1972, el maravilloso disco que grabó en 2003, fue la excusa para volver a traer al de Nebraska a la isla. La sala Es Gremi se llenó de un público que podríamos dividir en dos grupos. Por una parte estaba el público «musiquero» habitual de la sala, que nunca se pierde actuaciones de este calibre y que huelen desde lejos la trufa, sabedores de que van a asistir a algo importante y del privilegio que supone algo así en nuestra isla. Por otra parte, un segundo tipo de público menos «musiquero», que apenas conoce al artista pero acude por una cuestión social (no sea que el lunes llegue a la oficina y el compañero le cuente lo que se perdió). Podemos distinguir fácilmente a un público del otro. Los que pertenecen al segundo grupo tienen muchas cosas que contarse y no paran de hablar durante toda la noche mientras el artista canta.
Josh Rouse posee la virtud de hacer sublime lo sencillo y elevarlo hasta cotas muy altas, como así hizo el pasado viernes acompañado por una banda engrasada, de sonido fino filipino, acertadísima en la primera parte de concierto en la que desgranó, uno por uno y en el orden en el que se publicaron, los diez temas del disco que venía a recuperar en nuestra memoria. Temas como «Love Vibration», «Sunshine» o «Slaveship» sonaron meticulosos y muy correctos. Con «James» aprovechó para contarnos, en un voluntarioso castellano (con acento valenciano), la historia que hay detrás de esa joya de soul blanco sofisticado a la que muchos nos enganchamos con la primera escucha. Mucho flow y mucho funky le pusieron a la bailable «Come back», donde la banda formada por Cayo Bellveser al bajo, Xema Fuertes a la guitarra, Amadeo Moscardó al teclado y Alfonso Luna a la batería, quienes también suelen acompañar habitualmente a Alondra Bentley, dejaron patente su solvencia como músicos de estudio efectivos y funcionales. «Under your Charms», la canción que encandiló al mismísimo Prince, sonó sexy y sofisticada, y «Sparrows over Birmingham» espiritual y algo gospel, cerrando así una primera parte del concierto en la que desgranó sin sorpresas el álbum que vino a presentar.
La segunda parte de su actuación arrancó pretendidamente íntima y acústica, con el bardo interpretando solo, acompañado de su guitarra, la conocidísima «Quied Town», y su versión del «Pink Moon» de Nick Drake, entre otras gemas. Pero ni por esas consiguió callar a esa parte del público que tenía tantas cosas que contarse esa noche.
Con la banda de nuevo sobre el escenario se sacó de la chistera su «I will Live On islands», tan deudora de Paul Simon, y de ahí pasó a los bises para atacar «It´s the Nightime» y «Hollywood Bass Player». Poco más que reseñar a esa parte del público que era consciente de que estaba viendo y escuchando algo muy especial. A los demás, tan solo comentarles algo que tal vez desconocían y no supieron apreciar: que la noche del viernes tuvieron delante a uno de los compositores de pop más brillantes y elegantes de su generación. Si toman buena nota, seguro que podrán brillar aún más en las charletas del lunes en la oficina y presumir de que estuvieron allí, que se ve que eso también es importante.
No hay comentarios