Hace 15 años las guitarras de la industria musical británica daban claros signos de agotamiento desde que, una década atrás, Oasis conquistara el olimpo musical. Fue entonces cuando una desconocida banda de rock irrumpió en la escena con un debut que nadie esperaba. Estábamos en 2006 y Arctic Monkeys presentaban en sociedad Whatever People Say I Am, That’s What I’m Not, un álbum cuyo título hacía referencia a una frase de Billy Liar (Billy, el embustero, mítica comedia romántica estrenada en 1963), y que estaba destinado a marcar el devenir de toda una generación para convertirse en su emblema musical.
Los fanáticos de la banda, los mismos que seguían sus correrías por los antros más decrépitos de Sheffield, fueron los responsables de generar la expectación necesaria previa al lanzamiento del disco para convertir su publicación en todo un acontecimiento nacional. Sin duda una novedosa estrategia de marketing que generó grandes e inesperados resultados. El boca a boca les llevó de dar conciertos en garitos para una reducida audiencia, a llenar salas de norte a sur de Inglaterra en cuestión de semanas. Haciendo un uso intensivo de las incipientes redes sociales y regalando contenidos exclusivos a través de la ya prácticamente olvidada MySpace, poco a poco se hicieron con una masa de fieles seguidores que esperaban con inusitada expectación la publicación del disco. Todo un logro para unos desconocidos y humildes músicos de clase trabajadora sin medios ni aparato promocional que les respaldase.
Arctic Monkeys no defraudaron las enormes expectativas generadas, y lograron convertir su lanzamiento en el disco debut más vendido de la historia en las Islas Británicas. Con más de 350.000 copias despachadas durante la primera semana, destronaron el récord que ostentaba hasta ese momento Oasis. Su éxito «I Bet You Look Good On The Dancefloor» se hizo dueño y señor de las portadas de la prensa musical, instalándose en el número uno de las listas de ventas. Una canción irónica y socarrona, no exenta de cierta inocencia, con la que cualquier joven o adolescente pudo, y aún puede, sentirse identificado.
A pesar de ello, en una entrevista publicada en The Guardian, Alex Turner (compositor y cantante de la banda) se despachó a gusto asegurando que:
Es una canción de mierda. La letra es una basura. […] Podría ser una gran composición, pero odiaría ser conocido por ese tema porque es un poco… una mierda.
Musicalmente hablando, a pesar de los 15 años que han transcurrido desde su publicación, el álbum en su conjunto rezuma frescura y no desentonaría si se estrenase hoy mismo. Su propuesta, claramente marcada por la influencia de bandas como Franz Ferdinand o The Strokes, constituye el inicio de la búsqueda de un sonido propio. Ritmos provenientes del push-beat de las bandas de ska de finales de los 70, riffs adolescentes en una especie de ritmo funk-punk groovy y una voz distorsionada conforman el sonido general del disco. La audiencia del momento pedía una revolución musical, algo rompedor, nuevo e ingenioso, y los Arctic Monkeys estaban allí para ofrecérselo.
Pero, probablemente, la piedra angular del álbum radicaba en sus letras. Y no es que Alex Turner escribiera sobre cosas distintas a las que aludían otros grupos del momento, pero si consiguió plasmar con habilidad las historias en torno a los ambientes de los clubes nocturnos, sus gentes, sus relaciones o las celebridades del momento que inundaban los tabloides británicos, en una fiel recreación de la típica atmósfera de la british night que conseguía sumergir al oyente, dándole la oportunidad de rememorar situaciones conocidas. Unas letras que son un claro ejercicio de antropología social y que, a pesar del paso de los años, gozan de cierta atemporalidad, ya que generación tras generación los británicos han continuado sintiéndose plenamente identificadas con ellas.
Por todo esto, Whatever people Say I Am, That’s What I’m Not es considerado a día de hoy un álbum capital de la historia musical británica del siglo XXI, todo un clásico moderno.
Publicado por:
Director de Mallorca Music Magazine, ejerciendo de fotógrafo, editor y redactor.
Apasionado de la buena música y las artes escénicas.
Fotógrafo especializado en fotografía musical y de conciertos.
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