Mallorca tiene una relación irregular con lo contemporáneo. A veces llegamos pronto a las nuevas corrientes, pero otras veces nuestra conexión con los sonidos o los estilos de vanguardia se salva gracias a un puñado escaso de personas atentas al signo de los tiempos. Dentro de veinte años, cuando pensemos la escena musical de la segunda década del siglo XXI, descubriremos que nuestro vínculo con los sonidos urbanos del momento fue tenue y frágil. Entonces, estoy seguro de que un nombre cobrará la importancia que merece. Me refiero a Mary Paxanga (Natalia Linuesa en el DNI), una de las primeras en enterarse de la existencia del trap, y quizá la que ha mantenido una relación más coherente con el género en la isla, la que ha vivido la cultura trap de un modo más integral. Con una carrera ascendente que le ha permitido ser respetada en la Península, aunque sea sin cifras espectaculares, la Paxanga y su biografía representan muy bien un cacho de la historia estética reciente. En esta entrevista, hablamos con ella del origen de su vocación, de la dificultad de sostenerla en el tiempo, de trap, reguetón y música urbana, y de autenticidad.
Viendo Esa ambición desmedida, el documental sobre C. Tangana, me llamó la atención lo pijos que son él y su equipo. Esa idea que les obsesiona de «hacer historia de la música» me pareció de niños ricos empollones. ¿Cuáles son tus orígenes familiares? ¿Hasta qué punto es importante la clase social en la música urbana?
-No me parece que C. Tangana esté haciendo historia. Se ha pegado, claro que sí, y ha colaborado con gente mítica (algo que los traperos no suelen hacer, pero es que él no acaba de ser urbano del todo), pero para mí, hacer historia es lo que ocurrió con Yung Beef, que trajo algo que en España no existía, y tuvo que pelear para conseguirlo. Dicho esto, yo no soy nada pija, vengo de una familia trabajadora, aunque es verdad que mis padres quisieron darme una educación muy buena y me apuntaron a un colegio que no era público.
¿Dirías que eres una chica de barrio?
No sé. Nunca me identifiqué con esa frase. Tampoco iba por la vida pensando si era o no era «de la calle». A mí me gustaba la calle, pasaba mucho tiempo en ella, pero nunca se me habría ocurrido que eso definiese quién soy. Simplemente no quería estar en casa ni en el colegio, así que allí me sentía menos incómoda. Y era muy abierta: si en un sitio me herían, enseguida probaba en otros espacios, ambientes nuevos en los que normalmente conocía a personas mayores que yo… Por eso, siempre me he sentido muy inteligente, aunque dejase los estudios.
¡Eso puede ocurrirle a una alumna por mil razones distintas! En tu caso, ¿por qué los abandonaste?
Mis padres me matricularon en el Liceu, un colegio un poco pijo. Curiosamente, al entrar me apagué un poco, o eso creo, aunque no lo sé seguro porque claro, no me conozco de antes. En todo caso, fue la peor época de mi vida. Lo dejé a los trece años, harta de que me hicieran bullying. Y no eran solo los compañeros: recuerdo a una profe que me dijo un día: «No molestes, mejor ponte a dormir…». Perdona, ¿eres gilipollas? De todos modos, eso del bullying lo viví de los tres a los diecinueve años.
¿Qué te decían?
Me insultaban por gorda. Y lo estaba, aunque tampoco tanto. No acabo de entender por qué me tocó a mí pasar por eso, la verdad. Igual se me veía más apartada que el resto de los compañeros, y simplemente atacaban por ese lado. No tenía apoyos. Un día, en Educación Física, otra de las gordas de la escuela me dijo: «Ponte tú abajo, que pesas mucho». ¡O sea, que incluso las gordas me hacían bullying! Lo pasé fatal. A los cuatro años me escondí por primera vez en el baño para no ir a clase, y luego volvería a hacerlo muchas más veces. Me escondía tanto que me expulsaban. Al mismo tiempo, yo hacía mucho deporte, sobre todo natación y hip hop, pero no adelgazaba.
¿Y cómo se lo tomaba tu familia?
No entendían lo que me pasaba, y eso que mi madre me confesó que ella también sufrió cosas parecidas a la misma edad. Pero su único consejo era que aguantara. Por otra parte, tenían miedo, se creían que yo me metía drogas porque me veían oscura, emo, con amigos metaleros, vistiendo prendas con pinchos y cosas así. ¡Pero no era cierto! Yo no fumé marihuana hasta los diecisiete años, y no la compré hasta los diecinueve. Ni me drogaba ni me bebía, simplemente estaba triste y tenía complejos. A veces me peleaba: conservo alguna cicatriz de chocarme con la pizarra mientras perseguía a uno en clase… Con el tiempo he comprendido que desde fuera no debía parecer una persona frágil, más bien al revés, que tenía una imagen de fuerte, y supongo que eso les daba rabia a algunas personas. Yo sí me sabía frágil, de ahí el problema, que en el fondo era muy simple: necesitaba más cariño.
