Palma, sábado 20 de agosto de 2022
Concierto de Robe en Son Fusteret
El pasado sábado 20 de agosto, rockeras y rockeros de toda Mallorca salimos de nuestras cuevas para acudir a la ineludible cita con el Robe en Son Fusteret. Todos sabemos desde hace tiempo que el rock ya no es lo que era, ya no llena estadios como antaño y sus reproducciones en las plataformas de streaming palidecen en comparación con los géneros musicales de «moda» (una moda que parece que vino a quedarse). Sin embargo, el Robe no es un rockero cualquiera. Para muchos de nosotros es un mito, una leyenda del rock nacional. Si hay alguien que aún nos puede regalar noches gloriosas, casi como las de antes, no es otro que este escuálido e irreverente poeta extremeño, apóstol del desencanto, y la banda que lo acompaña. Podrían llamarse Extremoduro, pues ese fue siempre el nombre del grupo del Robe, pero esta vez decidió usar otra denominación por reconocimiento y respeto a los músicos de su anterior y exitosa etapa.
No hubo lleno, pero sí una buena entrada en Son Fusteret. Había público de todas las edades, sexo y condición, algo ya no tan habitual en este tipo de conciertos, más propensos a un público masculino entrado en canas. Pudimos ver a padres que llevaban a sus hijos e incluso a hijos que llevaban a sus padres. Quedan pocos artistas de su cuerda capaces de llegar a los jóvenes, pero es que Robe sigue teniendo ese algo que a muchos nos cautivó hace casi 30 años. Un algo menos salvaje y visceral que en sus inicios, pero mucho más denso y profundo en las letras, más rico en lo musical e igual de honesto y auténtico que siempre.
La sobria puesta en escena ya nos avisaba que aquí toda la importancia era para la música. Qué contraste con lo vivido el pasado 1 de agosto, en este mismo recinto, en el concierto de Rosalía. Si la genial artista catalana nos ofreció un derroche de vanguardia y conceptualismo para revestir una propuesta, a mi juicio, banal e irregular en lo musical, el planteamiento de Robe no pudo ser más opuesto. Ni pantallas ni efectos visuales más allá de la tradicional iluminación y un sencillo muro de luces al fondo, y nada más. Eso sí, seis músicos como la copa de un pino arropándole sobre el escenario, compartiendo protagonismo con él durante todo el espectáculo. Donde Rosalía quería deslumbrarte por los ojos, Robe buscaba llegarte al corazón a través de los oídos, porque toda su magia se encuentra condensada en su música y sus letras.
La sobria puesta en escena ya nos avisaba que aquí toda la importancia era para la música. Qué contraste con lo vivido el pasado 1 de agosto, en este mismo recinto, en el concierto de Rosalía. Si la genial artista catalana nos ofreció un derroche de vanguardia y conceptualismo para revestir una propuesta, a mi juicio, banal e irregular en lo musical, el planteamiento de Robe no pudo ser más opuesto.
Robe posee un talento innato para convertir en melodías e historias aquellos sentimientos, miedos y zozobras que se pasean por su azotea. Por eso, a estas alturas posee un repertorio extensísimo, aparte de envidiable. Con él es posible volver a lo básico, a lo primario. Cerrar los ojos y dejarte guiar únicamente por su voz y por la música a pesar de estar en medio de una potente descarga de rock. Vivir la experiencia de un concierto como los de antes, apabullarnos con más de 3 horas de música, solo música, y aún así salir con la sensación de que nos ha sabido a poco, de que han faltado muchísimas canciones importantes de Extremoduro. Y este podría ser un buen resumen de lo que vivimos el pasado sábado.
El concierto estuvo dividido en dos partes, con un descanso de media hora en el ecuador para que músicos y público pudieran reposar e hidratarse un poco. Y es que 3 horas de concierto se llevan mejor con una buena pausa, sobre todo si vamos teniendo una edad. La primera parte, más tranquila, comprendió canciones de su última etapa, ya como Robe, intercaladas con algunas de Extremoduro. En la segunda parte intrepretaron Mayéutica, su último álbum, del tirón, para cerrar por todo lo alto con un trío clásico de Extremo.
Sobre las tablas, además de Robe Iniesta (voz y guitarra), una banda fuera de serie con Woody Amores a la guitarra, Carlitos Pérez y su omnipresente violín, David Lerman manejando bajo, clarinete y saxo, ‘casi na’, Álvaro Rodríguez Barroso al piano y al Hammond, Alber Fuentes a la batería y coros y la portentosa voz aguda de Lorenzo González como segunda voz, también empuñando el bajo en algunos momentos. Todos grandísimos y versátiles músicos.
Si hay algo que le ha caracterizado siempre es el ser capaz de conjugar, sin despeinarse ni perder su esencia, la visceralidad más vulgar con el lirismo más delicado. A veces, incluso, rayando lo cursi o naíf. Siempre con absoluta honestidad, le guste a quien le guste, le pese a quien le pese. Por eso suele despertar pasiones contrapuestas: o se le ama o se le odia, o se le admira o se le detesta. No hay término medio.
