Palma, miércoles 16 de noviembre de 2022
Concierto de Sheila Blanco presentando su espectáculo «Cantando a las poetas del 27» en la sala Ireneu de Palma
La sala Ireneu acogió el pasado miércoles la poesía de las autoras del 27 gracias a la voz y maestría de Sheila Blanco. Nos recibió un escenario con un piano y una pantalla en la que se proyectaban las siluetas en blanco y negro de las diez mujeres que son el motor de este viaje poético y musical. Estas ilustraciones nacen del trabajo de investigación de Sheila Blanco, de los tesoros que descubrió durante esta odisea que la ilustradora gallega Vanesa Álvarez homogeneizó con la intención de crear una mayor armonía y una mayor cercanía. En el centro de esta ilustración, destaca la figura de Sheila cantando con los ojos cerrados y con las manos a la altura del corazón, porque es con el corazón con lo que canta a las otras nueve mujeres cuyas siluetas completan esta ilustración, la misma de la portada y la carátula de este último trabajo. Este blanco y negro, este juego de sombras, solo se rompe por la presencia de figuras geométricas de colores diversos. Formas y colores nada gratuitos, sino que guardarán relación con los poemas y con su interpretación personal. Este concierto demostró que no basta con escuchar a Sheila; hay que verla cantar, tocar, bailar y sentir; porque consigue hacer todo esto sentada al lado de su piano y la mayoría del tiempo lo hace con los ojos cerrados y con una sonrisa permanente en el rostro.
Sheila Blanco nos sorprendió ya con su entrada, eligió la sencillez y la naturalidad de un simple «Hola, ¿qué tal?» mientras recorría ese mismo camino que los asistentes habíamos hecho para ocupar nuestros asientos, ella lo recorrió para subir al escenario y sentarse en la banqueta junto al piano. Y junto a ese piano nos contó la historia de este proyecto, de este último trabajo, Cantando a las poetas del 27. Trabajo que nace desde la admiración y desde la inquietud: su admiración hacia Federico García Lorca; y su inquietud después de ser consciente de la ausencia de escritoras, de nombres femeninos en este grupo poético; y en, prácticamente, toda la literatura anterior. Una ausencia que se plasma en las hojas de la historia literaria, pero la realidad de esos años 20 sí que estuvo rodeada de grandes mujeres, artistas, escritoras, pintoras: Las Sinsombrero de Tània Balló, el trampolín del que se lanzó Sheila Blanco para homenajear con su voz a las poetas del 27. Si Lorca, Alberti, Salinas fueron la edad de plata de nuestra literatura, ellas son nuestra edad de oro, y una Sheila Blanco reluciente con un vestido ocre parecía querer reivindicar a estas poetas doradas de nuestra literatura.
Este viaje conectó vida, música y poesía, porque antes de cada canción, ella nos presentó a cada una de estas poetisas, adentrándose en la esencia de su vida y de su obra, y así vinculó cada poema con su composición musical. Solo escuchando esas inquietudes se puede entender plenamente la magia de este proyecto. Pétalos quiero besarte la risa de Josefina Romo Arregui de su poemario inaugural La peregrinación inmóvil, que escribió con tan solo 19 años, fue el poema elegido para arrancar este mágico viaje. Unas manchas granates aparecieron en la pantalla junto con la sonrisa de Josefina Romo Arregui; y en ese momento, la dulzura y ternura de la voz de Sheila Blanco inundó toda la sala. Y con este primer poema, Sheila Blanco hizo toda una declaración de intenciones, porque ella no solo canta; ella siente, transmite y acompaña. Y una sonrisa acompañó a toda la melodía de este poema; y sus manos, no solo acariciaron las teclas del piano, sino que acariciaron el aire de la sala y el mensaje del poema, y entre nota y palabra parecía querer acariciar sus labios.
Y de la alegría pasamos a la ambición, de los pétalos al mar, de Josefina Romo a Concha Méndez, de la que conservamos sus memorias gracias a un viejo casete, a la dulzura del jerez y a la insistencia de una nieta, Paloma Ulacia, que no quiso relegar al olvido a su abuela, a una de las grandes poetas del 27. Sheila Blanco definió con contundencia a Concha Méndez como una niña con coraje que quería ser capitán de barco en una época en la que las mujeres no podían ser nada; como una amante de la poesía y una enamorada del mar; como una nadadora a contracorriente. Y nos transportó al mar, a las aguas frías del cantábrico gracias al poema Nadadora, al que acompañó con un ritmo trepidante, frenético y armónico del piano que recordó el vaivén de las olas y el romper de las mismas. Poema que finalizó con los ojos cerrados y con un ay entrecortado y emotivo que nos mantuvo intactas en ese mar cantábrico.
Solo unas luces rojas nos transportaron del mar cantábrico a la Sinfonía en rojo de Elisabeth Mulder, concretamente a su poema Roja, toda roja. Un círculo rojo pasión decoró en la pantalla la ilustración de esta poetisa. Escritora que cultivó todos los géneros, que dominó diferentes lenguas, que tradujo a los grandes escritores europeos, que desbordaba pasión y arte. Fueron muchos los que pensaron que el nombre era un seudónimo de un hombre, porque una mujer no podía escribir tan bien. Una mujer que se vio obligada a casarse sin estar enamorada, de este dolor y de este horror nace este poemario, este Roja, toda roja que Sheila Blanco tocó y cantó de manera contundente y desgarrada, con una potencia en aumento a medida que el dolor se evidenciaba en los versos y en todo el cuerpo de Sheila. Porque mientras cantaba se podía ver un proceso de mímesis, de empatía con el dolor de esa inmensa hoguera de los versos, que repitió como queriendo buscar respuesta a la sinrazón que sufrió Elisabeth Mulder.
