El pasado sábado 25 de junio daba comienzo la segunda jornada del Mallorca Live Festival con las expectativas por todo lo alto. Solventados los problemas de colas y aglomeraciones del día anterior, se esperaba un día sin incidentes ni molestias, donde solo cabía disfrutar de la gran protagonista, la música. Puntuales tras la apertura de puertas y ante un sol todavía radiante, el dúo mallorquín Yoko Factor fue el primero en abrir el melón en el escenario 3, junto con Reïna que hacía lo propio en el escenario 5, dando inicio a la representación local. Presentaban su sensacional Primilege en el festival y desde los primeros acordes contaron con el arrope de sus numerosos fans, distinguidos por lucir la camiseta de la banda. Acelerados riffs de guitarra, distorsión en las voces y buena pegada en la batería consiguieron dejarnos un gran sabor de boca para comenzar la jornada.
Poco después hacían acto de presencia en el escenario 2 los mallorquines Bisuri i els Mossos. Liderados por su jovencísima cantante Aina Sureda de apenas 16 años, acompañada por los hermanos Mosso, el proyecto aglutina una heterogénea combinación de estilos de sus diferentes integrantes. A pesar de su escasa trayectoria, ya han sido finalistas en varios concursos de ámbito balear y catalán, quemando etapas muy rápidamente. Su paso por el festival supondrá sin duda alguna una valiosa experiencia para su incipiente carrera.
Y llegó el turno de Saïm, a quienes les tocó inaugurar el mastodóntico escenario 1. Este enorme trío liderado por Joan Roig, veterano en la escena mallorquina, presume de tener uno de los mejores directos de la isla. Comenzaron con cierta cautela sobre el intimidante escenario, dando rienda suelta a sus sonidos más poperos, pero poc a poc lograron sentirse más cómodos encima de las tablas para sacudirse la timidez y reivindicar la crudeza punk de sus orígenes. Entre otros, pudimos disfrutar de temazos como «Intempèrie» y «Autumne», de su último y sólido disco Fràgil.
Tras ellos, pero en el escenario 3, llegó la actuación de Paco Moreno. Era sin duda el más desconocido, pero su show no dejo a nadie indiferente. El almeriense se mueve con soltura en la mezcla de géneros: rumba, boleros, cumbia… Todo con un toque de humor negro, irreverente, en cada una de sus letras.
En el escenario 2, el elegante sexteto madrileño Club del Río se desenvolvía por los caminos del folk con naturalidad y solvencia. Muy interesantes y apropiados para la hora, con sus voces potentes y limpias, ritmos cálidos y armonías vocales poco habituales en estos tiempos hicieron las delicias de los allí congregados. Tras ellos pudimos ver a Temples en el escenario principal, con su neopsicodelia y esa imagen muy estudiada glam setentera. Sonaron potentes bajo la dirección de su líder James Bagshaw, que con ese aire a lo Marc Bolan derrochó carisma british.
Seguidamente, pero en el escenario 3, llegó el momento de Trashi, un joven cuarteto de músicos murcianos afincados en Madrid que, con apenas dos años de carrera musical, han pasado de tocar en su instituto a llenar las salas de la capital. Esta banda revelación nos sorprendió con su pop íntimo, fresco y sobre todo lleno de buenas vibraciones.
Al mismo tiempo, pero en el escenario 2, ofrecían su actuación los también neopsicodélicos, aunque más souleros, Rufus T. Firefly. La banda de Aranjuez, liderada por Víctor Cabezuelo y Julia Martín, con más de 10 años de carrera, está considerada hoy en día como una de las formaciones más solidas del panorama nacional de la música independiente, lugar que se han ganado a base de talento y tesón. En su primera vez en la isla, centraron su repertorio en los temas de El largo mañana, su último álbum, que ha figurado en casi todas las listas de lo mejor del 2021.
Con su puesta en escena fina y elegante, nos transmitieron buena vibra con sus letras y su contexto orgánico y sintetizado a la vez, pero coherente, sofisticado y bien ensamblado. Ellos tienen claro que lo importante es la música y la conexión con el público, y lo demostraron con creces.
Christina Aguilera, caprichos de diva
Aunque sufrimos el hándicap de que el management de la artista no permitió a los fotógrafos acceder al foso para realizar su trabajo, no quisimos perdernos el concierto de la norteamericana. Con más de media hora de retraso, quizás por el montaje de un escenario donde destacaba una iluminada escalera, llegó la esperadísima actuación de Christina Aguilera. En las primeras filas un nutrido grupo de incondicionales llevaban esperando desde primeras horas de la tarde para poder ver de cerca a su ídolo. Aunque la fórmula de su show fue sencilla y bastante comercial, con una apuesta acérrima por el lucimiento carnal, la cantante también nos dejó detalles de su personalísimo estilo, arropada por una troupe de bailarines de cuerpos musculados (ellos) y grandes figuras (ellas), con coreografías pivotando entre el burlesque y el reguetón latino.
