Felanitx, jueves 26 de agosto.
Mala Rodríguez & Mari Leona: Gira acústica «Lujo ibérico»
Concierto en el Parc municipal de Sa Torre por las Fiestas de Sant Agustí 2021 de Felanitx
Cuando saltó la noticia se convirtió en una de las incógnitas del verano: ¿La Mala en acústico? ¿Una rapera en acústico? ¿Y de un álbum tan poderosamente icónico, tan rotundamente histórico y referencial como Lujo ibérico?
Como es habitual en un sarao en la part forana, básicamente respondió el banquillo local y de localidades colindantes: no pretendas sacar a los llonguets más allá de la Vía de Cintura ni ante una propuesta directamente única como esta. Al llegar no podías evitar el canguelo: sobre el escenario había dos sillas y nada más. Ni mesa de DJ, ni otros aposentos, micros u otros instrumentos para redondear la música, como percusión. Arrancó la velada y primera no sorpresa, pero sí ditada de mel: ante un «¡Te quiero!» lanzado desde el público, La Mala respondió henchida: «¡Yo te quiero a ti más!». Ya no es noticia que la jerezana esté de buen humor en un concierto, pero la hemeroteca guarda tantos capítulos de directos suyos que van desde la dejadez hasta la mala hostia, que no estuvo mal clarificar desde el inicio que aquella noche tocaba fuera tembleques y apriorismos de desconfianza. Cierto es también que dichos episodios son de los inicios de su carrera, hace ya bastantes años.
Y ahí estaba La Mala Rodríguez, cantante y cantaora, rapera, diva y leona, con el único acompañamiento de la guitarra sólidamente flamenqueante de La Mari Leona. Arrancaron con Peleadora, y si bien es cierto que a medida que pasaban las versiones acústicas (de ese lujo y prodigio del hip hop ibérico y nacional editado en el ya lejano año 2000), toda audiencia estábamos sentados sobre una anécdota, las maneras emitidas desde el escenario no generaban más que buena vibra. No era solo que la rapera estaba de buen humor y que el dúo, aún siendo mínimo, casi low cost, sonaba muy confiado y conjuntado. Era la actitud de La Mala: estaba, cantaba, interactuaba en ese escenario como si le diese igual que fuera la salita de ver la tele en un chupano de Las Tres Mil Viviendas de Sevilla o el Madison Square Garden. La Mala Rodríguez no estaba sobre el escenario: era escenario.
El tramo final fue orgásmico. Contrastaba la efervescencia creciente del público con los aires de la master of puppets. No eran displicentes ni altivos, pero este que firma los traduciría por algo del tipo «Claro que os iba a follar vivos. ¿O no lo esperabais? Que soy La Mala, joder»
Entonces llegaron dos piedras de toque, dos regates y desbordes por la banda, dos manotazos con guante de seda y también de hierro: uno, cantó Tengo un trato. La canción paradigmática del álbum referido, el tema, la biblia del rap en español que abrió el siglo XXI a la genuidad en el hip hop patrio, la incógnita principal que todo el mundo tenía: ¿Cómo iba a hacer La Mala en acústico Tengo un trato? Pues no lo hizo: la cantó a capela. Como diría un elevado: óooole tu coño. Ahí nos rompió la cintura, ahí nos quebró el prejuicio, ahí empezamos a sospechar que no íbamos a presenciar un concierto simplemente anecdótico. Ese fue el uno, el dos fue cuando cantó La niña.
La cambió entera, de arriba a abajo, reformuló la intención de cada nota, de la primera a la última. Ese fue el estallido del concierto y así quedaría el resumen: el carisma brutalmente duro, áspero, sangrante de La niña aguantó, hirió, hizo el mismo daño y generó los mismos entusiasmos que la original del disco. Ya no hubo espacio ni lugar para la duda: el concierto de La Mala Rodríguez acompañada únicamente de La Mari Leona a la guitarra aflamencada iba a ser extraordinario, único, sui generis, emocionante, sorprendente, bizarro, convincente y muy, muy lujoso.
El tramo final fue orgásmico. Contrastaba la efervescencia creciente del público con los aires de la master of puppets. No eran displicentes ni altivos, pero este que firma los traduciría por algo del tipo «Claro que os iba a follar vivos. ¿O no lo esperabais? Que soy La Mala, joder». María Rodríguez Garrido, la de Jerez de la Frontera del año 79, se llevó sus canciones donde quiso y triunfó en su órdago, para empezar, porque no vino a hacer rap. Por la noche aguantó, soportó y aportó. Superbalada fue insospechada e incontestablemente soberbia hasta la lágrima, la nuestra y diría que la suya. En otro Olimpo de la interpretación, fue capaz de sacarle más melancolía a Quién manda. Y nos taimó las ansias y las incandescencias penetrando y cabalgando cada una de nuestras cabezas en Contigo. O mejor dicho, qué hostias: jodió soberanamente que el concierto se acabase ahí.
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