Palma, sábado 15 de junio de 2024
Nostalgia y presente con Pet Shop Boys
El hedonismo ochentero y los tempos de aquellas discotecas hacen feliz y casi bailar a un escenario principal abarrotadísimo
Por Víctor M. Conejo
José Luis Luna
Es cierto: en poquísimas discotecas actuales o ninguna suenan Pet Shop Boys. Pero tal vez el problema no es suyo sino meramente de tempo: aquellos bailoteos ochenteros y de inicios de los 90 eran más lentos. Sucede también, por ejemplo, con George Michael, un Apolo en la Tierra y en la pista durante la década noventera. Además, ni este ni aquellos han sido nunca prolíficos en el capítulo de remixes, sean de producción propia o en colaboración (normalmente más acelerados precisamente por tener el objetivo en la pista de baile; otra cosa son las versiones extended sí habituales en aquellas décadas y que eran simplemente más largas pero no más rápidas). La de las remezclas sí ha sido una práctica profusa en otros tótems de la época como Madonna o Depeche Mode, hoy con vigencia y, precisamente, presencia clubera.
¿Significa todo ello que el concierto sonó demasiado nostálgico, antiguo o incluso caduco? En absoluto. Sin apenas modificaciones en el sonido de las producciones originales, su synthpop a menudo con líneas casi de organillo verbenero (otro ramalazo muy suyo de siempre), suena y sonó plenamente vigente y bailable, muy bailable. Sonó a presente. Otra cosa es que las dos generaciones que pisan la noche no sepan hacerlo, acostumbrados/obligados a lo imperante, que no suele ir más allá bien del primitivismo meneaculos, bien del mandrilismo electrónico.
Que sonaran a presente no es óbice para que también sonaran históricos. Porque lo indiscutible y ya en las enciclopedias musicales es que la relevancia, dimensión y significado artístico del dúo británico está a la altura de todos los nombres antes mencionados. Su tamaño de letra en la programación del Mallorca Live Festival como cabeza de cartel principal era fidedigno, merecido, justificado, histórico.
También es innegable que su ya clásico hieratismo en escena puede llegar a desconectar a quien solo valora a extasiados, girados y/o saltimbanquis. Pero, también definitorio en ellos, lo compensan con vestuario y sobre todo puesta en escena arty. Siempre muy arty. El montaje escénico que trajeron ha sido de lo mejor visto en la edición de este año (enormes plataformas y pantallas móviles, farolas como recurso estético, geometrismo en los visuales, incluso discurseo sociopolítico con una bandera gigante de Ucrania como primera imagen al inicio del recital), pero jamás, jamás les verás bailar. La única frivolidad o momento populachero lo concedieron con su versión de «Where the streets have no name» de los ya sí pretéritos U2, además jocosamente mezclada con «Can’t Take My Eyes Off You» de Gloria Gaynor. ¿Se les vio sonreír mientras sonaba? Ni de coña.
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