Una vez le preguntaron a un guitarrista famoso cómo aprendió a tocar la guitarra. Y contestó: «En los escaparates de las tiendas de música». A primera vista puede parecer una boutade, pero creo que tenía mucha razón.
A principios de los 60, las tiendas de instrumentos no eran como ahora. Veías en las revistas aquellas guitarras míticas: el bajo Höfner de Paul McCartney, la Gretsch de Harrison, la famosa Rickenbacker 325 de Lennon, la Vox de Brian Jones… Y luego, en la tienda cercana a tu casa, todo eran imitaciones españolas tipo Invicta o Jomaldi. Italianas, como las horribles Eko con sus botoncitos. Y holandesas como la Egmond, bonitas pero intratables.
Pero de repente, un día apareció una de aquellas guitarras míticas de las revistas. Allí estaba, detrás del cristal, una Fender Stratocaster de verdad. Y los ojos de todos aquellos adolescentes la devoraban. Memorizando hasta el menor de sus detalles. Las muescas de los potenciómetros, las marcas del diapasón, ese brillo algo mate del barniz sunburst. Ninguno tenía dinero para comprarla, pero todos la conocíamos de memoria.
A partir de entonces, las guitarras entraron a formar parte consustancial de nuestra vida. Pero no solo las guitarras físicas, concretas. Sino sobre todo la guitarra metafísica. Esa guitarra platónica con la que sueñas.
La estética de la guitarra eléctrica condiciona profundamente su sonido, pero no solo de una forma física. Sino también metafísica. Las fábricas míticas americanas comenzaron a utilizar las mismas pinturas que se utilizaban para los coches. Aquellos chevrolets elegantes y curvosos, con sus colores brillantes o pastel. Y esa gama de colores un poco Kodachrome ya nos decía lo que esperabas de ella: finezza, juguetonería, poca solemnidad, ganas de vivir, ligonería, lo que entonces se entendía por juventud. Frente a las generaciones anteriores, oscurecidas por la postguerra.
A partir de entonces, las guitarras entraron a formar parte consustancial de nuestra vida. Pero no solo las guitarras físicas, concretas. Sino sobre todo la guitarra metafísica. Esa guitarra platónica con la que sueñas. Que persigues una y otra vez. Que crees haber conseguido con tu última compra, pero al poco te das cuenta de que todavía no, de que aún es posible aspirar a más. Acariciar la guitarra de tus sueños.
La guitarra eléctrica es un instrumento fundamentalmente fetichista. Además de sus colores, la forma influye mucho. Es tradicional el contorno ligeramente desigual de la Stratocaster, que ha marcado época. Frente a él está la Gibson Les Paul, redondeada pero con un perfecto cutaway. Tradicional y moderna a la vez.
Frente a muchos frikis obsesionados por comprar y comprar más guitarras, la verdad radica en su carácter platónico. Inalcanzable.
Los hay que gustan de las formas extremadas, como la Flying, en forma de flecha. O la Parker con su provocadora «pata de perro». Las encontramos ligeramente corneadas al estilo de las Danelectro. O modositas, como la famosa Telecaster.
El valor de la guitarra eléctrica radica en convocar tus sueños de dos maneras. Por un lado, a través del sonido. Pero también gracias a la forma, al color, incluso a la textura. Colgarse una axe roja es sentirse un poco guitar hero, independientemente de lo bien o lo mal que se ejecute. Porque ahí radica parte del sueño. En la simbiosis mágica entre su belleza y el alma del guitarrista. Aunque sea un petardo total.
Frente a muchos frikis obsesionados por comprar y comprar más guitarras, la verdad radica en su carácter platónico. Inalcanzable. En esos momentos únicos, arrebatadores, en que sueñas frente a un escaparate. Y las contemplas una y otra vez. Imaginas tus dedos resbalando por su mástil. Fabulas sobre qué chaqueta iría bien con su color. Casi podrías escuchar sus potentes riffs…
Y entonces aprendes lo más importante.
Su espíritu.
La Guitarra Platónica es un monólogo musical cómico de Carlos Garrido sobre la generación que vivió su adolescencia y juventud en los años 60. Visita la página web del autor para conocer más de este proyecto.
La canción «La guitarra platónica», que abre el espectáculo, surge de esa idea. Preparaba el concierto de mi 50 cumpleaños. Paseaba por la calle Tallers de Barcelona mirando guitarras. Y entonces se me ocurrió el concepto de la Guitarra Platónica. Fue el nombre del monólogo musical que empecé a representar desde aquel inicio de milenio hasta ahora.
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Carlos Garrido Torres (Barcelona 1950) es periodista y escritor. Ha hecho también carrera en la música, formando parte, entre otros proyectos, de Rock & Press. Es autor del libro "La Guitarra Platónica" (Documenta balear) donde cuenta su adolescencia musical.
Sitio web: carlosgarridotorres.com.
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