Palma, martes 19 de noviembre de 2024
Por qué el fado, por qué la vida
Sara Correia (voz), Ângelo Freire (guitarra portuguesa), Diogo Clemente (viola fado) y Frederico Gato (bajo acústico).
Por Víctor M. Conejo
José Luis Luna
Não me perguntes o porquê do fado / Não me perguntes se estou decidida / Não é escolha, é ser, é estar marcado / Perguntas-me o porquê do fado / Perguntas-me o porquê da vida
Sara Correia: Porquê Do Fado
Y ahí se podría acabar la crónica. También lo explicitó al inicio Sara Correia (barrio de Marvila, Lisboa, 1993): «Sean bienvenidos a mi fado. Voy a cantar la historia de mi vida». Decir que el fado es intenso es una obviedad. Pero resulta ser un género de una intensidad única, y por tanto es vida. Correia la busca y la alcanzó en su recital no solo en lo vocal sino también en lo gestual. Se apropió rotundamente de un espacio a priori aséptico como es el auditorio de CaixaForum, convirtiéndolo en vida y en taberna. Solo faltó que nos sirviera bacalao con tomate mientras cantaba.
La liga de la portuguesa es el fado antiguo, muy antiguo, básicamente el tradicional, corrido, vadio y lisboeta. Vertientes en las que buscando significados se acaba titulando discos. Su tesitura de voz es perfecta para el género, y más que de medias alturas de emoción máxima (Marizia, Marisa Monte, Teresa Salgueiro, Carminho, por supuesto Amália Rodrigues, a quien referenció y reverenció), gusta de picos y cumbres (Dulce Pontes, Mísia, Ana Moura, Gisela João). Y precisamente, su heterodoxia formal, en sonido y en la producción es ajustada, más cercana a las primeras que a las segundas. Mezcolanza, desprejuicio y visión actual que le da de sobra para incluso acercar el sentimiento fadista y folclórico al pop y hasta al aspaviento flamenco.
Si al fado no se le ven las encías, no es fado. Tiene que ser una cadena de plata pura bañada en agua bendita colgando del cuello de un vampiro enamorado. No puede ser algodonoso sino una tormenta pausada de calambres. No acercarse a este género provoca Tops 50 idiotas en Spotify, o pensar que Ed Sheeran o Post Malone son sensibilidad, cuando no pasan de manteca de cacahuete. El tranvía número 28 pasó por Palma en la figura de una mujer que conquistó en su primera visita a la isla, manejando excelentemente la escena y las tablas con su teatro físico, y primordialmente desbordando su voz para acabar desembocando en la tristeza, la fiesta y hasta el humor más vivos. Es decir, en el exceso. Es decir, en la vida.
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