‘Jota’ en el Teatre Principal d’Inca (Mallorca Live Nights)

Transcurridos casi treinta años de su carrera en banda, Juan Ramón Rodríguez Cervilla (Granada, 1969), conocido como Jota o simplemente J, decidió sorpresivamente lanzar su primer álbum en solitario. Para ello, se ha apoyado en un material cinematográfico primigenio del cineasta y artista heterodoxo Iván Zulueta, en un encargo de Filmoteca Española, entidad que adquirió las cintas en Super-8 y 16mm. Aunque apoyar tal vez sea solo una manera de definirlo. El material es tan iniciático que aunque hay buenas semillas, desde luego no hay borbotones de creatividad.

Con la duración de las canciones condicionada por el metraje de los originales (la condición inicial era que este no podía alterarse), el resultado del álbum es una colección de temas pop canónicos de tres-cuatro minutos. A partir de ahí, su traslación al directo se antoja inicialmente lineal.

Plena pausa no es un montaje escenográfico, no contiene dramaturgia ni guion narrativo o visual. Estrictamente hablando, es un concierto, un desfile de canciones pop con la raigambre musical habitual en el granaíno, los no-medios tiempos, esa languidez violenta tan marca de la casa. Y nada más. Tras un sus primero marcado por el tic-tac de un reloj, el único recurso que se puede salir de la ortodoxia de un directo, la banda de seis integrantes se dispone de espaldas al público y mirando al pantallón. ¿Rindiendo pleitesía al cineasta? En una primera sentencia cabría decir que no hay mejor manera de comenzar un bolo de estas características. Al cabo de tres cuartos de hora no resulta faltón, pero sí te da igual, no aporta.

O sí. La vinculación y alineación con las imágenes es la que él diga y punto («tocamos mirando las imágenes de la pantalla y ni siquiera vamos sincronizados con ellas desde el principio, sino que nos sincronizamos en directo. No hay una guía ni unas claquetas virtuales»), pero desde luego es escasamente dinámica en lo escenográfico. Y poco más. Aún tras la escucha del disco, cabía la duda de si en escena veríamos un discurso eminentemente pop, o algún enhebrado con paisajes noise, también ADN artístico del músico: goleada para lo primero, casillero a cero para lo segundo. Daba igual porque J es un Zeus crisoelefantino en ambas facetas, pero se echa de menos mayor diversidad sónica.

Hay algún maridaje musical y visual que funciona (las imágenes nocturnas), junto a algún gran hallazgo y zasca (la secuencia con el pico en vena mientras canta «Amén»), pero aunque tampoco se esperaba un musical de Broadway, sí habría chanado un algo de chicha. Finalmente los astros se alinean porque hablamos de un escritor de canciones gigante, de quien ya sabemos que siempre le ha preocupado entre bastante poco y mucho nada dar conciertos y/o espectáculos gigantes.