Palma, jueves 10 de marzo de 2022
Festival Paco de Lucía Palma Flamenca
Concierto de Niño de Elche en el Teatre Principal de Palma
Bajo el sorprendente título de Memorial del cante de mis bodas de plata con el flamenco, Paco Contreras, conocido con el nombre artístico de Niño de Elche protagonizó, el pasado jueves 10 de marzo, la segunda jornada del Festival Paco de Lucía en el Teatre Principal de Palma. En un concierto que como viene siendo habitual, en este artista nada convencional, no dejó a nadie del público indiferente de un auditorio que de nuevo llenaba casi todo su aforo.
Antes de comenzar el espectáculo, una gran pantalla ocupaba el escenario con la imagen del cantaor en sus primeros años de carrera profesional. Con momentos en los que había una deformación en el sonido o la imagen, intencionados por el artista. Su primera aparición en escena se rodeó de cierto misterio. Tras una cortina iluminada desde el fondo de las tablas, Paco, guitarra en mano, interpretó unos compases que solo dejaban vislumbrar su silueta a través de su sombra agigantada y deformada.
Tras esta obertura, Niño de Elche, se colocó en el centro del escenario. A partir de entonces y por primera vez, como él mismo reconoció, estuvo escoltado en todo momento por el acompañamiento de dos guitarras que, aunque diferenciadas en estilos, supieron bien entenderse. Por un lado, Raúl Cantizano, su acompañante habitual. Un guitarrista considerado como experimental que se afana en explorar los límites del instrumento y de los géneros. Al otro lado, Mariano Silva Campallo, un tocaor de los considerados tradicionales. Y desde ahí, desde la tradición, arrancaron ambos guitarristas. Para mayor seña de identidad, con los mástiles de su guitarras alzados hacia arriba y éstas apoyadas en las rodillas del tocaor. Postura habitual de los años 50, del flamenco de los tablaos.
De nuevo en la silla, lo vimos con el velo ajustado como si fuese un mantón, creando así una pantomima, quizás para criticar lo ortodoxo del flamenco y mostrar la dualidad del cantaor con imagen de cantaora. Sin embargo, el artificio estético no restó un ápice a sus dotes interpretativas.
Con un mix de coplas, elegidas quizás como cantinelas de la infancia, Niño de Elche, con la voz entrecortada, interpretó de manera que no dejaba acabar una letra para arrancar con la siguiente. Un primer efecto, con el que ya nos puso en alerta sobre los caminos a los que puede llegar el cantaor, en un espectáculo perfectamente orquestado con grandes matices cercanos a la teatralidad. Para la puesta en escena contaba con dos elementos: un atril, al que acudiría en varias ocasiones, y un velo blanco. A partir de ese momento, entraba en juego la transformación. Como si de una obra lorquiana se tratara, Paco, con gran parsimonia, se colocaba el velo para interpretar él mismo el papel de la novia que gustosamente celebra sus 25 años flamencos. «Hablar de la memoria de los cantes es hablar del Olvido», así explica Contreras, entre otros matices, su propuesta artística.
De nuevo en la silla, lo vimos con el velo ajustado como si fuese un mantón, creando así una pantomima, quizás para criticar lo ortodoxo del flamenco y mostrar la dualidad del cantaor con imagen de cantaora. Sin embargo, el artificio estético no restó un ápice a sus dotes interpretativas. Niño de Elche demostró tener un profundo quejío que le fluía, casi sin esfuerzo alguno, con gran naturalidad. Prueba de ello, tras interpretar varios temas, fue cuando se dirigió hacia el atril. De pie y de manera solemne, casi como si de un predicador se tratase, pero ante todo con un sutil tono de ironía, comenzó a contar pinceladas de su carrera profesional. Cuando le regalaron su primera guitarra, o a los numerosos concursos de cante que, con apenas pocos años, su padre le llevaba. De ahí suponemos su apodo de Niño.
Lo que es indiscutible es que Paco rompe con todo tipo de normas y transporta su voz a límites insospechados. Y en este viaje casi estelar juega, en todo momento, como él mismo matizó, con el término «jugar». Un término usado de manera tan acertada por el idioma anglosajón que, como él mismo denunciaba, «en español, tristemente, lo hemos transformado en tocar”. Y a renglón seguido añadió: «Yo después de 25 años sólo quiero jugar y divertirme», subrayándolo con una sonrisa. En este juego continuo, Niño de Elche demuestra su valía y rigor como un cantaor ortodoxo y de gran talla, en el quejío, tono y compás.
Sin embargo, cuando menos te lo esperas, Niño de Elche, que parece que se aburre con el camino ya establecido, pone en marcha su genialidad transgresora.
Sin embargo, cuando menos te lo esperas, Niño de Elche, que parece que se aburre con el camino ya establecido, pone en marcha su genialidad transgresora. Diferentes guiños, a cada cual más sorprendente, en cada uno de los temas. Previa presentación de cada uno de los mismos, bajo el antetítulo del término «Posesión», que él definió como «Rito de escucha de algo pasado y que es invocado de nuevo». Así lo hizo con la soleá, las malagueñas o la farruca. Especial lucimiento, en esta ocasión, de los dos guitarristas a la hora de tocar un punteo de cuerdas, que asemejaban al repique de las bandas de tambores que suelen acompañar al cante de la saeta. En su amplio abanico, Contreras cruzó los mares, con la guajira, uno los cantes conocidos como de «ida y vuelta». Fue burlón, como no podía ser menos, al comenzar el famoso «titiritrán» de las alegrías de Cádiz. Ya metido en el tono festero, se marcó unas bulerías. Finalmente, ante la gran ovación del público, interpretó un bis por tangos.
Consciente quizás del público ante el que se encontraba, este nuevo espectáculo de Niño de Elche fue más inteligible y cercano de lo que ha demostrado en otras ocasiones, donde ha llegado a ser capaz de cantar en latín. E incluso recientemente realizó una performance sonora en el museo Reina Sofía de Madrid. Paco define este espectáculo como: «un acto de celebración y reconocimiento a él mismo, en un repertorio y formas estéticas anteriores que conforman hoy al nuevo cantaor o ex flamenco», como él se define. Como humilde aficionada, si tuviera que clasificar a este indefinible transgresor, como ya lo fueron Camarón o Morente, para mí, Niño de Elche es el maestro del «metaflamenco».
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