Palma, domingo 24 de noviembre de 2024, Conservatori Superior de Música de les Illes Balears
Virtuosismo y emoción de cuerda
XVII Jazz Voyeur Festival
Egberto Gismonti (guitarra de diez cuerdas y piano) y Daniel Murray (guitarra española).
Pedro Rosa (voz y guitarra española), Lakki Patey (guitarra española) y Joaquín Sánchez (clarinete, travesera, flauta, armónica).
Por Víctor M. Conejo
José Luis Luna
Una voz divina, dos guitarras y un «genio de los vientos y la curiosidad» abrieron la cuarta velada musical del Jazz Voyeur, en reverencia máxima a la tradición, presente y voluntades visionarias de la música brasileira. Ítem más, supuso la primera visita a la isla de los dos artistas titulares de la jornada.
Tras abrir dialogando en suite instrumental, el trío liderado por Pedro Rosa ofrecieron canciones mestizas por raigambre brasileño-mallorquinas en forma de caricias melódicas. Quien quiera saber cómo se baña la tradición de aquel país en el Mar Mediterráneo, que se acerque a Rosa. Sus canciones son un hilo de pescar: trasparentes y etéreas al mismo tiempo que prácticamente irrompibles por sólidas. Cerraron con «una canción tan nueva que aún no tiene título», resolviendo cantando el solfeo. Y ni falta que importa porque lo fundamental fue la sentida comunicatividad que desplegó su voz.
Tras un intervalo semi a oscuras (olés por los curritos capaces de desmontar y montar casi sin luz en el escenario), compareció el virtuosismo al servicio de la emoción. Para este que firma, sobre todo con la guitarra. La primera pieza apabulló en su modélico ensamblaje de casi todo lo que dan de sí un mástil y unas cuerdas: acordes llenos, arpegios, punteos y hasta percusión. La guitarra de Gismonti aporta la particularidad sonoridad de las diez cuerdas: más grave y hasta tenebrosa, como si la caja de resonancia fuera un garaje. Qué amplitud y multiplicidad de vocabulario musical. Tuve un profesor de guitarra de jazz que a según quien no lo llamaba virtuoso sino correcaminos. No es el caso de Gismonti.
En la segunda les dio por ponerse percutivos, y lo mismo: miríadas de posibilidades, propuestas y resultados. Impresionante toda la música que le cabe en las manos a este hombre sin necesidad de partitura. Folclore de cámara, jazz de selva y hoguera, enmarañado tanto con la tradición como con la academia. A la tercera se va al piano, intrigadísimos estábamos, por supuesto. Más de lo mismo, por supuesto, hiperversatilidad e hipercomunicatividad también exuberantes, pero como apuntaba me interesó menos. Sonó entre la clásica de inicios del siglo XX y banda sonora de película de Christopher Nolan (dicho sea de paso, el gran tangante del cine actual). Es igualmente un contenedor de recursos y matices, pero el carácter del piano le restó nacionalismo musical, sonando más a grado superior (cum laude, claro) que a oriundo de Carmo. Puedo entender que deslumbrase al alumnado de un conservatorio profesional.
Hay quien no actúa en directo sin metrónomo y afinador, y hay quien ni falta que le importa. La heterodoxia y complejidad accesibles de Gismonti en solitario y sobre todo acompañado por Murray se enriqueció porque no se acompañaron ni vigilaron sino que se provocaron, estimularon, se pegaron tanto como de despegaron. Ejemplo fascinante cuando Murray metió palos y varillas en el mástil, clavijero y puente para multiplicar sonoridades. Y eso que cuando tocaban las guitarras faltaba volumen en la sala. Tras nuevas interpretaciones al piano del titular, cerraron ambos a la guitarra, y menos mal. De nuevo exuberancia en lo que les dio la gana: melodía y tempos, percusión y compases. Evoluciones y soliloquios. Fascinación versada.
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