Como ya he comentado antes, la primera parte fue más relajada, con temas de su etapa como Robe, como las dulces «Del tiempo perdido», «Querré lo prohibido» o «Un suspiro acompasado», canciones de hermosa sensibilidad que sería rota por la brusquedad de «Por encima del bien y del mal» o la genial y turbia «Nana cruel». «A mí, con esta canción, me gustaría herir vuestros sentimientos…», exclamó Robe antes de arrancarse con la pieza, «… porque de qué sirve un filósofo que no hiere los sentimientos de nadie». Si hay algo que le ha caracterizado siempre es el ser capaz de conjugar, sin despeinarse ni perder su esencia, la visceralidad más vulgar con el lirismo más delicado. A veces, incluso, rayando lo cursi o naíf. Siempre con absoluta honestidad, le guste a quien le guste, le pese a quien le pese. Por eso suele despertar pasiones contrapuestas: o se le ama o se le odia, o se le admira o se le detesta. No hay término medio.
En esta primera parte también pudimos escuchar un tema nuevo aún no publicado, «No hay nada», algunos temazos de Extremo, como «Sucede», «Tango suicida» o «Dulce introducción al caos», y el último tema publicado por la banda, la monumental «Ininteligible», que nos devuelve algo de la dureza perdida en los últimos años. «Dulce introducción al caos» es la pieza que abría el que para muchos es el mejor álbum de Extremoduro, La Ley Innata, un álbum conceptual de 45 minutos, un tratado de filosofía, una única sinfonía dividida en 6 partes que marcó un antes y un después en el sonido de la banda y la llevó hacia territorios más experimentales y hacia una mayor complejidad lírica y melódica. La melodía inicial de este tema se escucha en el arranque de Mayéutica, por lo que funciona como nexo de unión entre estos dos trabajos y es la principal razón por la que se incluye en el repertorio de esta gira.
Tras el merecido descanso llegó la parte donde tocan Mayéutica del tirón. Estamos ante otro álbum conceptual, otra sinfonía, otro tratado de filosofía de igual calado y similar duración y planteamiento que La Ley Innata, del cual es continuación y contraposición. Por eso el inicio de ambos álbumes comienzan con el mismo motivo musical. Si La Ley Innata era el canto de rabia de Robe por la ausencia de las musas (tras una crisis creativa), Mayéutica es un canto de felicidad por el reencuentro con estas, un renacimiento espiritual que conlleva un nuevo punto de vista sobre el amor, la creación y la propia existencia.
La banda se mostró en todo momento muy implicada y compenetrada, sonando de maravilla, haciéndonos «bailar como unas putas locas». Como ha declarado Robe, esta es la mejor banda que ha tenido en su vida. La canciones se componen con aportaciones de todos los músicos, lo cual se nota sobre el escenario.
El público presente en Son Fusteret disfrutó mucho de esta parte del concierto, se sabía el disco al dedillo. La banda se mostró en todo momento muy implicada y compenetrada, sonando de maravilla, haciéndonos «bailar como unas putas locas». Como ha declarado Robe, esta es la mejor banda que ha tenido en su vida. La canciones se componen con aportaciones de todos los músicos, lo cual se nota sobre el escenario. Para cerrar esta parte se sacaron de la chistera una pequeña continuación tras la «Coda feliz», motivo que ‘cierra’ el álbum. Como ya se ha comentado por ahí, puede que algún día veamos una tercera parte de esta historia, la continuación de Mayéutica, ya que han declarado que la obra no tiene final, no es conclusiva. Esa «Coda feliz» deja un final abierto que da lugar a todo tipo de especulaciones, sobre todo si en los directos se encargan de añadir extensiones que no figuran en el disco.
Tras una breve y necesaria pausa, porque Mayéutica fueron más de 45 minutos sin descanso, el show enfiló la recta final encadenando los temazos que muchos aguardaban. Primero el legendario «Jesucristo García», su primer pelotazo allá por los 90. Después «Puta», probablemente el momento más rudo y álgido de todo el concierto. A todos nos encantó reencontrarnos con aquel sonido áspero y visceral de hace dos décadas. Por último, «Ama, ama, ama y ensancha el alma», otro de sus míticos bombazos de los 90. Y eso fue todo. Robe se fue despidiendo del público y salió antes de que terminase la canción, cediendo el protagonismo al grupo en los instantes finales. Luego volvió a los focos cuando el público vitoreaba a la banda, y ahí terminó un concierto que quedará para el recuerdo. Tras 3 horas de intensas emociones, de volver a lo primario, a la música con carácter, alma y sentimiento, nos dimos media vuelta y nos fuimos dispersando en la oscuridad de la noche. Enfilamos el camino de regreso a las cuevas de donde vinimos, lugares muy alejados de las tendencias de la música actual.
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