Que conste que yo soy de los que veo La 2, y soy de los que disfruta viendo a medio día como el guepardo despedaza a la gacela antes de mi siesta. También confieso que critico a mi vecina con asiduidad porque está totalmente absorbida por el “docudrama” que emite en fascículos Mediaset a propósito de los asuntos personales de la hija de la que llaman “La más Grande” y un señor que no se sabe muy bien a qué se dedica.
Como muchos otros esperé la ansiada entrevista de Jordi Évole a Miguel Bosé y reconozco que superó mis expectativas.
Critico también la falta de contenidos culturales, pedagógicos y por supuesto musicales más allá de los Talent Shows en televisión (especialmente en la que pagamos todos). Hasta ahí mis méritos respecto al consumo en materia televisiva, a partir de ahí todo es menos interesante y bastante más preocupante o dramático, lo reconozco.
Como muchos otros esperé la ansiada entrevista de Jordi Évole a Miguel Bosé y reconozco que superó mis expectativas. No hace falta ser seguidor de su música (si lo fuese, no me avergonzaría de ello) para entender el papel que ha jugado este señor en este país en los últimos cuarenta años. Ha sido un icono prácticamente desde su adolescencia y, hasta hace muy poco, un ejemplo absoluto respecto a cómo llevar una vida pública, una carrera profesional de alto nivel y ser discreto en la vida privada.
Me asusto al darme cuenta de que mi interés particular por su figura ha crecido exponencialmente en este último año. Y no es porque de repente haya descubierto que tuvo una niñez fascinante, rodeado de la flor y nata de la alta sociedad o de muchas de las personas más influyentes culturalmente hablando del siglo pasado. Esto último me produce cierta envidia y pienso: ¿cómo es posible que no haya percibido en su música semejante bagaje intelectual? Quizás no estuve demasiado atento a su obra.
Le escucho contestar a las preguntas, veo como explica con total serenidad y sentido común toda clase de detalles sobre su vida y sus asuntos más privados y personales. Me asombra y decepciona a la vez (porque esperaba otra cosa), de repente sin saber muy bien porqué, me viene a la cabeza mi vecina, me preocupo.
Asisto asombrado a su relato respecto a las dificultades que tuvo que afrontar durante su infancia y adolescencia debido a su pertenencia pseudo-aristocrática, su traumática relación paterno filial y cómo atravesó sus años más salvajes entre excesos y éxito desmedido.
Me habría encantado haber quedado saciado con esa primera parte de la entrevista, pero no, yo necesitaba más, quería ver a Mr. Hide, necesitaba ver al ídolo caído y roto.
Me da pena, pero en realidad sólo un poco.
Él es de clase burguesa y familia adinerada, yo no.
Él ha conseguido el éxito mundial con su música y tiene millones de fans en el mundo, yo no.
Él es millonario y vive en una mansión, yo no.
Él es, o era, guapo (ahora interesante), yo no.
Sus perros viven mejor que yo.
En fin, me gusta ver que los ricos también lloran, qué diablos.
Me habría encantado haber quedado saciado con esa primera parte de la entrevista, pero no, yo necesitaba más, quería ver a Mr. Hide, como la mayoría de españoles. Esperé para ver esa segunda parte a la siguiente semana, con sus siete días y sus ciento sesenta y ocho horas. Necesitaba ver al ídolo caído y roto, ver la decadencia en su más absoluto esplendor y echarme unas risas de paso. Ansiaba escuchar ese discurso marciano tan prometedor y comprobar con regodeo como el niño criado entre algodones y la añeja aristocracia intelectual del siglo pasado, embarrancaba y se desplomaba ante mis ojos. Yo quería ver desde mi sofá como explicaba sus delirantes teorías conspirativas y paranoicas, y deseaba también escucharle decir cuantas más sandeces mejor, mientras comía palomitas.
Quería ver al niño que paseaba Picasso por las playas de Málaga, al que acariciaba el pelo Ava Gadner, al hijo del torero “follapavas”, al apolíneo joven que fue, al chico Almodóvar, al más transgresor con su falda y su coleta y al ¡amigo de Michael Stype! Quería verlo gordo, decadente e histriónico. También, de paso, escuchar al cantante de éxito con su ausente y ridículo hilo de voz y gestos desmedidos. Me supo a poco, la verdad.
Necesitaba más Bosé y menos Miguel, qué coño, quería ver a Carlos Jesús en Crónicas Marcianas, a Don Diablo y a Super-Superman… todo junto.
¿Qué me pasa Doctor? A mí me gusta ver en La 2 como el guepardo despedaza a la gacela a medio día.
Publicado por:
Músico, cantante y compositor en Urtain. Colaborador musical en Cadena Ser / Radio Mallorca. Redactor en Mallorca Music Magazine.
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