El público, que volvió a abarrotar el escenario principal, explotó desde el primer segundo, mientras las grandes pantallas nos anticipaban lo que estaba por llegar: Ready to get… «Dirty» (preparado para la suciedad), tema con el que apareció en escena mientras bajaba los peldaños al más puro estilo Marilyn o Madonna, oculta tras unas enormes gafas y engalanada por un largo abrigo que en ocasiones cambió por una capa. Explosiva con la fuerza de una tigresa o una pantera, en ningún momento quiso bajar el ritmo del show y se hizo fácilmente con su público al interpretar temas míticos como «Beautiful» o el cinematográfico «Lady Marmalade», de la banda sonora de Moulin Rouge, entre otros.
La segunda parte de su espectáculo discurrió por la comercial corriente latina, a la que ha querido sumarse en su más reciente trabajo. En esa onda interpretó el single «Pa mis muchachas», que dedicó a su trío de bailarinas. A la hora de interpretar demostró una buena pronunciación en español, aunque al dirigirse al público quedó patente que sus raíces latinas no son tan profundas ni enraizadas. Con el público a sus pies, se apoyó en músicos y bailarines para ausentarse en varias ocasiones, e incluso simultaneó algunos temas con la proyección de sus videoclips, dejando la impresión de que buena parte del concierto fue interpretado en playback. Se fue sin despedirse, a lo reinona, bajo un estribillo que repetía su nombre (Christina, Christina…), dejando claro lo Diva que es y ha sido siempre.
Supergrass, como si no hubiesen pasado los años
No teníamos noticias suyas en la isla desde el Festival Isladencanta 2003, ni sabíamos en qué estado de forma estaban, pero la cosa pintaba bien desde el principio. Una banda de indie rock old school que afortunadamente no ha perdido fuelle con el paso de los años, y así lo demostraron en el escenario 2, coincidiendo en parte con Christina Aguilera, ante un público que no olvida que fueron bandera del Britpop de los 90. Así, asistimos a un repertorio plagado de himnos de incalculable valor que casi suenan mejor ahora que antes, mientras Supergrass se desenvolvían como si el tiempo no hubiera pasado por ellos. No es de extrañar que aglutinaran al público más rockero mientras la Aguilera montaba su show. A estos experimentados músicos les bastó con poco: un escenario, sus instrumentos y canciones eternas que cobran más sentido ahora, en su madurez.
Franz Ferdinand, los héroes de la noche
Como un bloque esculpido salieron los escoceses al escenario principal, Alex Kapranos elegantemente ataviado con su habitual chaqueta de lentejuelas y su telecaster, y con Audrey Tait a la batería en lugar de Paul Thompson. Desde el principio, comenzando con «The Dark of the Matinée», nos deleitaron con una masterclass de rock atemporal que puso al público a sus pies. «Walk away» sonó elegante, demostrando por qué siguen siendo una de las bandas británicas más interesantes de los últimos años. Recuerdan siempre a los Talking Heads del principio, y también a Bowie, por qué no, con sus características bases bailables y efectivas.
«Do you want to» sirvió de pretexto para agradecer la hospitalidad isleña a base de guitarrazos y un buen beat. La propuesta más auténtica de la noche, música de verdad, sudorosa y energética, como esos «refrescos» cargados de cafeína, mezclando old and new school con una facilidad pasmosa. «Take me out», con su inmortal ríff de guitarra, hizo levitar al personal definitivamente, mientras «Darts of Pleasure», con sus pegadizos acordes, sonó antes de empezar a desgranar los bises. «Love illumination» y la veterana «This fire» dieron el show por cerrado, con Alex Kapranos en plan mesiánico controlando y adueñándose del espectáculo, como solo saben hacer los grandes.
Trueno, el futuro ya está aquí
Mientras Franz Ferdinand ponían patas arriba el escenario principal, el rapero argentino Trueno hacía lo propio en el escenario 2 ante un público mucho más joven. Con temas como «Dance Creep» o «Feel Me???», puso a botar al respetable durante todo su directo al más puro ritmo de hip hop con reminiscencias de los 90. Este joven veinteañero, de nombre Mateo Palacios y oculto siempre bajo su gorra, venía abalado por los galardones obtenidos en las competiciones más prestigiosas de este género, como el Freestyle Master Series, entre otras, y no defraudó. Además, para demostrar su entusiasmo y ganas de darlo todo, se animó a lanzarse repetidamente al público, tras lo cual era devuelto nuevamente a escena gracias a la ayuda del personal de seguridad, quienes ya habían sido advertidos del malabarismo del porteño.
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