Más tarde tu aspecto cambió completamente, lo que me recuerda al meme en el que una chica muy atractiva dice «soy la niña que no te gustaba en el colegio». ¿Cómo viviste el cambio que eso produce en las miradas externas?
Ten en cuenta que no ocurre de un día para otro, y hay muchas circunstancias alrededor. A los quince empecé una relación súper tóxica con un tío cinco años mayor, y en ese momento me fui de casa. Bueno, no es exactamente que me fuese, sino que dejé de aparecer por ahí. Me pasaba los días y las noches fuera. Pero no adelgacé hasta los dieciocho o los diecinueve, cuando salía mucho de fiesta. Aunque no me ponía muy ciega, sí que bebía alcohol, claro, y luego vomitaba, porque me sentaba fatal. Adelgazar no significó que me sintiese más fuerte enseguida, para nada. Seguía afectándome mucho la opinión ajena, y eso incluye la de mi pareja, que no me apoyaba en nada. Él era músico, y creo que su actitud conmigo es uno de los factores que provocaron que tardase tanto en arrancar mi propia carrera. Ahora hace mucho tiempo que me siento yo misma, lo demás no me afecta, y me gusta estar sola. Pero eso ocurrió mucho después.
¿Crees que esa tristeza de la infancia y la adolescencia se nota en tu música?
Seguramente siga saliendo algo de eso, sí. Sobre todo cuando hago trap. El reguetón no sirve para expresar este tipo de emociones, es otra cosa.
Tú estabas entre la primera oleada, muy al principio, de gente que se enteró de la aparición del trap en este país mucho antes de que alguien como yo, por ejemplo, descubriera ese estilo. ¿Cómo recuerdas los momentos iniciales del movimiento?
Sí, yo estaba allí cuando gente como Yung Beef sacaron sus primeras canciones, aunque no era especialmente joven: tenía veinte años. Y tampoco era la única, que conste. A PXXR GVNG iba a verlos en concierto todo el tiempo. No era una groupie, no quería acostarme con ellos ni nada de eso. Lo que sí quería era ser igual, aprender. Aparte, tenía un gusto abierto. Escuchaba rap americano al mismo tiempo que empezaba el trap aquí. D.Gómez, Crema o MDE Click me parecían pijos (bueno, D.Gómez no), como la mayoría de raperos españoles que conocía, que me sonaban falsos. Igual el primero que me gustó fue Kaydy Kain, antes incluso que Yung Beef, porque su propuesta no se entendía a la primera. Pero él acabó siendo el que más me gustaba, y se me nota. Lo que me importaba de su música no eran droga o la calle, sino que él se sentía muy rechazado por la sociedad, y yo me identificaba con eso y con el «mírame, aquí estoy» que implicaba su actitud. Luego, el reguetón lo asociaba a salir de fiesta. No podías decir que te gustaba porque estaba mal visto, quedabas como un inculto…
Una vez alguien me dijo que en el mundillo musical mallorquín los géneros urbanos no tienen prestigio porque mucha gente catalanohablante asocia cantar en castellano con incultura.
¡Ni que nadie fuera muy culto por aquí! Cuando escucho cosas así, pienso que la gente está muy poco trabajada interiormente. No es tan importante tener o no tener cultura, sobre todo en tiempos de Google. Saber tratar a las personas me parece mucho más importante. Por cierto, a mí siempre me ha gustado leer. De pequeña leía mangas a tope, especialmente los que hablaban de amor, porque siempre he sido muy romántica. Recuerdo uno sobre una chica que se pierde en el bosque con el demonio… Era oscuro, y yo también lo era en aquel entonces. O lo he sido siempre. Lo que pasa es que la oscuridad solo la llevo adentro, nunca se me ha ocurrido hacerle nada malo a nadie.
Cuando te conocen de cerca, he de decir que te sale una luz que igual no se nota en el personaje público.
¡Soy una persona de luz! Pero hay mucha gente de luz que se pierde y se autodestruye.
¿La música fue para ti una vocación desde niña?
