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Publicado el 5 junio, 2021

Drogas, locura y jazz

Por José Luis Miró
Thelonious Monk - Mallorca Music Magazine
Thelonious Monk

Un psicólogo británico llamado Geoffrey Wills llegó en 2003 a la conclusión de que la genialidad de los grandes maestros del jazz tenía su raíz en trastornos mentales, cuando no en el abuso del alcohol y las drogas. Wills investigó en la biografía de 40 figuras del género y aseguró haber encontrado un denominador común: las que no eran alcohólicas eran toxicómanas (o ambas cosas), y un buen número de ellas presentaba algún tipo de enfermedad de la psique.

Sea justa o no la sentencia, la realidad es que la heroína y la bebida causaron estragos en los años 40 y 50, y que, en efecto, varios de los intérpretes y compositores más destacados de la época sufrieron algún episodio de ‘locura’.

No hace mucho hablamos aquí de los años finales de Charlie Parker, al que sus explosivos ataques de ira le ocasionaron más de un problema, hasta el punto de ser vetado en el Birdland, el club que llevaba su nombre.

Algunos de aquellos músicos fueron diagnosticados y pudieron recibir el tratamiento rudimentario que se dispensaba en los manicomios de mitad del siglo XX (encierros, camisas de fuerza y electrocuciones); otros pasaron por simples extravagantes, para lo cual se requería seguramente haber alcanzado un cierto éxito y no sufrir penurias económicas. La locura, así llamada, se suele asociar a la pobreza, al fracaso y al olvido, circunstancias a las se ajusta como un traje hecho a medida el caso del saxofonista Tina Brooks, un tipo esmirriado y con nombre de mujer cuya tristísima historia me reservo para un futuro artículo.

De Miles Davis se sabe que sufría manía persecutoria. Ni esto ni la dolorosa lesión en la cadera que arrastró durante media vida le dejaron descansar. Otro ejemplo es el del saxofonista Art Pepper, que, además de enganchado a la hipodérmica, estaba continuamente lavándose las manos (bueno, como todos nosotros ahora) y tenía fobia a los teléfonos y a la visión de la sangre. Entre ataques de neurastenia y otros desabrimientos, el hombre sacaba tiempo para hacer cosas tan bonitas como esta:

Art Pepper (Usa, 1957) - Art Pepper Meets the Rhythm Section

Chet Baker fue un adicto sin apenas interrupciones, como se ocupa de recordarnos casi con ensañamiento el biopic Born to be blue, un canto a la sordidez que toma por pretexto la vida de uno de los mayores creadores de belleza de la historia de la música contemporánea. Odio las películas sobre el jazz donde la música es un elemento accesorio. Lo mismo podría decir de Miles Ahead, un horror de film que no aporta absolutamente nada. En el caso de Chet, sin embargo, se me hizo eterno ver a Ethan Hawke, con su cara de pasmado, intentando resultar creíble en el papel del trompetista que en 1959 grabó esta maravilla:

Chet Baker - Lady Bird

Thelonious Monk podía estar días enteros sin pronunciar una palabra o decidir que en una canción sólo acariciaría las teclas, sin hacerlas sonar. Su música, tan particular, rara y pegadiza a un tiempo, podría ser el fruto de su misteriosa introversión y, por tanto, el síntoma de alguna indocumentada enfermedad. O no: quizás Monk no deseaba hablar más de lo estrictamente necesario y sus silencios, a veces incómodos, a veces necesarios, eran en realidad las exactas respuestas a los dilemas o cuestiones que se le planteaban, ya fuera en la música o en la vida cotidiana. En cierta ocasión un periodista le preguntó si le gustaba la música clásica; como no contestaba, creyendo que no le había escuchado, volvió a interpelarle. Otra vez silencio. A la tercera fue la vencida: Monk se dirigió a un amigo que estaba junto a él y, señalando al periodista, le dijo: «Este tío está sordo».

¿Y si Thelonious no estaba loco, como se pretende, y lo verdaderamente anómalo es hablar por hablar y contestar preguntas tontas? Bendita la locura, en cualquier caso, si de ella brota esta pieza esplendorosa de 16 minutos llamada «Japanse Folk Song»:

Japanese Folk Song

Bud Powell (1924-1966), el pianista más influyente del bebop, padecía esquizofrenia y era ingresado con frecuencia en hospitales psiquiátricos para ser tratado con electroshock. Su música, sin embargo, era de una lucidez extraordinaria, y en muchos casos, especialmente en los tempos altos, de un optimismo contagioso. Su versión de «Ornithology» de 1951 es una buena muestra de que, a pesar de la enorme carga y tormento que se sabe soportaba por entonces, su arte bebía también de fuentes luminosas. E incluso cuando tocaba un blues de título tan sugerente como este «Dry Soul», la melancolía aparecía impregnada de una cierta esperanza.

Dry Soul (Remastered 1999/Rudy Van Gelder Edition)

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Publicado por:

José Luis Miró - Mallorca Music Magazine

Periodista desde 1991. Familia, hard bop, mar, boxeo y rock. Por este orden. Team Frazier.

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