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Publicado el 13 octubre, 2025

«Hasta que me quede sin voz», un retrato íntimo y sin filtros de Leiva

Por Carlos Fernández
Leiva · Mallorca Music Magazine
Imagen del cartel promocional del documental

Vamos a ir de cara: quien firma estas líneas es fan de Leiva. Pasé parte de mi juventud desgastando los discos de Pereza y reconozco en José Miguel Conejo Torres —su nombre real— a uno de los mejores músicos y letristas de nuestro país. Y si en «Hasta que me quede sin voz» él mismo ha decidido desnudarse, física, metafórica y literalmente, lo justo es jugar con las mismas reglas.
El documental, presentado en el Festival de San Sebastián, dirigido por Mario Forniés y Lucas Nolla, producido por Sepia, es una especie de carta abierta a quien quiera acercarse a escucharle durante noventa minutos. Una película que, siguiendo el espíritu de la canción «Ángulo muerto» incluida en su último disco «Gigante», funciona como un confesionario. En ella el artista se muestra cercano, vulnerable, imperfecto. Una persona con miedos, nervios, enfermedades. Un tipo real, como cualquiera de nosotros.

Infancia, heridas y cicatrices

La cinta arranca con un recuerdo impactante: de niño, Leiva perdió un ojo, un hecho que marcaría su carácter y su manera de enfrentarse al mundo. “Era un niño muy trasto, siempre con heridas y huesos rotos”, reconoce. Una hiperactividad que con los años se convirtió en motor creativo, pero también en una permanente sensación de desasosiego.
El relato se centra en los últimos meses de la gira «Mientras te muerdes el labio», con tres Wizink seguidos en Madrid, unos conciertos en Latinoamérica que no acaban de funcionar y las dudas de qué vendrá después: nuevo disco, nueva gira… aunque el futuro se interrumpe de golpe. Una lesión crónica en las cuerdas vocales le obliga a pasar por quirófano cada vez que arranca una gira, condenándole a meses de silencio y obligándole a convivir con la fragilidad de su propia voz.

Un retrato sin maquillaje

Visualmente, el documental recuerda al estilo de Made in Spain, la productora habitual de C. Tangana: celuloide mezclado con digital, un acabado crudo y cercano, y una cámara que no se aparta aunque lo que muestre no sea políticamente correcto. Hay excesos, drogas, alcohol y noches largas. Pero también hay croquetas de madre en táper, partidas de cartas con los amigos de siempre y la imagen de un músico que, fuera del escenario, sigue siendo un tipo de barrio de clase media.
Más que en su música, la película pone el foco en el propio Leiva. No hay grandes secuencias de conciertos, ni una revisión exhaustiva de sus canciones. Lo que vemos es al hombre detrás del artista: imperfecto, inseguro, vulnerable. Y ahí está precisamente la fuerza del relato.
Uno de los grandes aciertos es el montaje. En apenas hora y media el film condensa todas estas capas sin resultar apresurado, alternando momentos de confesión íntima con juegos visuales potentes en los directos. Y, como buen cierre, Leiva se guarda una carta: una canción inédita que funciona como epílogo (cuando servidor vio el documental y que ya puede escucharse en los diferentes plataformas), bonus track vital y declaración de intenciones. Un tema precioso y desgarrador que confirma lo que la película lleva insinuando: que aunque la voz falle, aunque el cuerpo diga basta, Leiva seguirá haciendo música “hasta que me quede sin voz”.

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Publicado por:

Carlos Fernández Herrera en Mallorca Music Magazine

Cinéfilo que ha descubierto otro placer en la música en directo. Amante de la fotografía, de las primeras filas y de gritar las canciones hasta quedar afónico.

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