Palma, sábado 23 de noviembre de 2024
Bailes irónicos, frenéticos y existencialistas
Por Annalisa Marí Pegrum
José Luis Luna (ver galería)
Que el día antes del concierto ya colgaran aquello de «ENTRADAS AGOTADAS» daba que pensar. ¿Un sold-out en La Roqueta? Pero, ¿quién diantres es esta banda?
A ver, sabíamos que lo íbamos a pasar bien, pero nada nos había preparado para tal tralla lumínica, técnica, virtuosa y brillante. Olé a los técnicos por las luces hipnóticas, por ese sonidaco que escuchamos el sábado pasado en la Sala Grande de Es Gremi, y olé olé y olé a Abraham, César, Eduardo y Luis, los componentes de la imponente y vitalista banda León Benavente, por un grandísimo concierto de casi dos horas en las que cantaron su nuevo disco entero y muchas otras canciones conocidas.
Raro para los mallorquines, fuimos muchos los que nos presentamos con tiempo suficiente como para colocarnos en las primeras filas. Era sorprendente la cantidad de gafapasta, camisas y middle-aged-women (entre las que me incluyo) que se divisaba por allí (anda, pues sí, resulta que ya tenemos una edad). «Bienvenidos a esta nueva sinfonía sobre el caos» y empezó el desmadre musical.
Como un trueno, la banda cuyo nombre proviene de un tramo de carretera entre León y Benavente (Zamora) se lanzó al escenario inaugurando una set-list que quedará grabada en nuestro recuerdo musical. «ÚSAME/TÍRAME», el primer tema de su último álbum y del concierto, demostró que habían venido a hacernos bailar. Que llegamos en algún momento al éxtasis colectivo parece una verdad indiscutible, aunque quizás habría que distinguir dos tipos de fans (los más antiguos, que se emocionaron con temas como «Amo», «Como la piedra que flota», «Ser brigada», «Estado provisional» o «Ánimo valiente») o los que vivimos con verdadero frenesí los temas de su último y sublime trabajo («Gerry», «Qué cruel» o el bailabilísimo y último en sonar «En el festín»).
¿Que Abraham bajó y se dio un sudoroso baño de masas? ¿Que nos quedamos cerca de hacer un pogo? Puede ser. Pero los cuarentones y cincuentones (y algún que otro veinteañero y treintañero, va) que inundábamos la sala sudamos y bailamos, reímos y gozamos con temas que ya nos han visto crecer y amar, crecer y padecer. Cantamos a todo pulmón los estribillos y aunque no pudimos comprar vinilos porque ya no quedaban («¡Alegraos por nosotros!»), salimos del concierto (y muchos nos quedamos pululando por allí) absolutamente maravillados.
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