De esta intensidad dolorosa viajamos al imaginario de Lorca, conectamos con su Romancero gitano y con uno de sus leitmotivs: el verde. En la pantalla aparecieron unas hojas verdes junto a la figura de Margarita Ferreras, una mujer que Sheila Blanco nos presentó como una charlatana, una preguntona, una pizpireta, una inconformista y una adelantada a su tiempo; a la que la sociedad tachó de ordinaria y masculina. Mientras que ella se definió perfectamente con el título de su único poemario: Pez en la tierra. Un poemario que rebosa sensualidad, pero del que Sheila Blanco rescató un romance que habla de la muerte, una muerte enamoradiza, caprichosa y rencorosa. Tal vez, por esas reminiscencias lorquianas que tanto adora Sheila cantó contagiada del arte de Andalucía: Por la verde, verde oliva y el verde, verde limón. Cantó con una voz rota mientras martilleaba el teclado del piano cuando escuchábamos: Los martillazos del pecho la van poniendo amarilla. Y alternó la melodía del piano con la fuerza de unas palmas flamencas.
De la Andalucía de Lorca viajamos al Madrid de la Tía Lola, Dolores Catarinéu, otra apasionada de la poesía que aprendió del mismísimo Juan Ramón Jiménez y junto con un pastor de Orihuela que también soñaba con ser poeta, Miguel Hernández. De la Tïa Lola, Sheila Blanco eligió versionar un poema titulado Amor, con el que homenajea a todos los «musos», porque esta vez el sujeto creador es femenino y los musos masculinos. Y rindió homenaje con un ritmo castizo, a ritmo de chotis, a ritmo de ese Madrid que dio cobijo y alas a todas estas escritoras del 27. Y de nuevo demostró su maestría cantando un poema, tocando el piano mientras que con el resto del cuerpo era capaz de recordarnos el bailar de la chulapa castiza de Madrid. Y es que Madrid también abrazó a la siguiente poeta a la que cantó Sheila Blanco en su concierto, Carmen Conde. Una Carmen Conde de la que recordó su salud delicada que, en contra de la prescripción médica, encontró en los libros su medicina y su salvación. Una mujer que reflejó en su poesía el desasosiego de los que no se exiliaron, pero sí padecieron otro exilio, el interior. Pero entre tanta melancolía, Sheila Blanco supo encontrar un poema que hablase desde el anhelo y la esperanza de recuperar esa España anterior a la guerra. Y nos cantó En la tierra de nadie, cantó sin miedo y el piano suspiró esperanza.
Y de un exilio interior nos llevó a un Primer exilio, título del poema elegido de Ernestina de Champourcín. Sheila Blanco resumió muy bien la cara y la cruz de estas poetas del 27. Es cierto que la mayoría de estas escritoras al igual que muchos de sus compañeros pertenecieron a las clases acomodadas, hecho que facilitó el acceso a la cultura; además vivieron en el momento en el que la universidad abrió sus puertas a las mujeres. Disfrutaron del ambiente intelectual del Madrid de los años veinte. Por estos y otros muchos motivos, sí fueron las poetas del 27, no solo fueron las mujeres de o las integrantes de Las Sinsombrero, fueron y son la edad de oro de nuestra poesía femenina. Pero también vivieron y sufrieron las consecuencias de la guerra, del exilio y de la dictadura. Dictadura que las borró de nuestra historia literaria. Y mientras el regreso de ellos se celebró en reconocimiento a su obra; el de ellas se diluyó, se ahogó en el olvido. Y es por esta injusticia poética que Sheila Blanco canta a las poetas del 27, porque lo que no se recuerda, se olvida; lo que no se menciona, deja de existir; y con estas versiones, Sheila Blanco ha rescatado del olvido a las poetas del 27. Poetisas como Ernestina de Champourcín que escribieron con el corazón desalentado y pintaron con palabras imágenes muy duras: ¿Para qué las palabra? pregunta su yo poético, para recordar nos cantó Sheila, porque solo si tienes presente los errores, tal vez, no los repitas de nuevo. Y con una tensión marcada, una rotundidad vocal, un juego de tonos y ritmos abrió la puerta de la memoria.
Cuando ya todo sonaba a despedida, a melancolía, a final; aún nos aguardaban dos sorpresas. La primera fue poder escuchar a Sheila Blanco cantando a la propia Sheila Blanco con una composición musical y arreglos de Xoán Montés Capón. Y cantó sus Pájaros negros, a sus propios miedos, a sus propios enemigos, a ella misma; pero con el deseo de pintarlos de esperanza, con el deseo de dejar volar unos pájaros blancos. Y esta vez cantó acompañada del silencio de toda una sala ensimismada y de la precisión que provocó la percusión de sus manos con su pecho. Pero el piano sonó una vez más gracias a las manos de Francesc Blanco, que la acompañó mientras ella inundaba con su elegancia, su dulzura y su delicadeza toda la sala Ireneu para homenajear a la gran Rosalía de Castro, la maestra de la poesía gallega y la gran referente de la poesía femenina. Eligió Negra sombra y nos cantó en catalán, cerrando así no solo un viaje poético y musical por la obra de las escritoras del 27; sino un homenaje a nuestra riqueza y diversidad lingüística y literaria.
No hay comentarios