Las persianas bajadas de Independance Club guardan en perfecto secreto lo que en su interior aguarda. Así que, por la puerta trasera, en pleno Paseo del Prado, salen a la calle Luis de Oleza (voz y guitarra), Carlos Sennacheribbo (guitarra), Pablo Gutiérrez (batería) y Dani Treviño (bajo) que, cuando se juntan encima de un escenario, toman nombre de cantante japonesa de ópera: Cora Yako, uno de los personajes de la obra teatral Prohibido suicidarse en primavera, de Alejandro Casona.
En las decrépitas escaleras que bajan hasta la trastienda de la sala, atrapados entre el bullicio madrileño y la prueba de sonido de Chef Creador, la banda que les acompaña, el cuarteto responde a las preguntas con el mismo ritmo enérgico que imprimen en sus melodías.
De la curiosidad por las guitarras de dos amigos de Palma de Mallorca, Luis y Carlos, germinó la banda, que acabó por formarse una vez desembarcaron en Madrid con los estudios por excusa. Carlos toma la iniciativa en la atropellada conversación a cinco bandas:
—Cuando llegamos empezamos a buscar a gente para montar el grupo, aunque nos dio plantón muchísima peña antes de encontrar a estos dos y empezar a darle caña.
—Incluso yo os di plantón alguna vez —incide Dani, riendo.
—Y bien que volviste con el rabo entre las piernas —le cortan sus compañeros.
La capital siempre ha tenido un poder magnético sobre el mundo de la música y sigue siendo prácticamente imprescindible peregrinar a ella para hacerse hueco en una enorme amalgama de grupos emergentes.
Nada es comparable con el tamaño de la escena en Madrid, ni tan siquiera Barcelona —apunta Pablo.
Y le toma el testigo Dani:
—Cuanta más gente mejor, aunque su música no sea del mismo rollo. Y ahora todavía más, que hay pocos conciertos y tenemos que entendernos para organizar bolos.
Por el contrario, Palma ha quedado algo huérfana de esta cultura musical que impregna Madrid y otras contadas ciudades, como Granada o Bilbao.
En Mallorca es donde menos escena puede haber, al menos de nuestro rollo guitarrero: pocos grupos, pocas salas y poco público —confiesa Carlos.
No obstante, tirando de memoria, sí que son capaces de encontrar otros grupos mallorquines que sostengan su música sobre las seis cuerdas: Bad Shades, Go Cactus, Bilo…
Navegando por internet, uno acaba naufragando entre las comparaciones entre Cora Yako y The Strokes. Y ellos, halagados, no rehúsan al símil.
En las guitarras sí, sobre todo al principio. Cuando estábamos empezando era nuestro grupo favorito —admite Carlos.
Y es que sus primeros temas («Time is Short», «Domino Effect» y «Overdrive»), cantados en inglés y con unos riffs enérgicos y pegadizos, bien podrían haber salido de los amplificadores de Nick Valensi y Albert Hammond Jr en la Nueva York de principios de siglo. Pero no a todo símil les dan su beneplácito:
—Nos han llegado a comparar con The Kooks, que son un grupazo, pero en ese sentido no nos interesan —pone Luis como ejemplo.
—¡Esos no nos han escuchado ni a nosotros ni a los Kooks! —exclama el otro guitarrista de la banda.
—Verás que cuando saquemos cosas nuevas nos volverán a comparar con otros —vaticina Dani.
Es innegable que las instrumentales siguen teniendo dejes de aquellas primeras influencias, en las que también grupos como Pavement o Sonic Youth tienen su hueco, pero rápidamente cambiaron al castellano.
Joder, es que somos españoles y vivimos en España. Hacer letras en un idioma que no es el nuestro nos pareció artificial —admite Carlos.
Y en el cóctel de procedencias, influencias e idiomas, ¿a qué suena Cora Yako, a Madrid o a Mallorca? Dani, madrileño, y Luis, palmesano, responden casi al unísono y de forma unánime:
—¡A Madrid, desde luego!
—Es que aquí es donde hemos empezado a tocar juntos y donde nos relacionamos con otros grupos —prosigue Dani.
—¿A Mallorca cómo vamos a sonar? ¿A Tomeu Penya? —zanja Luis, entre risas.
Indie, pop rock, post punk… También entre el mar de etiquetas y nomenclaturas se ahoga Cora Yako.
Decir que no te encasillas en ningún lado puede parecer que te las das de que haces tantas cosas que no te pueden definir, pero, escojas la etiqueta que escojas, siempre las vas a compartir con artistas que no se parezcan en nada a ti —explica Carlos.
Esto lleva a Luis a una anécdota del pasado capaz de ejemplificarlo a la perfección:
A la salida de un concierto nos preguntaron qué tipo de música hacíamos y, yendo un poco tocado, se me ocurrió decirle: pop rock no Amaral. Y es que a lo nuestro lo llaman pop rock y a lo de Amaral también, pero no hacemos lo mismo.
Tener hoy un sonido completamente original es casi una utopía, por lo que convienen entre todos en no complicarse y en hacer, simplemente, «música de guitarras».
