. Yo consumo sobre todo audio y vídeo a partir de YouTube, encontrando mucha innovación. Hay youtubers que hablan de historia de la música o innovaciones artísticas que me han inspirado a probar cosas nuevas. También valoro mucho que cada vez que se me rompe algo haya alguien que te explique cómo arreglarlo.
Pues de acuerdo con Holland (que tiene una discográfica, ergo no gana dinero con ello): internet es maravilloso porque antes solo podías escuchar a Miles Davis, pero ahora puedes verle y además en directo, comprobando cómo interactuaba con los músicos.
Sin querer ser demasiado inocente, lo es. Menos las redes sociales y el streaming, que se ha cargado la industria discográfica a pesar de que la idea de acceso universal a la música era genial.
Continaurem pendents del que faci el net de Na Comas dels ultramarins de Son Sardina.
¿Cómo has sabido eso?
En efecto, internet es maravilloso. Hasta te cuenta que el barri té un gegant amb el nom de la teva pradina.
Cierto, lo tiene. És un gran orgull per sa família.
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