Motomami: una eucaristia intergeneracional

Motomami es muchas cosas. Musicalmente es una mélange con influencias jazzeras, bachata, mucho autotune y bases de música urbana y aires rumbero-flamencos con zapateado incluido. Se complementa con un espectáculo en el que no sobra nada y hay de todo. Luces, bailarines y coreografías en las que se integran cámaras, guiños, danzas, dibujos… y lo que no se espera nadie en un concierto que ya se sabe extraordinariamente milimetrado: espontaneidad y contacto con el público como si fuera un concierto íntimo.

Sólo que es una intimidad compartida con 9.000 personas, todas las que caben en Son Fusteret.

Arrancó el concierto con «Saoko», «Candy» y «Bizcochito». Tres de los más conocidos hitazos de Motomami. «Dolerme», «Hentai» y el primero de los momentos ‘íntimos’ cuando nos contó la historia detrás de «G3 N15», la pieza que compuso para su sobrino. Tocó también versiones («Relación», «Yo X Ti, Tu X Mi», «Con altura»…), canciones recientemente publicadas como «Despechá» y no publicadas («Aislamiento»). No olvidó El mal querer y volvió a poner al público bien arriba cuando interpretó el «Malamente». Paró en «Abcdefg» para ponerse a la audiencia en el bolsillo en la E de Ensaïmada y M de Mallorca. Y todo esto con pequeñas suspensiones cuando le flaqueaban las fuerzas o cuando notó que una persona del público se había desmayado.

Se la acusa de hacer un concierto sin músicos. No sé cómo se debe considerar que ella toque el piano y la guitarra o que intervenga Llorenç Barceló y su Hammond. La compositora ha alardeado de que éste le acompaña desde hace más de 10 años. En Mallorca, los más jazzeros del lugar le han visto tocando junto con Pep Garau y Salvador Font, El Mantequilla, en alguna de sus últimas intervenciones en la isla.

Rosalía es una gran música pero, sobretodo, una líder – frontwoman – directora – compositora – maestra de ceremonias excepcional.

Pendiente de las cámaras que la unen con el público más alejado de ella y sin perder de vista la energía de las primeras filas, integra su ritmo interior para no dejar caer la tensión del concierto. Estaba enferma y modificó lo modificable para poder estar a la altura. También está pendiente de sus compañeros y asistentes en el escenario. No faltó un ‘gracias’ en todas las asistencias, ya fuera para el runner que le pasó la guitarra, un bailarín que le pasó la toalla y quién le daba o recogía la cámara que llevaba en mano cuando interactuó con las primeras filas. Y lo sabemos porque había una cámara pendiente de ella en todo momento y la vimos en la pantalla.

Respecto a las coreografías, el público que pudo atender al espectáculo sin tener que prestar atención a las pantallas tuvo una experiencia muy diferente. No se abandona a nadie.

Aunque probablemente el mayor mérito de Rosalía es anterior a entusiasmar en el concierto. El mayor mérito de Rosalía es conseguir que 9.000 personas de diferentes orígenes, edades y orientaciones disfrutaran de forma cuasi religiosa de una horita y media de comunión. La que suele otorgar la música hecha con alma y liderada por una mujer que se encarga de no olvidarse de las expectativas de su audiencia.

Definitivamente, necesitamos más Rosalías.