Joan Obrador se sienta a la mesa con «Cadires volen»

En el panorama musical siempre hay seres que operan en las raíces, nutriendo el suelo del que brotan los árboles más visibles. El mallorquín Joan Obrador es uno de ellos. Su nombre ha circulado por los créditos de grupos como Manfel, Gitane, Shenobi, Silly Sally y Rudi D., pero la naturaleza colectiva de una banda a menudo deja fuera los monólogos internos, esas canciones que son diario íntimo y no manifiesto grupal. Ahora, bajo el paraguas minimalista del proyecto J. Obrador, Joan decide sacar esos temas del cajón. Y su primer fruto, «Cadires volen», es un ejercicio de autenticidad descarnada que vale la pena escuchar.

La canción en sí, un rock meditativo y atmosférico, grabado en un estudio de Leganés en una sesión de fin de semana con la complicidad de Santi García (Ultramarinos Costa Brava) y el baterista Martín Brotons, funciona como una declaración de principios. Pero es la filosofía que la envuelve lo que realmente define el territorio Obrador. No hay plan de gira, ni campaña de prensa agresiva, ni siquiera la promesa de un álbum. Solo la intención de ir liberando música “de manera prolongada”, canción a canción, cuando la necesidad personal lo dicte. Es una estrategia anti-industria en una era de saturación, y suena no a renuncia, sino a cordura.

Y es que la cordura, o la batalla por mantenerla, es el núcleo de «Cadires volen». Obrador no solo se encarga de la voz y la guitarra, sino que, significativamente, ejecuta el bajo, su “instrumento predilecto”. Es el sonido de un hombre construyendo su propio esqueleto rítmico. La letra es su “mochila” y su “conflicto”, pero él lo explica con una claridad que corta como un cuchillo: su batalla es con la presión social hacia la evasión química. “Nunca he necesitado algo externo a mi cuerpo para disfrutar de todos los momentos que me da la vida”, declara, señalando la paradoja de un mundo donde “para ser sociable, necesitas beber… para estar en el loop”.

Esta no es la queja de un puritano, sino la observación lúcida de alguien que ha elegido el camino más difícil: el de la autoconfrontación. “Un ejercicio que poca gente dedica tiempo a trabajar desde uno mismo”, añade. En un negocio donde la presencia del alcohol es moneda corriente, su postura es radical. «Cadires volen» es la soundscape de esa elección, un tema que no suena a rabia destructiva, sino a la tensión contenida de quien se niega a tirar sillas para solucionar un problema, prefiriendo en cambio sentarse en ellas a pensar.

El videoclip, obra de Xavier Antich y protagonizado por amigos íntimos, refuerza esta idea de comunidad íntima frente a la masa despersonalizada. Es un “recuerdo infinito”, como la música misma, pero uno que se comparte desde la confianza, no desde la proyección comercial.

¿Funciona «Cadires volen» como single? En el sentido convencional, probablemente no. Pero como primera piedra de un proyecto que privilegia la coherencia personal sobre el impacto inmediato, es un comienzo potente y admirable. Joan Obrador no está pidiendo permiso ni buscando su lugar en la fiesta. Nos invita a sentamos en su propia mesa, en su propia casa, con la intención de que escuchemos este nuevo trabajo desde la ventana abierta. Y espero que siga haciéndolo. La paciencia, al final, es una virtud musical tan rara como valiosa.