Siempre he querido ser cantante. De pequeña estudié piano, bajo y guitarra. Era muy rápida aprendiendo y reconocía las notas de oídas. Ahora muchas de esas cosas las he olvidado. Con tres años, en las fiestas de Son Cladera, me ponía a hacer coreografías frente a la tienda de mi madre. Me encantaba el protagonismo, y al mismo tiempo era muy tímida. Todavía lo soy. En cuanto a gustos, cuando eres niña, todo te llama la atención, cualquier cosa que suene por ahí, da igual si Alejandro Sanz o Estopa… ¡Y escuchaba mucha música en catalán, sobre todo de Mallorca! Más adelante, montamos un grupo de rock con unas amigas. Me gustaba el rock, sentía que era un sonido oscuro y apartado de la sociedad, es decir, justo el género que me pertenecía. Aun así, no me importaba escuchar a los Jonas Brothers si me servía para aprender a encontrar el tono. Y de ahí a Limp Bizkit, estaba abierta a todo.
Sin embargo, como ya has dicho hace un rato, empezaste tarde tu carrera. ¿Por qué?
Empecé tarde a hacer lo que quería porque me costó tener la confianza necesaria. No me veía capaz y tampoco tenía claro que tuviese nada que decir. Me vetaba a mí misma. El entorno tampoco ayudó. A mis padres, que ya eran mayores, les sonaba fatal eso de ser artista. Ahora entiendo que no tenían mala voluntad y que arrastran sus propios traumas, pero me desmotivaron mucho. A los diez años mi padre me dijo que nunca podría ser músico porque para eso tienes que escribir tus propias letras, y no sabría. ¡Pues me gusta escribirlas! ¡Se me da muy bien! De hecho, me molesta que quieran imponerme letras ajenas: mi música es mi historia, lo que represento y lo que me gusta. En fin, desde que salí de casa y me he establecido, nos llevamos muy bien. Los quiero mucho, que quede claro. En segundo lugar, ya te he contado que mi primera pareja no me ayudó nada a tener independencia y autoestima.
¿Cómo descubriste que sí tenías algo que decir?
Lo que descubrí es que nadie tiene eso que llamamos «algo que decir». Se trata de decirlo, punto. Y nadie me ha guiado para saber cómo decirlo.
Cuéntame cómo fue tu desembarco en el mundo musical.
La primera canción que se hizo conocida no significó empezar de verdad…
¡Supongo que te refieres a «Mamarratxí»! Antes de llegar a eso, ¿puedes empezar más atrás en el tiempo todavía?
Antes pasé un tiempo en Londres, donde viví casi sin dinero, pateándome la calle, conociendo a mucha gente como yo con la que nos ayudábamos, escuchando nueva música… Al volver, me alquilé una habitación en Pere Garau y empecé a grabar con el chico con el que vivía. Yo no tenía ni idea de nada, por eso me pasaba los días pidiéndole «¡pon el autotune!» [ríe]. Ahora sé que la fama del autotune es una tontería: no hace magia ni milagros, y menos para conseguir el sonido que yo busco. Hoy en día grabo primero sin autotune, y tiene que sonar bien desde el principio. Pero entonces no me enteraba. Al mismo tiempo, no paraba de decirme a mí misma: «Soy real, así que esto tiene que pegar». Resultó que no era tan fácil, y pasaron dos o tres años entre que estuve una segunda temporada en Londres, probé en otro estudio con mi novio y viví algún bloqueo creativo (recuerdo sobre todo una noche en la que fui incapaz de sacar ni una sola frase). Entonces, un día, unas amigas me invitaron a grabar con ellas en plan de coña, por hacer cachondeo. Ese es el origen de «Mamarratxí», que era una tontería y sonaba fatal, pero entre que una de mis colegas tenía muchos seguidores en redes y que un amigo se ofreció a hacer el vídeo, resulta que se hizo famosa. Para mí no fue algo bueno, porque ME GUSTA LA MÚSICA, y la gente creyó que ese estilo me definía, que lo que yo hacía era de broma.
La paradoja es que tuvo mucho éxito.
Me entrevistaron en los periódicos, me salieron bolos, me ofrecían dinero… ¡Incluso me llamaron del Atlàntida Film Festival! A veces sentía que se querían reír de mí. Yo tenía una vocación de verdad y una personalidad fuerte, pero claro, qué sabía la gente. La parte positiva fue que contratar conciertos me obligó a componer mucho. Necesitaba tener música, y eso me motivaba. En esa época fue cuando contactó conmigo Dx, mi productor. «Lo tuyo suena fatal», me dijo, y yo pensé: «No me lo tienes que decir, no soy sorda» [ríe]. Luego, añadió que si iba a su estudio nos pondríamos a trabajar porque veía potencial en mí. Allí aprendí la diferencia de grabar con profesionales que saben más que tú. También tuve que superar la vergüenza de plantarme delante del micro frente a un desconocido o frente al público. Por otra parte, era más libre que ahora. Me pensaba menos las cosas, todo me la sudaba más y me lo pasé súper bien. Estaba todo mal, pero yo me lo pasaba súper bien: una sesión de fotos aquí, un vídeo allá, un montón de cosas gratis…. Ahora me doy cuenta de que no lo valoré lo suficiente. Después ha habido altibajos en mi carrera, pero he descubierto que cuando sientes que vas para abajo es cuando toca no parar.
