De jovencito, cuando empezó a gustarme esto del jazz, no conseguía adaptar mi oído a las viejas grabaciones de bebop de los años 40. Me resultaban confusas. Con el tiempo aprendí a ponerme en situación y hoy, además de tomar el café sin azúcar, me veo con la capacidad de degustar sonidos tan añejos como las 29 famosas canciones de Robert Johnson. Esto no era así a principios de los años 90. Entonces creía que el «Sweet Home Chicago» era de los Blues Brothers, no os digo más.
En estas circunstancias, el Grooving High, de Dizzy Gillespie, no me podía llamar la atención, por mucho que fuese una de las canciones primigenias del bop (o sea, de la Revolución). Hasta que un día de no sé qué año, sin ser muy consciente de lo que hacía, adquirí un doble CD titulado Birks Works, The Verbe Big Band Sessions, que resultó ser casi un triple LP: el que daba nombre al compacto más otros dos, Dizzy in Grece y Worlds Statesman. La compilación incluye también tomas falsas y alternativas.
«Grooving High», que originalmente cerró la obra de Dizzy in Grece, es aquí la decimoséptima pista del segundo CD. El sonido de la grabación es inmejorable. Recuerdo cuando la escuché por primera vez en casa de mis padres, donde vivía entonces, en un equipo Hi-Fi que había adquirido hacía poco tiempo con mi primer y exiguo sueldo de periodista. No me podía creer que un simple disco pudiera proporcionarme semejante placer. El arreglo de 1957 para Big Band me voló la cabeza y terminó de afianzar mi pasión por el jazz. El compacto de Birks Works, que grabé en innumerables casetes, se convirtió en una especie de señuelo con el que intenté atraer a mis amigos al mundo del jazz. Con escaso éxito, todo hay que decirlo.
La canción, supe luego, fue una adaptación de un clásico del swing de los años 20 llamado «Whispering», cuya composición se atribuye a John Schonberger. Gillespie (1917-1993), que, además de un genio total y uno de los pocos contemporáneos que no siguió la senda autodestructiva de Charlie Parker, era un magnífico divulgador, tocaba a veces los dos temas de manera consecutiva para explicar cómo muchas canciones se escriben sobre los cimientos de otras.
Escucharlas juntas es, sin duda, un buen ejercicio para comprender lo que significó el bebop para el jazz, en cuanto a salto artístico, pero a la vez para entender que la modernidad no surge de la nada, sino que forma parte de un proceso evolutivo y adaptativo a las circunstancias sociales y a los gustos de cada época. Lo que vendría a ser el darwinismo aplicado a la música. El parecido entre la versión de Benny Goodman y la de la Big Band de Dizzy es, en cualquier caso, sorprendente.
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Periodista desde 1991. Familia, hard bop, mar, boxeo y rock. Por este orden. Team Frazier.
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