Palma, viernes 27 de agosto de 2021
Concierto de El Altar del Holocausto en Es Gremi
Después de la apabullante paliza sónica que nos dieron los muchachos de F/E/A y tras un rato para refrescarnos el gaznate para paliar el calor sofocante de la noche en la sala, era el turno de asistir a la siempre reconfortante «homilía» de El Altar del Holocausto, que regresaban a la isla tres años después de dejar un muy buen sabor de boca en aquel Dead Fest celebrado en Sa Possessió. Esta vez venían presentando Trinidad, su nuevo álbum de estudio, engendrado durante aquel retiro espiritual obligado por el confinamiento del año pasado, y que iba a ser uno de los protagonistas de la noche junto con otros temas más añejos de la banda.
Poco antes de las once de la noche, uno de los miembros de la banda salió a la puerta de Es Gremi, tambor en mano, para llamar a misa a los pecadores que poblábamos el Café Club. Era la hora de empezar la homilía, el momento de acercarnos al altar del holocausto para purificar nuestras almas.
Conviene decir que, si nosotros pasábamos calor en la sala con la mascarilla, no me quiero imaginar los kilos que deben perder estos muchachos saliendo a tocar con los hábitos de nazarenos, cubiertos de arriba a abajo y sin parar quietos ni tres segundos. Bon Jesús, que decimos en mallorquín.
Apoyados en su imponente e inquietante apariencia, El Altar del Holocausto ofrecieron un show explosivo. Respaldados por una gesticulación y unas miradas poderosas, movimientos simulando estar en trance, crearon un clima muy especial con el que supieron envolver a los asistentes.
Pero, como si eso no fuera problema, los de Salamanca fueron metiendo al público poco a poco en su ambiente. En contraposición a lo mostrado por F/E/A, y pese a estar ubicados dentro de un mismo género, obviaron la experimentación y fueron más al grano con sus temas, dejándose llevar por la parte más espiritual de la religión cristiana.
Apoyados en su imponente e inquietante apariencia, El Altar del Holocausto ofrecieron un show explosivo. Respaldados por una gesticulación y unas miradas poderosas, movimientos simulando estar en trance, crearon un clima muy especial con el que supieron envolver a los asistentes. Las melodías de guitarra y los riffs duros ejercían de estribillos y estrofas, atrayendo e hipnotizando incluso a los menos habituados a los géneros instrumentales.
Al final de lo que se trata es de transmitir tus ideas y, de todos los conciertos que he visto en los últimos meses, pocos lo logran como estos tipos. Jugando con todos los efectos que tienen a mano, van sumando elementos para que el ambiente no decaiga en ningún momento del show, consiguiendo algo muy complicado: que prácticamente nadie del público pierda el tiempo con el móvil (salvo para pillar apuntes, jeje). Y no lo digo a malas, pero en este tipo de conciertos, con el ambiente capado por las restricciones, es muy fácil distraerse, cansarse de estar sentado (aunque suene a paradoja) y dejar de prestar atención a lo que sucede en el escenario por unos minutos. De ahí el meritazo de El Altar del Holocausto, que prescindiendo del instrumento más poderoso y con mayor capacidad de emocionar, la voz, fueron capaces de tenernos en vilo la hora y cuarto que duró el concierto.
A veces uno no sabe si los salmantinos inventaron estos personajes o si realmente son así, porque la verdad es que lo manejan con mucha maestría, pero igualmente agradezco que saquen el tema religioso para llevarnos a la parte espiritual del mismo…
Tras los agradecimientos, a grito pelado, y sus gestos de bendición mandándonos a rezar diez avemarías y doce padrenuestros, cerraron por todo lo alto con los que para mi son los dos mejores temas de su obra, El Que es Bueno… y Lucas I, 26-38, y que cierran su disco – S H Ǝ – de 2015. Se trata de dos canciones, unidas como si fueran una sola, en los que la melodía principal te transporta a los lugares más recónditos de tu propio espíritu y te devuelve a «casa» limpio como una patena, mientras ellos cierran el concierto en el clímax absoluto.
Y aquí terminó todo. Tuvimos viaje por la oscuridad experimental de F/E/A y luego regreso a la luz con la espiritualidad de El Altar del Holocausto. A veces uno no sabe si los salmantinos inventaron estos personajes o si realmente son así, porque la verdad es que lo manejan con mucha maestría, pero igualmente agradezco que saquen el tema religioso para llevarnos a la parte espiritual del mismo, que debería ser la más importante, seamos creyentes o no, en lugar de caer en los topicazos de siempre.
Sea como sea, el casi centenar de feligreses que acudimos a su homilía salimos de Es Gremi como nuevos, limpios por dentro y pensando aquello de «todo el mundo debería asistir a un concierto de El Altar del Holocausto al menos una vez en la vida».
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