¿Cómo te sientes tratada en Mallorca? Tú que ya estás en el mapa de la música urbana nacional, ¿nunca te planteas ir a vivir a la península?
Todo el rato, pero me ata Guapo, mi perro, del que me siento responsable. Cuando me largué a Londres con 50 euros en el bolsillo era otra cosa, me daba igual dormir en la calle si hacía falta. Pero Guapo no va a dormir en la calle, y alquilar una habitación teniendo un animal es difícil. Además, ahora estoy bien, en situación de ahorrar dinero. Igual pruebo a dar el salto más adelante, ya veremos. En cuanto a Mallorca, es complicado. Por un lado, estoy súper sola, no creo que se entienda bien lo que hago. Por otro lado, he de decir que también recibo mucho apoyo. Es una relación de amor-odio, a lo que contribuye el hecho de que aunque he trabajado aquí con mucha gente, normalmente siento que lo que hemos vivido no se parece en nada.
Un tema polémico en la escena urbana es la sexualidad/sexualización femenina. Tú también juegas con este factor. ¿Qué opinión te merece?
Yo no me he inventado el mundo. Siempre he estado en contra de que la mujer se sexualice, he sido una auténtica hater de esta movida, pero con el tiempo también he comprendido que no puedo luchar contra el funcionamiento de las cosas. Al menos, no en mi posición actual, no desde cero. A partir de aquí, tengo muchas cosas que decir. La primera, que la sexualización no empieza con estos géneros musicales. Cuando yo era pequeña, Britney Spears o Rihanna se mostraban totalmente como objetos, y encima muchas veces no lo habían decidido ellas. Yo sí que decido cómo me muestro. La segunda es que siempre te van a criticar. Al principio, cuando me mostraba menos, un montón de gente me decía «tendrás que venderte más». Ahora que juego más con lo erótico también les parece mal. ¿Me vais a dejar en paz? Lo tercero es que el problema está en las miradas sucias, no en que yo me fotografíe en tanga porque me da la gana. Yo no me hago fotos pensando en si los tíos se van a pajear o no, el problema es suyo.
Además, es que parte del proyecto artístico de un músico es la estética y el personaje que proyecta, ¿no?
Exacto. Mira, yo no voy a ser modelo, pero se me dan bien las sesiones y estoy harta de que me escriban diciendo «qué culo, mami». ¿Qué culo? Pues págalo [ríe]. Para mí, por ejemplo, trabajar con el fotógrafo Pablo Attfield es lo mismo que hacer un videoclip. Es todo un personaje, como dices. Por eso cuando me conocen mucha gente se lleva un chasco, porque no estoy todo el día pensando en el sexo, ni soy especialmente sexual. Posar de según qué forma es algo artístico, y el sexo me divierte y me inspira, pero ya está. No quiero ser la fantasía sexual de tu novio. Pero la gente no distingue. Hace poco viene uno y me pide que cante un estribillo para una canción suya porque pega que lo haga una mujer. Perdona, yo no interpreto: yo compongo. Yo no soy «una voz femenina», soy una artista, y si me buscas para una colaboración es para que yo haga lo que me dé la gana. A ver si tendré que decirte yo cómo cantar tu tema. Yo soy Mary. Y que conste que no quiero sonar «mala», pero eso de ir a grabar con chicos que te cuentan cómo le tirarían ellos… Dejadme en paz.
¿Cómo defines lo que estás haciendo ahora? ¿Dónde quieres ir musicalmente?
Ahora vuelvo a hacer mucho trap. Estoy en una época emocional y el reguetón para mí no es emocional ni complicado, es más sencillo. El trap es más sentido, te deja ser más creativo y mostrar la parte profunda. Con lo que hago ahora estoy contenta. Me dejo guiar mucho por el productor, pero también me dejo ir, y me gusta mucho lo que sale.
Publicado por:
Nadal Suau
Ensayista, crítico literario y profesor, es doctor en Literatura Contemporánea y colabora regularmente en medios como El Cultural o El País. Autor de varios libros, fue galardonado con el Premio Anagrama de Ensayo en 2023.
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