Alcudia, domingo 2 de mayo de 2021
Concierto de Clara Peya en solitario al piano en el Auditori d’Alcudia
Recital incluido en la Mostra de Circ d’Alcúdia Circaire
El término «excepcional» no es en absoluto inédito aplicado a la pianista y compositora catalana. Por lo prolífica de su producción (¡once álbumes en once años!), por lo heterogéneo de sus espectáculos músico-teatrales y el frondoso talento en ellos mostrado, por lo versátil, multiforme y polifacético de su margen de maniobra musical; por lo intenso, abigarrado de su manera de tocar (¡siempre sin partitura!), aún hablando de una intérprete de larga y sólida formación académica; por las temáticas ultrasensitivas y/o ultrapersonales que aborda (lesbianismo, márgenes sociales rígidos y/u obligados, o salud mental), incluso por los títulos de sus discos, a menudo referenciados entre sí…
Se diría que no hay nada que rodee a Clara Peya que no sea excepcional, radicalmente personal, extraordinario en forma y fondo. Pero sí lo hay: que haga conciertos sola. O no: hasta 2019 no llegó su primer trabajo solo con piano, A A (Analogia de l’A-mort), su noveno álbum y que -cómo no, algo excepcional- tuvo un único concierto con público presente.
Pero si se le otorga esa -en el fondo legítima- pátina de excepcionalidad al hecho de que la pianista actúe en solitario frente a blancas y negras (bases electrónicas ya habituales incluidas), tenemos entonces un rizo, una vuelta de tuerca, no una reinterpretación pero sí una alteración. O para ser más certero (hablamos de Clara Peya): un acontecimiento.
Pero esta pianista vehemente y escritora de música penetrante, viva, aguda, profunda, apasionada, en definitiva, grande, en cerocoma desborda cualquier frontera para evidenciar su inusual, su sobresaliente personalidad artística.
Al oyente no conocedor de la música de la de Palafrugell, los referentes sonoros le pueden parecer obvios: desde el genial outsider Carles Santos hasta el tan autoral como asequible Michael Nyman. Pero esta pianista vehemente y escritora de música penetrante, viva, aguda, profunda, apasionada, en definitiva, grande, en cerocoma desborda cualquier frontera para evidenciar su inusual, su sobresaliente personalidad artística. Y da igual que sea solo con piano o solo con pandereta.
El repertorio se ciñó a lo anunciado en el programa: adaptaciones de composiciones de su trayectoria más algún inédito (que no anunció). Como todo lo que rodea a esta mujer, los problemas de sonido puntuales pero demasiado seguidos que la pianista señaló (tres o cuatro en apenas dos temas; los advirtió primero con lenguaje no verbal, por supuesto vehemente, finalmente ya con un “¡¡¡Eh!!!” dirigido a la cabina de los técnicos) no aportaron sino más autenticidad a lo que estaba sucediendo sobre el escenario. Y es que si una Clara Peya sola frente a un piano puede resultar una opción reduccionista, empequeñecida, demasiado lineal, para quien esté habituado a verla enmarañada en sus fascinantes propuestas escénicas, este concierto que engalanó la ya de por sí maravillosa programación circense del Circaire demostró lo contrario.
Atrévase quien quiera a llevarle la contraria a la Peya. En una hipotética discusión, la artista saldría ganadora sin duda alguna. ¿Cómo callaría y vencería los argumentos contrarios? Por supuesto con una única e incontestable arma: la música que le saca a un piano.
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