Brian Wilson no necesita mucha presentación si hablamos de los Beach Boys. Con ellos, la música pop alcanzó niveles de sofisticación impensables para una banda etiquetada como surfista y alegre. Pero Wilson no fue solo el compositor detrás de aquellas melodías perfectas que definieron la década de los 60; él fue el alma de un sonido que desafió las convenciones de su tiempo y, en muchos aspectos, reescribió el manual de lo que puede hacer un álbum pop.
En la cima de su carrera, Wilson tenía solo 22 años, pero ya se había convertido en una especie de prodigio musical. Mientras sus hermanos y primos recorrían el mundo sobre tablas de surf, Brian se recluía en el estudio, decidido a crear algo más allá del pop californiano. Así nació Pet Sounds (Capitol Records, 1966), una obra que no solo dejó boquiabiertos a los Beatles, sino que también redefinió el pop como un arte.
El proceso fue todo un delirio creativo, con Brian buscando la perfección en cada nota, cada acorde. «Está perfecto, pero vamos a hacerlo otra vez», era su mantra en el estudio, y así fue como construyó una de las joyas más grandes de la música moderna. Con arreglos que iban desde ukeleles hasta sonidos de latas de refresco, Pet Sounds se erige como un testamento de lo que sucede cuando el genio se mezcla con la obsesión.
Pero con el éxito vino el desgaste. La máquina Beach Boys estaba hecha para generar dinero, y con ella llegó la presión, la fama y la decadencia. Los problemas mentales de Brian Wilson, exacerbados por la continua explotación y el dominio de un padre autoritario, terminaron por estallar. Mientras su música era recibida con entusiasmo por todo el mundo, él mismo comenzó a desmoronarse.
Las giras se convirtieron en un tormento. La esquizofrenia y el trastorno bipolar hicieron estragos en su salud mental. En lugar de encontrar apoyo, la industria y su propia familia parecían más interesados en lo que podía seguir creando que en la persona detrás de la música. Los medios achacaron su declive al consumo de drogas, pero en realidad, las sustancias solo hicieron más visibles los problemas que ya arrastraba.
A mediados de los 70, Brian quedó atrapado en su propia mente, completamente alejado de la música. Smile, el álbum que debía haber continuado Pet Sounds, nunca vio la luz, y durante años, la vida de Wilson se redujo a estar confinado en su casa, rodeado de medicación y, eventualmente, bajo el control del terapeuta Dr. Eugene Landy, que más que curar, se adueñó de su vida.
Afortunadamente, a pesar del daño, la historia de Brian Wilson no terminó en tragedia. En la década de los 90, después de un arduo proceso legal y la intervención de su esposa Melinda, Wilson consiguió librarse de Landy. A partir de ahí, la recuperación fue lenta, pero posible. En 2002, por fin pudo completar Smile, 37 años después de su concepción original. El álbum no solo fue un triunfo personal, sino también un recordatorio de que la genialidad de Brian Wilson sigue viva, a pesar de los demonios que le han acechado.
Wilson volvió a los escenarios, la crítica lo celebró, y en 2014, su vida fue llevada al cine con Love & Mercy, con Paul Dano interpretando su juventud y John Cusack su edad adulta. Hoy, Brian Wilson sigue siendo una figura central en la historia de la música, un sobreviviente, una leyenda viva que nos recuerda que el precio de la genialidad a menudo es más alto de lo que podemos imaginar.
Brian Wilson no es solo el hombre detrás de las olas; es el hombre que creó un mar de emociones a través de su música, un genio torturado, pero irremediablemente esencial.
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Músico, cantante y compositor en Urtain. Colaborador musical en Cadena Ser / Radio Mallorca. Redactor en Mallorca Music Magazine.
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