Su último trabajo, Una de los nuestros, es también el primero en gran formato, una colección de momentos y composiciones que retratan los inicios de la banda. Diez temas íntegramente en castellano que combinan rápidas y brillantes guitarras con unas letras introspectivas que ponen el foco en la nostalgia y los vaivenes del corazón y la vida. Uno se pregunta quién será esa «una» y ellos ríen acompasados, sonando a preludio de confesión o a búsqueda de una respuesta convincente para salir del paso: «Es Cora Yako». Pese a dedicarle su primer álbum, juran y perjuran que escogieron el nombre por su sonoridad y que, precisamente, lo que más valoran es su carencia de significado.
La voz, siempre melódica, la pone Luis, pero el proceso de escritura lo comparte con su paisano.
—¿Has hecho un puzle alguna vez? Pues es lo mismo. A veces nos sale de corrido y otras nos rompemos la cabeza por una frase —dice Carlos de su forma de componer, y Luis le acaba la frase:
—El momento de inspiración existe. En cuatro minutos nos podemos fumar una canción que llevaba meses atascada. Los versos, incluso los de autores de ficción, vienen siempre detrás de la caída, la aceptación, la añoranza, el cambio.
—Pero estos dos no hace falta que fuercen nada, siempre les pasan cosas. Tienen unas ostias vitales que les acaban inspirando —interviene Dani.
—¿Hemos sido demasiado sinceros? —pregunta Carlos antes de despedirse, bajar las escaleras y prepararse para el bolo.
Una hora después son solo cuatro siluetas recortadas por las luces y el humo que, haciendo justicia a sus admirados Strokes, podrían estar sonando en cualquier garito americano de inicio de los 2000. La gente que hace un momento enfilaba frente a la puerta, apoderados por una emoción prepandémica que tan ajena nos parecen hoy, sientan sus traseros en las sillas dispuestas a lo largo y ancho de la Independance. El balanceo de los hombros y el agite de brazos como máxima posibilidad de expresión corporal devuelven a los presentes a una realidad menos agradable, pero es difícil no seguirle el ritmo a la batería de Pablo y a las líneas del bajo de Dani y alguno es incapaz de reprimir un salto furtivo.
Suceden las canciones prácticamente sin preámbulos ni acotaciones, como si de una sola se tratase. Suenan los himnos de su reciente LP: «Réquiem», «La Primavera», «Las Cosas Buenas» o «La Peor Idea de la Historia»; uno de sus sencillos con más éxito, «A Flor de Piel»; y dos temas nuevos e inéditos, todavía sin título, que sirvieron como aperitivo mientras andan cocinando su próximo trabajo.
—Estuvimos hace poco en La Mina —un prestigioso estudio de Sevilla en el que acostumbran a trabajar artistas de la talla de Kiko Veneno, Novedades Carminha o El
Niño de Elche —grabando la batería de nueve canciones nuevas, y a ver qué conseguimos sacar de ahí.
—A lo mejor ninguna —adelanta Luis, algo irónico.
—La idea del próximo disco es seguir en la misma línea guitarrera, tal vez algo más sucio, con riffs pegadizos y distorsión —continúa Dani.
—Y los sintetizadores aparcados ya del todo. No tenemos sitio para ellos en los conciertos, y además pesan demasiados —remata Carlos con una sonrisa que se intuye bajo la mascarilla.
La pregunta sobre la colaboración soñada que querrían incluir en su futuro disco deja uno de los primeros paréntesis de silencio de la entrevista. Carlos, como de costumbre, toma la palabra:
Estábamos en casa componiendo y pensamos: Qué guapo estaría que aquí encima cantase Santiago Motorizado, de El Mató a un Policía Motorizado. Es muy complicado, pero cuando la tengamos acabada le voy a escribir.
Vislumbrando la situación del inminente verano, en el que todo parece indicar que las restricciones de aforo y movilidad seguirán, no son del todo optimistas.
—Hay muy poca cosa. Tenemos dos conciertos confirmados, pero todavía no están anunciados y ni tienen fecha —anuncia el bajista.
—¡Sería la ostia poder tocar en Mallorca! Pero la logística es tan complicada… —anhela Luis.
Aunque ellos definan su sonido como madrileño, es innegable que arrastran tintes mallorquines en sus melodías, que refrescan como la brisa marina. Si existe un lugar en la isla que parece hecho para que se suba Cora Yako, tiene que ser la terraza del mítico Café Sa Fonda de Deiá.
—¡Justamente ahí es donde más nos molaría tocar! —exhala Carlos, confirmando las sospechas.
—Hombre, también nos molaría tocar en Es Gremi y que la gente se pudiese hacer unos pogos. Pero ahora, con todo el mundo sentado… ya saldrá alguno —zanja Luis.
Publicado por:
Cuasi periodista. Creció forzado a escuchar discos de Rosana y Bisbal, hasta que una plataforma de música en streaming de cuyo nombre no es capaz de acordarse le abrió la puerta del rock de los setenta. Todavía no ha logrado salir de allí.
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