«¡Jamás vuelvas a decir que yo soy tu batería, tú eres mi puto cantante!», le espetó una noche el bueno de Charlie Watts a Mick Jagger tras irrumpir en su habitación de hotel y propinarle un puñetazo. De esta guisa tan poco representativa de su apacible carácter defendió Charlie Watts, ya para siempre, su puesto de batería y su importancia en la banda de rock más grande del mundo.
Poco más que anecdótico resulta este sorprendente episodio, y es de suponer que no hizo falta repetir la gesta nunca más, algo que debió resultar incómodo sobre todo para él mismo dado su carácter tranquilo y su fama de hombre de pocas palabras, maneras elegantes y temperamento sosegado.
Mal pintaba cuando hace unas semanas se hizo público que Watts no iba a participar en la próxima gira de los Stones por problemas de salud. Hasta los más despistados fans se podían imaginar que algo no iba bien. A pesar de la longevidad de sus miembros y del morbo que suscita en los últimos años la eterna pregunta de cuánto tiempo más podrán aguantar sobre el escenario, lo cierto es que no estábamos preparados para asumir la muerte de ninguno, y menos de su batería.
Un tipo digamos que «diferente», alejado de cualquier estereotipo de estrella de rock, que llegó a la banda tras la insistencia de Mick, Brian y Kiz en el año 63 y que, definitivamente, les dio ese plus que necesitaban. Poco importaba que no hubiese estado nunca interesado en el pop rock y que sus filias fuesen más hacia el jazz y el blues. Charlie Watts supo entender lo que necesitaba la banda para aportar ese equilibro y serenidad que tanto necesitaban y que contrastaba con la fiereza de sus dos líderes y, de paso, con la genial «chaladura» de Brian Jones, el guitarrista fundador.
Watts era peculiar y diferente por detalles como su manera de coger las baquetas, heredada de los músicos de jazz que tanto admiraba, o por ese vicio tan delicioso que tenía de desplazar los acentos en los golpes, o por su inconfundible cuarto «no golpe» tan característico y presente en el sonido de los británicos.
La baja (por aburrimiento) del bajista original Bill Wyman (en 1993) no sentó especialmente bien entre los fans, pero nada que ver con la muerte del miembro que mejor cuidó su salud y supo abstraerse de los excesos del resto de integrantes en los años más salvajes (paradojas de la vida). Charlie Watts era ese batería con el que todos los músicos soñamos, ese tipo que pone todo en orden y a todos en su sitio desde su tarima. Pero además lo hacía sin darse importancia, con la elegancia y esa manera tan desapasionada de tocar que tenía. Más allá de su carácter, que casi es lo de menos, como mínimo es responsable de la mitad del sonido de los Stones, según palabras del mismísimo Keith Richards.
Watts era peculiar y diferente por detalles como su manera de coger las baquetas, heredada de los músicos de jazz que tanto admiraba, o por ese vicio tan delicioso que tenía de desplazar los acentos en los golpes, o por su inconfundible cuarto «no golpe» tan característico y presente en el sonido de los británicos. Sabía administrar con precisión quirúrgica, swing vacilón e impredecible creatividad detalles casi imperceptibles que podrían parecer errores en oídos profanos, pero nada más lejos. En realidad, su principal aportación a la banda, entre muchas otras cosas, era un inusual sentido melódico totalmente alejado del patrón pirotécnico y grandilocuente de muchos otros grandes baterías de su generación: él estaba a otra cosa.
La muerte de Charlie pone en entredicho la necesidad de continuidad de la banda, algo que para muchos carece de sentido. Retirarse ahora por este motivo supondría un digno final a las andaduras de estos muchachos londinenses tras más de cincuenta años de tropelías.
El vínculo personal que mantuvo con Mallorca, al igual que el resto de miembros, no pasó de lo ocasional en visitas de carácter lúdico y social, destacando especialmente aquella visita que nos hicieron en el 2003, previa a la cancelación de su concierto en Benidorm dentro de la gira Forty Licks. A pesar de que hubo intentos de traerles a actuar a la isla, ninguno tuvo éxito.
La muerte de Charlie pone en entredicho la necesidad de continuidad de la banda, algo que para muchos carece de sentido. Retirarse ahora por este motivo supondría un digno final a las andaduras de estos muchachos londinenses tras más de cincuenta años de tropelías. Pero ojo, no subestimemos la maquiavélica mente de Mick, que seguro intentará a toda costa alguna maniobra para dar sentido al hecho de continuar, entre otras cosas porque no debe haber nada más importante en el mundo para él y Kiz que seguir en el escenario, aunque sea en silla de ruedas.
Lo cierto es que, aunque así fuese, nada ni nadie podrá reemplazar la presencia sobre la tarima de ese caballero tranquilo y que tanto cariño despertaba entre los fans. Su muerte ha abierto una brecha imposible de salvar: él era ese señor que conectaba pasado y presente de la banda, que no necesitaba globos aerostáticos ni grandes montajes técnicos para disfrutar tocando, ni tampoco demostrar que aún podía recorrer grandes distancias con espasmódicos gestos ni poses estudiadas con la guitarra a la altura de las rodillas. Él podía tocar en la banda de rock más importante del planeta sin darle especial importancia al asunto, flemático, sin aspavientos, y con solo dos tazas de té. Poca broma.
Se le va a echar mucho de menos, Mr. Watts.
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Músico, cantante y compositor en Urtain. Colaborador musical en Cadena Ser / Radio Mallorca. Redactor en Mallorca Music Magazine.
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