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Publicado el 21 agosto, 2021

Farodrums: el último reducto de las baterías artesanales

Texto por Lluís Lozano Oliver
Fotografías de María José Sierra Cañas
Simón Sierra Cañas (Farodrums) - Mallorca Music Magazine

Ser lutier es un oficio con reminiscencias a tiempos pasados. La palabra lutier ya tiene por sí misma resonancias medievales. La artesanía es una suerte de oasis en un mundo dictado por la mecanización de los procesos. En un pequeño taller de Felanitx resiste los embates de la modernidad Simón Sierra, menestral de las cajas de batería Farodrums, construidas con el detalle y el calor con el que tan solo unas manos pueden moldear la madera.

¿Qué es Farodrums?

Farodrums soy yo, Simón Sierra (Felantix, 1973), no es ninguna multinacional. Todo nace de mi inquietud por la batería, ya que la toco desde hace muchos años, desde que era pequeño. Siempre estaba montando festivales, conciertos y no sé… A raíz de esa inquietud un día se me ocurrió fabricar una caja, que es uno de los elementos principales de la batería junto al bombo. Como en internet te enseñan hasta a hacer una bomba, me puse a investigar cómo hacerlas. No tenía ni idea, pero siempre he sido autodidacta: la batería la aprendí a tocar así. Fui preguntando por foros, a conocidos, echándole morro. He de decir que es un gremio súper amable y agradecido.

¿Y el nombre, de dónde sale?

Yo vivo en Portocolom desde hace doce años, al lado del faro, y estoy enamorado de él. De allí el nombre. Y luego, un amigo me diseñó el logotipo.

¿Cómo fue el proceso de construcción de la primera caja de Farodrums?

Compré las piezas, una en Francia y otra en Alemania. Me gasté una pasta que a lo mejor ahora ya no me gastaría, no le daría tantas vueltas a la idea e iría más directo. Fue toda una aventura. Y no me hice una, sino tres: una de roble, una de bubinga y otra de iroko. Al principio las tocaba yo, pero se las empecé a enseñar a gente que conozco en el mundo de la música, se las dejaba probar… Y como soy como el tonto del pueblo, al que todos conocen, muchos amigos me las querían comprar y las empecé a vender.

¿Tenías algún tipo de formación artesanal antes de empezar el proyecto?

Es de risa, porque yo soy herrero, trabajo el metal, ¡y no he hecho ninguna Faro de metal! Es paradójico, ¿no? La madera ni la había trabajo, las herramientas me las fui comprando poco a poco. Pero he de decir que mi profesión como herrero sí me ha ayudado mucho, porque toco mucho con las manos, transformó, agujereo… todo tiene que ser muy preciso. Pero, así como te hago una caja de batería, sería incapaz de hacerte una puerta.

¿Cuál es el tu perfil de cliente?

Para mí son tan importantes, o más, los músicos que cobran 100 euros por bolo que los que cobran miles. He ido a ver a grandes grupos que tocan con mis Faro en estadios en Granada, Madrid, en muchos sitios, pero también a grupos que tocan en hoteles. Para mí los músicos locales son muy importantes. Quiero crear una familia de Faro aquí en Mallorca, en Baleares, y montar reuniones de baterías. Tenemos un grupo de whatsapp de unos 60 Faro drummers de lo mejor de Mallorca y, cuando se pueda por las restricciones, quiero organizar una reunión con ellos para conocernos todos y hacer familia, comunidad.

A los clientes llegó por el boca a boca, por las redes sociales y por un íntimo amigo que tiene una empresa de sonorización de grandes eventos, y allí donde va monta una Faro. Este último año, no obstante, apenas estoy teniendo clientes. Si no pueden dar bolos, ¿cómo van a comprar cajas? ¡Si la gente está teniendo que vender sus instrumentos! Afortunadamente, no solo vivo de esto.

¿Algún batería de renombre que toque con tus cajas?

Sí, las he cedido a baterías de primera línea: Toni Toledo, Alejandro Jordá de Izal o Dimas y Pedro Moyá de L.A. También conocí una noche al batería de Dover, nos hicimos amigos y le vendí una caja. Todo empezó como una broma y me lo sigo tomando un poco así.

¿De dónde te surge la pasión por la música?

La música es algo que a mí me viene innato. De pequeño me volvían loco los tambores de semana santa y aporreaba los cubos de mi madre. Mi padre, además, es músico aficionado, pero a él no le gustaba que tocase la batería, me quería enganchar a la guitarra. El otro día me regaló una. ¡Se cree que todavía me puede convencer!

Pero, como te decía, yo he sido autodidacta. De hecho, la primera clase de batería la recibí con 40 tacos, y eso que tengo 48. Quería aprender a leer, pero me canso enseguida después de todo el día en el taller. A mí lo que me va es tocar, tanto por mi cuenta como con mi grupo, Hijos de Matxin. Llevamos casi treinta años en activo, desde el 92.

¿Cómo ves la escena de grupos locales?

Mallorca, y Palma en concreto, siempre han sido sitios muy complicados. Yo estoy algo desencantado con la escena mallorquina y con la música que está saliendo. A mi me gusta la canción que sale del corazón, y no veo que haya la ola que había cuando yo tenía 20 años. El rock and roll aún no ha muerto, pero… ¿con qué estamos bombardeando a los jóvenes?

Además, para los grupos de pueblo tocar en Palma siempre ha sido una frontera difícil de cruzar. De joven recuerdo ir a tocar a la sala Jumping, en Gomila, a la Sonotone o ganar el concurso de Art Jove del 98, pero ya no hay nada de eso. Hace tiempo que no escucho ningún grupo que me haga decir  «¡hostia, que bueno!», como me ocurrió en su momento con Sexi Sadie, por ejemplo.

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Publicado por:

Cuasi periodista. Creció forzado a escuchar discos de Rosana y Bisbal, hasta que una plataforma de música en streaming de cuyo nombre no es capaz de acordarse le abrió la puerta del rock de los setenta. Todavía no ha logrado salir de allí.

Apasionada de la fotografía de conciertos. Fotógrafa y redactora en Mallorca Music Magazine.

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