Sa Pobla, martes 6 de agosto de 2024
Ana Carla Maza, pura dinamita en el jazz
Por Fátima Yráyzoz
José Luis Luna (ver galería)
Bajo el sugerente título Caribe, la violonchelista, cantante y compositora cubana Ana Carla Maza presentó en formato trío su nuevo trabajo ante el heterogéneo público congregado este martes en el parque Can Cirera Prim de Sa Pobla. Un directo incluido en la 30ª edición del veterano festival Mallorca Jazz Sa Pobla, en un espectáculo explosivo, vibrante y virtuoso, pero sobre todo con muchas dosis de alegría. Desde que se subió a escena buscó la máxima cercanía con el público, rompiendo con todos los formalismos propios del jazz, y a modo de show-woman convertir su concierto en una fiesta de puro sabor latino y sobre todo caribeño.
A sus 29 años, a Maza le corre la música por las venas. Nacida en La Habana en el seno de una familia de músicos, fue alumna aventajada de Miriam Valdés, hija del reputado pianista Bebo Valdés. Con estos avales se presentaba en escena, con energía arrebatadora, pura dinamita. Vestida con un corpiño sexy y falda rumbera color rojo, prendas que hacían intuir que no se iba a quedar sentada. Con ritmo intrépido y sin apenas pausa, se acompañó de la complicidad del alemán nacido en Colonia Norman Peplow al piano y el barcelonés Marc Ayza a la batería. Como isleña, la artista se reconoció muy conectada con Mallorca, isla que visitó hace un par de años para colaborar con el conocido productor Juan Medina, antes Juanito Makandé.
La joven se enorgullece de no querer encajar en etiqueta alguna sino de traspasar fronteras. Enamorada confesa del violonchelo, instrumento que descubrió en una orquesta sinfónica en La Habana, más que tocarlo casi danza con él. Lo agarra como si fuera un compañero de baile del que no se separará jamás. Geniales momentos con el arco, más aún si cabe en los rasgados y pizzicato punteados. Sus movimientos corporales le hacen parecen volar de la silla, lo cual sumado a su melena rizada hace recordar a Ara Malikian, otro gran genio que ha roto moldes.
Enamorada confesa del violonchelo, instrumento que descubrió en una orquesta sinfónica en La Habana, más que tocarlo casi danza con él. Lo agarra como si fuera un compañero de baile del que no se separará jamás.
Caribe es su cuarto trabajo, resultado de una declaración de amor por Latinoamérica y en especial por las fuentes femeninas. Todo el álbum emana un jazz colorido y con mucho sabor. Todo ello desde la contemporaneidad, de ahí que no dudara en hablar a los presentes de su sobrada formación clásica, con más de quince años en conservatorios y liceos en Francia. Reconoce sin embargo que lo que más le sorprendió en esos años de formación fue la ausencia de composiciones escritas por mujeres. De ahí que se haya convertido en su motivación: «Quiero componer para que a las niñas que empiecen la carrera hoy no les pase lo que a mí».
En la decena de temas que interpretó durante hora y cuarenta minutos recorrió las cosas que ama, desde «El malecón» a «Bahia», nombre de su barrio en La Habana, señalando su identidad y carisma cubanos y caribeño. «En Cuba la música forma parte de nuestro paisaje de cada día y sobre todo de las noches», relató con sonrisa seductora. «Soy del Caribe, caballero, de la alegría de vivir y de resolver en los apagones». De su isla caribeña viajó a otros sonidos, como la cumbia de «Las primaveras», y sin apenas pausa jugó incluso con los ritmos reggae jamaicanos en francés y español de «Te me fuiste». También hizo parada en Argentina con «Astor Piazzolla», tango homenaje a uno de los grandes.
De pie y micrófono en mano quiso compartir una rumba, animando al público a subir a escena para bailar y contonearse con ella. De «Guanabacoa», nombre del barrio de su abuela, aseguró que es el más rumbero del caribe. Pureza de raíz no le falta a la cubana. Después volvió a los compases de la cumbia, tan de moda hoy en día, con «Cumbia del tiempo».
Agradeció a la banda y sobre todo al festival por contar con ella, tanto como al público por darlo todo, que para el bis se unió para corear el estribillo de «A tomar café». Tras todo ello, no dudó en quedarse a firmar discos.
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